A finales de los 80 destacaba
poderosamente en el Valladolid un joven defensa con potencia física y buena
salida con la pelota. Su nombre era Fernando Hierro y era hermano de Manolo,
otro central que, curiosamente, no había triunfado en el Barcelona que lo fichó
para el ejercicio 1988-89, pero no consiguió encajar en los sistemas de Cruyff
y terminó siendo cedido. En un partido en el Vicente Calderón de esa misma
temporada, Fernando Hierro no podía jugar con el Valladolid al estar lesionado.
Cuando visitó el vestuario de su equipo a desear suerte a sus compañeros se
encontró con una sorpresa: su presiente Miguel Pérez y el del Atlético, Jesús
Gil y Gil habían acordado su traspaso al club rojiblanco, sin contar con él.
Hierro jugaría en el Valladolid como cedido un año más y cobraría 25 millones
de pesetas por temporada. El “Estudio Estadio” de ese fin de semana guarda una
joya de la la hemeroteca con un estupefacto Hierro posando con la camisola del
Atlético.
Al jugador no le gustó, sin embargo,
que se le tratara como mercancía y a través de su representante, entabló
contactos con el Real Madrid, que también había mostrado interés en el mismo.
El Presidente del Real Madrid era Ramón Mendoza un gallego de peculiar ironía y
que en aquellos años mantenía una divertida guerra con el presidente colchonero
en la que los dos se lanzaban dardos envenenados todas las semanas. Mendoza vio
la oportunidad de meterle un gol a su rival y llegó a un acuerdo con Hierro que,
asimismo, comunicó a su presidente que no estaba dispuesto a fichar por el
Atlético. Al mandatario pucelano no le hizo gracia el tema, ya que era muy
amigo de Gil pero no le quedó otra que echar abajo su acuerdo con el mismo:
Hierro acababa contrato en un año y si no lo traspasaba ahora, el Valladolid no
vería ni una peseta por su mejor activo. De tal forma que en la temporada
1989-90 el malagueño iniciaría un periplo exitoso en la entidad blanca.
El lenguaraz e impulsivo Gil no se
cortó un pelo, tildó a Mendoza de “filibustero”
y dijo que Hierro era un chico joven que se había dejado embaucar por el
Madrid. Sin embargo ni perdonaba ni olvidaba (“quien a Hierro mata a Hierro muere”). En el verano siguiente un día
las oficinas del Bernabéu tuvieron un sobresalto: Losada y Aldana dos promesas
de la cantera banca se presentaron diciendo que tenían una oferta en firme del
Atlético para acogerse al Real Decreto 1006/85, (la fórmula legal que introdujo
las cláusulas de rescisión por la que los futbolistas podían romper sus
contratos), que mejoraba sus emolumentos y que, o se les incrementaba la ficha
o se acogían a ella para cruzar el charco y jugar en el rival capitalino. No
eran dos titulares, pero el entrenador Toshack, advirtió que perderlos era un
contratiempo importante para una temporada larga y llena de partidos y además
el club blanco tenía muchas esperanzas en ellos para el futuro. Mendoza se vio
obligado a incrementar la ficha de dos jugadores (Losada llegó a cobran 50
millones de pesetas al año y Aldana 40), por cantidades exageradas para unos
reservas. Gil no consiguió su objetivo, pero al menos dio un susto a su rival y
le obligó a hacer un esfuerzo económico con el que no contaba. La guerra, sin
embrago, continuó "No pararé hasta
quitarle un jugador al Real Madrid" decía el soriano. El Real Madrid,
por su parte, sorprendió a todo el mundo fichando a Joaquín Parra, un
rojiblanco que había sido descartado por el entrenador colchonero de ese año,
Javier Clemente, lo que sonó a nueva chinita, puesto que el sevillano apenas
jugaría. Gil respondió con ironía "También me alegro de que
al Madrid le sirva lo que Clemente desprecia, o a lo mejor lo que sucede es que
Mendoza piensa que ha fichado a un Maradona".
Un par de años después consiguió su
obsesión. Sebastián Losada no acabó de encajar en el Real Madrid y decidió,
finalmente, fichar por el Atlético, que contaba con Futre y era dirigido por
Luis Aragonés. Pero el sueño de Gil acabó en pesadilla; el delantero cuajó una
temporada desastrosa con apenas un gol y fue descartado por el entrenador.El
dirigente estalló y despidió a Losada, que entabló un pleito con el Atlético
que terminaría costando al club casi 200 millones de pesetas, puesto que la
ficha del jugador era muy alta. Un gol muy caro cuyo origen era una peculiar
riña de gatos en el fútbol de la capital.