No existe un mito más asentado en la historia del Athletic de Bilbao que
José Ángel Iribar, el guardameta que defendió los palos del viejo San Mames en
los años 60 y 70. Conviene recordar que El
Chopo, así era apodado, no levantó ninguna de las ocho Ligas que se
encuentran en las vitrinas del centenario club vasco y sólo pudo engrosar su
palmarés con dos Copas del Generalísimo en dieciocho temporadas. Pero el
público rojiblanco no tuvo eso en cuenta: lo que realmente valoró fue el hecho
que Iribar sostuvo al Athletic en años de vacas flacas, cuando su legendario
equipo de los 50 se hizo mayor y los chavales de Lezama se veían obligados a
tirar del carro, frente a rivales que disponían de más potencial económico y
que, cuando se legalizaron, pudieron reforzar sus equipos con foráneos. Así que
Iribar fue un bastión que evitó males mayores, la amenaza del descenso, y la
preservación de una tradición que vale mucho más que los trofeos que se puedan
levantar.
Este referente emocional es habitualmente despreciado por los poderosos
tótems de nuestro fútbol (y sabemos de quien hablamos) que identifican a sus
mitos por su participación en triunfos concretos y que sólo restringen las
trayectorias al palmarés. Francesco Totti pudo salir de la Roma en busca de
engrosar su curriculum, pero decidió seguir en la ciudad eterna y pudo
retirarse con sus sueños cumplidos en su totalidad: fue campeón del mundo con
su país y ganó Liga y Copa con el club de sus amores. Steve Gerard colgó las
botas sin saber lo que era ganar una Premier, pero forma parte del santuario de
Anfield, tanto como las leyendas del Liverpool que dominaron Inglaterra y
Europa en los 70 y 80. Todos buscan el triunfo, desde luego, pero no todos
tienen el camino tan allanado para conseguirlo en función de potenciales
económicos, institucionales o mediáticos.
Fernando Torres fue un jugador gafe de la historia del Atlético de
Madrid. Y quizá ni si quiera uno de los mejores. Pero forma parte de sus emblemas históricos junto a Collar, Luis
Aragonés, Gárate, Futre o los recientes Simeone, Godin o Griezzman. Y es un
emblema porque precisamente, tuvo que apechugar con apenas dieciocho años con
la peor época deportiva del club, esa que transitaba en los estertores del
Gilismo, por los campos de segunda división y que deambulaba sin pena ni gloria
por la primera, en busca de una grandeza que, conforme a las previsiones de
Luis Aragonés, tardaría una década en llegar. La misma época en que sus
compañeros de viaje eran Alvaro Novo, Musampa, Javi Navarro, Peter Luccine,
Martin Petrov o Nikolladis; el periodo en el que el banquillo del Manzanares lo
ocupaban sucesivamente Gregorio Manzano, Cesar Ferrando, Pepe Murcia o Javier
Aguirre. Es fácil destacar y engrosar trofeos cuando te acompaña lo mejor del
mercado, al precio que sea. Más complicado es tirar del carro en régimen de
escasez, mantener la ilusión de la hinchada cuando la nada te rodea con
frecuencia e inventar soluciones a problemas que parecen irresolubles. Torres
fue el faro que guió al equipo en los años de plomo, su único referente de
calidad cuando los mejores tiempos quedaban lejos y el elemento clave que al
menos impidió que se volviera a coquetear con el fantasma del descenso. Tuvo
que emigrar para crecer deportivamente y dejó una buena cantidad de dinero en
las arcas del club, que sirvieron para afrontar el fichaje de Forlan, y de la
mano de la selección española alcanzó la gloria deportiva que buscaba. De
alguna forma sus grandes campañas en la Premier, en Anfield, hasta que las
lesiones le lastraron eran vividas con orgullo por una afición que no conocía
más referentes que el chico de Fuenlabrada que le mantuvo la ilusión.
Cuando volvió e 2015 consiguió reunir a 45.000 personas en el Calderón
el día de su presentación. No era el Atlético el erial que dejó, sino un club
transformado y competitivo de la mano de Simeone. Tampoco gozó de plena fortuna
en su regreso, ya que no pudo culminar el sueño de la Champions en la noche
triste de Milán y se vería relegado al banquillo en sus últimas temporadas, con
una relación muy deteriorada con el técnico; dos emblemas que terminaron
chocando por una mezcla de elementos deportivos y de egos. Su único título de
colchonero (la Europa League de Lyon) le cogió como elemento muy secundario.
Por jugarretas del destino, Torres no pudo asociar su glorioso periplo por el
Atlético con el éxito deportivo como Gaby, Godin o el propio Diego Costa, así
como otras leyendas colchoneras de tiempos pasados, pero su figura se agiganta
ante la hinchada por que su aportación ha ido mucho más allá que lo que en
realidad significa un trofeo.