sábado, 25 de junio de 2011

LOS TERRIBLES BAD BOYS


Si bien la NBA estuvo dominada en su década mágica, los años 80, por la sombra de Magic y Bird, y consiguientemente por Lakers y Celtics, el final del decenio tuvo como protagonista a uno de los equipos con peor cartel de la historia, por no decir que la escuadra más odiada de todos los tiempos: los Pistons de Detroit.
La importancia de este fabuloso equipo de baloncesto puede medirse en un simple dato hoy casi olvidado: este combinado fue la pesadilla de Michael Jordan hasta su primer título de 1991. Los posteriores seis anillos del mejor baloncestista de todos los tiempos han hecho caer en el olvido las tres eliminaciones consecutivas que los Bulls sufrieron ante los de Michigan de 1988 a 1990.En realidad la escuadra del uniforme azul resultaba un panzer casi infranqueable para esa época aún cuando se fundamentaba más en una encomiable labor de equipo que en el talento individual de su hombres, con algunas excepciones.
Los Pistons no pasaban de ser una franquicia de escasas perspectivas cuando Chuck Daly, un eterno entrenador asistente ya veterano, cogió las riendas del equipo en 1983. En sus filas contaba con un súper-clase, el base Isaiah Thomas, antigua estrella de la Universidad de Indiana, un prodigio de fundamentos técnicos con gran capacidad anotadora. Empezaba, ademas, su carrera un center atípico, un blanco de 2.11 de estatura, duro y rocoso en la zona y con tendencia a salir fuera con un eficiente tiro exterior, su nombre era Bill Laimbeer y el tiempo le convertiría en el jugador más canalla y camorrista de la liga. Daly no pasó de unas aceptables temporadas en sus tres primeros años, en esa época nadie podía poner en duda el reinado de los Celtics en el Este; pero tanto el entrenador principal como sus asistentes vieron claro que el aumento de competitividad de la escuadra dependía de un factor esencial: construir un sistema defensivo feroz que amordazase a las estrellas rivales.
Una adecuada labor gerencial hizo el resto, en el draft de 1986 llegaron dos jóvenes jugadores que marcarían una época en el equipo: Dennis Rodman y John Salley y con anterioridad se habían conseguido los servicios del durísimo defensor Rick Mahorn, nulo en ataque pero dispuesto a declarar la guerra allí donde fuera, y sobre todo, de un joven escolta de escasa presencia pero demoledora y eficiente actuación, Joe Dumars. Dumars fue uno de los jugadores más decisivos de los éxitos de los Pistons, suponía la pareja ideal de Thomas en la retaguardia, un toque de tranquilidad a la efervescencia guerrera de sus compañeros y poseía un demoledor tiro de larga distancia que le hacía ser uno de los más destacados anotadores de su época. Sin lugar a duda fue un excelente jugador, no siempre reconocido.
En una competición siempre tendente a cargar el peso de la responsabilidad en las grandes estrellas del equipo los Pinstons fueron un prodigio de reparto de responsabilidades y de triunfo de una idea de equipo muy clara. Fue la primera escuadra capaz de hace rotar a los jugadores con solvencia y logró un equilibrio titulares-suplentes raramente vista. Las estrellas asumían el peso principal, pero cuando Daly miraba al banquillo sabía que cuando las piernas empezaban a fallar siempre aguardaba un sustituto de plenas garantías que no alteraba la composición del equipo. Este factor terminó por hacerlos casi invencibles en sus años dorados.
El camino hacia la gloria de los de Michigan si vio jalonada de decepciones iniciales de las que supieron aprender para el futuro, En las finales de conferencia contra Boston de 1987, contaban con todo a favor para decidir las series en sentido favorable, dominaban 106-107 en el Garden a falta de cinco segundos para el final y con balón en su poder y caminaban hacia un 2-3 en las series casi definitivo. Pero los duendes del legendario pabellón hicieron presencia: Larry Bird interceptó el precipitado pase de Thomas a Laimbeer y asistió a Denish Johnson para remachar la victoria en el último suspiro. Los Celtics ganarían las series 4 a 3. Un año más tarde, llegaron a la final ante los Lakers y, tras ganar el primer encuentro contra todo pronóstico, ambos combinados protagonizaron una de las series finales más agónicas de la historia resuelta en dos dramáticos partidos finales en el Fórum vencidos por la mínima a favor de los locales (103-102 y 108-105). Fue precisamente en el sexto encuentro cuando tuvo lugar uno de los momentos más memorables de la historia del baloncesto mundial ; un Thomas medio cojo obtuvo la friolera de veinticinco puntos en un solo cuarto con canastas inverosímiles desde todas las posiciones. La falta de experiencia en momentos claves (esa que les sobraba a los Lakers) impidió un triunfo que no tardaría en producirse como consecuencia lógica del crecimiento del equipo. Los anillos de 1989 y 1990 se lograron con paseos militares ante Lakers (4-0) y Portland (4-1). Para entonces Daly había conseguido un ensamblaje simplemente perfecto de todas las piezas que cuidadosamente había coleccionado.
No faltaron voces críticas a un estilo de juego que, junto a la innegable calidad de muchos de sus jugadores, también mostraba un lado oscuro y reprobable que derivaba en un gusto por la violencia y la tangana nunca conocido con anterioridad. La fortaleza defensiva de Laimbeer, Rodman o Mahorn se imponía con todas las armas posibles que podían incluir codazos o agresiones con la misma naturalidad con la que su luchaba por un rebote. Hasta los artistas como Thomas no rehuían el contacto agresivo. El número de multas y suspensiones que acumularon daría para escribir un libro entero. Hay quien considera que los triunfos de Detroit suponen un punto de
inflexión en la competición y que, siguiendo su ejemplo, los equipos empezaron a optar por un baloncesto más físico y defensivo en perjuicio de la creatividad ofensiva. Sin embargo esta reflexión no es del todo justa ya que el recurso a la dureza no era exclusivo de los Pistons. Incluso los Celtics de Bird o Machale no dudaban en ir a acudir a ella si la ocasión lo requería, como mostraron en la final del 1984 ante los Lakers. Una imagen de un duelo en el Garden dejó patente este concepto del juego: en la lucha por el rebote Robert Parish agredió a Laimbeer de forma explícita. El center blanco se levantó del suelo y siguió jugando como si nada hubiera pasado; para él era una jugada más.
La época dorada de Detroit tuvo un inicio y un fin como pasa siempre. Y la conclusión tuvo mucho de metafórica. En 1991 jugaron las finales de conferencia contra Chicago. Jordan y Pippen estaban hartos de esperar para ponerse su primer anillo y habían evolucionado hacía convertirse en un equipo ganador. Las series no dejaron lugar a la duda, y en cuatro encuentros los campeones fueron despachados. Al final del cuarto partido los titulares de Detroit abandonaron el banquillo con algunos minutos por jugarse. Sabían que su época había pasado.