sábado, 27 de septiembre de 2014

LUIS ARAGONÉS Y SUS FRUSTRADOS FICHAJES POR EL MADRID


El recientemente fallecido “Sabio de Hortaleza” es un mito del fútbol español en general y del Atlético de Madrid en particular. El hombre que cambió el destino de la selección española rotó por los banquillos de numeroso equipos: Sevilla, Español, Betis, Mallorca, Valencia, Barcelona, Oviedo…..y por supuesto Atlético de Madrid, entidad en la que ya lo había sido todo como jugador y de la que se hizo cargo en varias etapas distintas (1974-1980; 1982-1987, 1991-1993 y 2001-2003). En ese impresionante currículo sólo falta una cosa: haber dirigido al Real Madrid algo que parece altamente improbable para un hombre que fue santo y seña del rival capitalino y pasó a la historia por apartar de la selección al mito madridista contemporáneo por excelencia: Raúl González. Al mismo que en vísperas del derby de la final de Copa de 1992 dijo a los jugadores del Atlético “estoy hasta los huevos de perder contra estos en este campo” y que arengó a Futre a hacer el partido de su vida como venganza a los ninguneos que su compañero de equipo Pizo Gómez había sufrido ante rivales como Míchel o Gordillo.
Pero lo cierto es que hasta en tres ocasiones el banquillo del Bernabéu estuvo cerca de Aragonés. Ramón Mendoza, presidente blanco de 1985 a 1995 tuvo al de Hortaleza como uno de sus entrenadores más deseados, aunque nunca pudo hacerse con sus servicios.  El mítico entrenador había empezado de juvenil en el Madrid para, con el tiempo, ser una leyenda del Atlético.
La primera vez que Luis estuvo en la terna para entrenar al Madrid fue en 1985. Mendoza acababa de llegar a la presidencia y mantenía al legendario Luis Molowny en el banquillo, pero el canario ya le había advertido que no deseaba continuar bajo ninguna circunstancia. Mendoza tentó a Luis con un suculento contrato y unas perspectivas deportivas más que interesantes; la Quinta del Buitre empezaba su explosión que le llevaría a ganar cinco Ligas. El madrileño lo pensó seriamente pero un factor clave determinó que no se decidiera a dar el paso: entonces el presidente del Atlético era Vicente Calderón, el hombre que siempre había apostado por él, que lo había nombrado entrenador en los 70 y lo repescó cuando volvió a la presidencia en 1982. Calderón apeló a la fibra sensible de la lealtad de muchos años y consiguió evitar su pase al Madrid, cosa que no pudo hacer con Hugo Sánchez. Lo curioso del caso es que durante la pretemporada siguiente, Luis sufrió un episodio depresivo que le hizo abandonar el banquillo rojiblanco en plena preparación. Volvería unos meses después y al poco de volver a dirigir a los Arteche, Setién  o Landáburu el que se iba, pero para siempre, era Vicente Calderón a los 73 años por una hemorragia cerebral. Poco tiempo después Jesús Gil irrumpía como elefante en el Atlético y a poco de tomar posesión casi llega a las manos con Luis. El entrenador le reclamaba el cumplimiento de un contrato previo firmado con Calderón que le nombraba director deportivo, y el nuevo mandatario le dijo que no con su sutileza habitual. El tema terminó con cruce de descalificaciones y con la promesa de Gil que Luis no volvería nunca al Atlético con él de presidente, aunque fuese el último entrenador sobre la faz de la tierra.
Después de un accidentado paso por el Barça como puente hasta Cruyff, el preparador pensó dejar los banquillos y de hecho pasó dos años sin entrenar. Pero en 1990, Gil llamó a su puerta. Sus fracasos en los tres primeros “proyectos” le obligaban a tragarse sus palabras y quiso contar con Luis de entrenador. Pero el tema no llegó a concretarse y el que sí se hizo con los servicios del mismo fue el Español, con lo que volvía a la Ciudad Condal. A mediados de temporada John Toshack fue cesado en el Madrid y Mendoza quiso fichar de nuevo a Aragonés: ofreció pagar un traspaso al Español, y el propio entrenador pidió ser trasferido; quizá pensaba que se había equivocado años atrás y más teniendo en cuenta cómo fueron los acontecimientos posteriores. Pero en esta ocasión, el club blanquiazul se negó en redondo a dar el visto bueno a la operación y hasta consideró al maniobra del Madrid como desestabilizadora. El técnico acabó su contrato y el año siguiente dirigiría a un equipo de la capital, pero éste era de nuevo el Atlético que contaba con Futre y Schuster y con el que ganaría la famosa final de Copa ante el Madrid con el motivador discurso antes señalado.
Como los caracteres de Gil y Luis estaban condenados a enfrentarse otra vez, la siguiente temporada el entrenador fue destituido tras una humillante derrota por 0-5 ante el Barça en la Copa. Luis pasaría a entrenar al Sevilla al que clasificaría para la U.E.FA y luego firmaría por el Valencia, con el que cuajaría una gran campaña llevándolo a un muy meritorio segundo puesto, sólo superado por el Atlético de Radomir Antic. Entre medias en el Real Madrid hubo un motín directivo y el vicepresidente Sanz sustituyó a un cuestionado Ramón Mendoza. La situación deportiva del Madrid era más bien mala y Lorenzo Sanz quiso cambiar el rumbo fichando a dos de las figuras de la Liga española de esos años: el croata Davor Suker y el montenegrino Pedja Mijatovic. Ambos habían trabajado bajo las órdenes de Aragonés y le tenían en mucha estima. Lorenzo Sanz quiso pues traérselo para su ambicioso proyecto del año siguiente pero el destino volvió a negar la posibilidad de ver a Luis de blanco: ya había comprometido su palabra de renovar con el Valencia. Como le sucedió en otras ocasiones, la decisión quizá no dio los frutos apetecidos, en la siguiente temporada los malos resultados provocaron su cese.
Por lo tanto es evidente que los astros nunca jugaron en favor de que el mito rojiblanco por excelencia “traicionara” sus esencias para fichar por el rival. Pero no es menos cierto que la posibilidad estuvo en ocasiones cerca de consumarse y sólo las circunstancias lo impidieron. Es algo característico del cambiante e inestable mundo del balón en el que se apela a la fidelidad a los colores pero se cambia el discurso con mucha facilidad. No en vano, allá por el verano de 1994 la secretaría técnica madridista manejaba como futurible fichaje a un centrocampista argentino de mucha fuerza y garra (el nuevo Stilike decían) y que fue descartado porque el nuevo entrenador, Valdano, quería a toda costa el fichaje de Fernando Redondo para esa posición. El nombre de ese centrocampista argentino que estuvo en la órbita del Madrid era el de un tal Diego Pablo Simeone



LA GUERRA CRUYFF-NUÑEZ INCENDIA EL BARÇA


Cuando Johan Cruyff fue fichado como técnico del Barcelona en 1988 el presidente Núñez, se vio obligado a cederle plenos poderes en la parcela deportiva, tal y como exigía el holandés. El año 1988, en el que concretó su contratación como entrenador, había sido muy malo para el mandatario, con el público en contra ante la falta de éxitos deportivos de relumbrón (una Liga en 10 años) y con la sombra de la final de la Copa de Europa perdida en Sevilla ante el Steaua de Bucarest. El Barça deambulaba por la Liga sin pena ni gloria, y sólo la Copa del Rey ganada ante la Real Sociedad en el Bernabéu con Luis Aragonés de entrenador, permitiría al equipo jugar en Europa el año siguiente. A ello había que añadirle el deterioro institucional provocado por el llamado “motín del Hesperia” en el que la plantilla pidió la dimisión de la junta directiva al completo.
La siguiente temporada había elecciones. Nuñez tenía apalabrado a Javier Clemente para ser entrenador del Barça, pero su vicepresidente Nicolás Casaus, le convenció que fichar a Cruyff le daría una ventaja insuperable de cara a las mismas, en las que el nacionalismo catalán tenía un candidato para retomar el control del club. Sixte Cambra. Núñez, un constructor vasco asentado en Cataluña, había sido siempre considerado un intruso por la acomodada burguesía nacionalista. Cruyff era una referencia emocional importante para una masa social desencantada y además Cambra podía también captarlo como gancho electoral. Nuñez tuvo que contratarlo por un sueldo muy elevado y el Barcelona asumió los problemas del holandés con la Hacienda española, que se remontaban a sus años de jugador.

Aunque en sus dos primeras temporadas salvó los muebles a última hora (ganando Recopa ante la Sampdoria y Copa del Rey ante el Real Madrid), tras muchos altibajos y no pocos rumores de cese, a partir de 1990 el Barça juntó un gran equipo que, con mucha fortuna y buen juego, conquistó cuatro Ligas seguidas y una Copa de Europa. Cruyff revolucionó  el fútbol español con un estilo muy ofensivo y vistoso en el que los factores atacantes primaban sobre los defensivos y de la mano de jugadores como Guardiola, Stoichkov, Amor, Laudrup, Koeman o Romario devolvió la alegría al Camp Nou y desterró para siempre la leyenda de equipo perdedor que había perseguido al Barça
Estos éxitos le hicieron aumentar el ego de forme notable y a medida que pasaban los años su figura se engrandecía ante la masa social culé. La Junta directiva recelaba de ese poder omnímodo pero se veía obligada a cumplir con las exigencias del entrenador que había llevado a lo mas alto al Barça. Tras ganar la cuarta Liga seguida el equipo se plantó en la final de la Champions League ante el Milán de Fabio Capello, Cruyff proclamó la superioridad de su equipo y que el Milán no le impresionaba en absoluto. Sobre el terreno de juego los rossoneros dieron un sonado baño al Barça que se vió impotente para superar el entramado defensivo italiano y fue arrasado por 4-0. Ya a finales de esa temporada el entrenador había decido prescindir de dos de los emblemas del equipo: el capitán Zubizarreta y el delantero Michael Laudrup, puesto que , en la práctica, todo el que osaba hacerle sombra terminaba saliendo del club. A ello había que añadir  que el técnico quería controlar aspectos como la duración de los contratos o la política de salarios, amén de mostrar sin reparo desprecio por las opiniones de los directivos en materia deportiva.

A Núñez le irritaba ese protagonismo, puesto que parecía que sólo Cruyff era responsable de los triunfos. El técnico empezó a perder su buena estrella. En la séptima temporada acabó en blanco por primera vez desde que se sentaba en  el banquillo culé, y es que puede decirse que sus decisiones en materia de fichajes fueron bastante estrambóticas: jugadores como Escaich, Sánchez Jara, Eskurza o Korneiev distaban de tener el nivel adecuado para un equipo que había impresionado por su juego y resultados y que vivía el éxodo de sus mejores activos por razones de edad o incompatibilidad con Cruyff que, además, empezaba a mostrar rasgos de peligroso nepotismo con la introducción de su hijo (Jordi) y su yerno (Angoi) en la plantilla. Pese a ello, el crédito acumulado en los grandes años del llamado “Dream Team” le hizo tener una nueva oportunidad de remodelar la plantilla y en la temporada 1995-96 llegaron jugadores como Figo, Kodro, Prosienecki o Cuéllar. Parecían incorporaciones de más fuste, pero los resultados no acompañaron y el juego del equipo era mas bien plano. Tras una nueva temporada sin títulos Cruyff declaró que si se quería volver a la élite se necesitaban estrellas que marcasen las diferencias tipo Ginola (un extremo francés muy de moda en esos años) o un jovencísimo Zinedine Zidane que despuntaba en el Burdeos y que acabaría firmando por la Juventus de Turín. Núñez, que ya por entonces quería deshacerse del técnico, contestó que “con 2.000 millones ficha hasta mi portera” a lo que Cruyff respondió con otra ironía envenenada “pues mi portera no es presidente de un club de fútbol”. Dos jornadas antes de la finalización del campeonato el entrenador de las cuatro Ligas seguidas (hazaña que ni siquiera igualaría el fabuloso equipo de Guardiola) era cesado en medio de un áspero cruce de declaraciones. Unos meses después, con el inglés Robson de entrenador el Barcelona gastaba más de 5.000 millones de pesetas en fichar a Ronaldo, Giovanni, Victo Baía, Couto, Pizzi y Luis Enrique
Los curioso del caso es que tanto Núñez como Cruyff habían hecho muy bien sus papeles. El segundo había montado un gran equipo y dejó un legado que dura hasta nuestros días, el primero por su parte aguantó al técnico cuando todos pedían su cese en los peores momentos de sus dos primeros años y hasta su conflicto final siempre trajo lo que el entrenador le pedía. Ambos cambiaron la historia del Barça, pero sus personalidades chocaron.