jueves, 10 de noviembre de 2011

ITALIA 90: EL TRIUNFO DEL ANTI-FÚTBOL


A medida que se van consumiendo los campeonatos de fútbol del mundo la memoria los va dejando en el olvido. En realidad hace unos cuantos años un Mundial era un acontecimiento planetario sólo comparable a una Olimpiada. En los últimos tiempos la extraordinaria explosión de retrasmisiones de partidos a todas horas y el hecho que se puedan ver en todo el mundo ha provocado una cierta apatía respecto del acontecimiento de la Copa del Mundo. Ya pasó la época en la que se trataba la única posibilidad de ver fútbol a todas horas y de presenciar la labor de los astros del balón de forma viva.
Muchos son los recuerdos que han dejado los diversos mundiales: el “maracanazo” del 50 de Uruguay, ganando la final al anfitrión Brasil; el polémico gol de Inglaterra en la final contra Alemania en 1966 en Wembley, los tantos de Kempes del 78, la mítica semifinal Francia- Alemania del 82 o la explosión de Maradona en el 86. De forma reciente quién no recuerda el cabezazo de Zidane a Matterazzi en Alemania o el gol de Iniesta en Sudáfrica. Pero entre todos los campeonatos apenas se hace referencia a uno muy peculiar y no fue otro que Italia 90; si singularidad es ,de hecho, muy destacable: acaso de trató del peor Mundial jamás jugado.
Desde 1934 el país trasalpino no vivía una Copa del Mundo y todo parecía planificado para el triunfo de los anfitriones. No en vano el fútbol italiano dominaba Europa de la mano del Milán y las potencias emergentes como la Sampdoria o el Nápoles. En su alineación inicial se contaba con nombres destacados: Zenga, Maldini, Donadoni, Baresi o Baggio nada menos. A todos ellos hubo que unirle una revelación, el delantero Toto SchillacI que resultó ser el máximo goleador del campeonato.
El resto de selecciones mostraba en apariencia buenos mimbres para dar una gran competición. Los campeones, Argentina, seguían contando con un Maradona en plenitud aunque el resto del plantel, con alguna que otra excepción, no era precisamente de ensueño. El eterno aspirante, Alemania, tenía su principal atractivo en el banquillo, en la figura de su más destacada leyenda Franz Beckembauer y destacados jugadores que triunfaban, sobre todo en Italia, Klisman, Mattaus o Voller. Brasil mostraba una alineación algo inferior a su calidad habitual aún con Careca o Alemao entre sus huestes y las promesas de siempre, España e Inglaterra, resultaban una incógnita sin resolver de antemano.
Desde el comienzo el campeonato mostró un perfil bajo, bajísimo. Algunos protagonistas de las últimas ediciones como Francia no estaban entre las selecciones participantes y los brasileños mostraban una inusitada tendencia al juego defensivo. Alemania cumplía en su línea: tan correcta como poco entusiasmante y Argentina era la mediocridad en estado puro con las excepcionales intervenciones de su astro y capitán. Inglaterra mejoraba su nivel gracias a la participación de una nueva generación dispuesta a sacar a las islas de su ostracismo futbolístico: Barnes, Lineker o Platt y el omnipresente Paul Gascoine y España era el eterno quiero y no puedo con nombres peculiares en el equipo como Górriz o Villarroya.
Los cruces a partir de octavos dieron emoción pero no juego. En ellos se coló la horrenda Irlanda de Jackie Charlton, entonces una selección en boga. La mayoría de partidos se resolvieron por la mínima y sin apenas juego y sólo la `presencia de la exótica Camerún dio algo de mordiente al asunto. En cuartos de final ante Inglaterra llegó a ir ganando 1-2 y sólo con dos penaltis dieron a torcer su brazo con lo que los pross alcanzaron su primera semifinal en más de veinte años. Pero la principal pesadilla fue la selección argentina, en pleno apogeo del “Bilardismo” el juego del equipo era un atentado a la vista de cualquier espectador; ganaron los octavos ante Brasil sin tener más oportunidad que el gol de Caniggia casi al final del partido, pasaron los cuartos por penaltis ante Yugoslavia tras un horrendo partido y en las semifinales parecían carne de cañón de los anfitriones, que se encaminaban a un título más fácil de lo previsto.
Casi por una jugarreta del destino el partido se disputó en Nápoles. No era una sede cualquiera era el templo en el que se adoraba a Maradona cada dos domingos. Los tiffossi napolitanos fueron claros: entre Diego e Italia, el primero tenía preferencia. Nápoles era el sur, lo olvidado del país trasalpino, la zona donde la camorra imperaba ante la desafección de las autoridades de Roma, aquella parte del país que despreciaban los ricos del norte. Y Maradona les había hecho campeones frente a los grandes y eternos dominadores: Juve, Inter, Milán….así que el factor campo tuvo en esta ocasión, un efecto perverso.
El partido fue trabado, áspero en la línea que buscaban los argentinos que se quedaron con 10 en la prórroga. SchillacI adelantó pronto a los italianos pero Caniggia empató en el segundo tiempo. El equipo azzurro fue cayendo en la tela de araña que tejió la albiceleste y el partido derivó en un festival de juego subterráneo que sólo Maradona podía romper. Se llegó a la decisión desde el punto fatídico y allí un desconocido arquero argentino, Goycoechea se erigió en héroe nacional argentino al para dos penales. Fue la derrota más traumática de Italia y la tercera final argentina en las últimas cuatro ediciones (nunca ha vuelto a ella).



En la final su contrincante no podía ser otro que Alemania. Nadie mejor representaba la efectividad sin brillo que aquél combinado que sin apenas juego se había plantado en las finales de 1982 y 1986. Era su gran oportunidad y la final menos deseada posible. Ya los prolegómenos fueron sintomáticos de lo que se avecinaba: a los pitidos al himno argentino de una afición que no perdonaba la eliminación de su selección Maradona respondió con un significativo “Hijos de…..”. El `partido fue malo, cómo no podía ser de otra forma y Alemania ganó de penalti inexistente a falta de nueve minutos. El final fue metafórico del campeonato que se había vivido: los argentinos montaron tangana tras tangana y acabaron comiéndose al árbitro y con 9 jugadores en el terreno de juego. Alemania rompía su maldición en Beckembauer se convertía en el segundo entrenador de la historia tras el brasileño Zagalo en ser campeón del mundo como jugador y técnico.
Sin embargo nadie puede decir que el Mundial 90 no dejara un legado. La Argentina de Bilardo fue declarada como el equipo más odiado de la historia en una encuesta del año 2010. Desde luego que lo mereció.