Pocas satisfacciones sacian tanto a la legión de antimadrisistas que la comprobación
fehaciente que sus argumentos tienen una base más que sólida para refutar a sus
contrarios cuando estos restriegan en la cara los éxitos europeos. La necesaria
connivencia con el poder del tantas veces laureado club, así como la sospecha permanente
sobre la licitud de los triunfos que tanto invocan, dan a los críticos del
imperio blanco una relajación interna, y provocan en sus adversarios un aire de
indignación y búsqueda furibunda de argumentos en contra, desde la inevitable
referencia al sentimiento de envidia al rastreo incesante de precedentes en
sentido contrario que suelen concluir en aquella noche londinense en la que el
fabuloso Barca de Guardiola tuvo en el trencilla a su mejor aliado, más allá
del inevitable iniestazo.
Sojuzgado por Messi en la competición nacional, en la que sufre asimismo,
los frecuentes picotazos del cholismo, al Real Madrid siempre le queda el clavo
ardiendo de la Champions, hasta el punto que ha creado en ella un seguro de
vida que da cobertura a todos y cada uno de sus sinsabores nacionales. Camino
de su cuarta copa en cinco años, ha establecido una dictadura de apariencia
eterna en la máxima competición continental sostenida en un atípico conjunto de
factores: la seguridad que le otorga su historia en la competición, Cristiano
Ronaldo como implacable ejecutor, una suerte de dimensiones paranormales que curiosamente
se le niega en los trofeos nacionales y las precisas y puntuales ayudas
arbitrales que muestran un talento insuperable para acudir al rescate cuando
las cosas se ponen chungas.
Lo que parecía una noche de trámite europeo terminó derivando en un escándalo
monumental. El guion se salió del itinerario habitual y la Juventus amenazó con
lograr la que probablemente hubiese sido la mayor hazaña de la historia de las
copas europeas; remontar al rey de la Champions un 0-3 en su propio estadio.
Tamaña herejía no podía tener un desenlace final muy diferente del que se
produjo, a fin de cuentas la Vechia Siñora es con el Atlético de Madrid el club
más maldito de la Copa de Europa; no solo ha perdido siete de las nueve finales
que ha jugado, sino una de sus dos únicas victorias vino en el peor escenario posible: la trágica
final de Heysel , en la que fallecieron más de treinta de sus seguidores. La seguridad
con que el colegiado señaló el ligero contacto con Lucas Vazquez en el minuto
93 (cómo no) como indiscutible penalti, no era muy distinta de cómo sus
antecesores se hicieron los suecos con el gol de Ramos en la final de Milán, las
entradas de Casemiro en los cuartos de final ante el Bayern del año pasado, los
goles en fuera de juego del mismo partido, las manos de Ramos en la ida de los
octavos de final ante el PSG, o el súbito ataque de lipotimia que sufrió Toni
Kross en el mismo encuentro ante el roce de un jugador francés en el área. El
arte de la ayuda también requiere de precisión: ésta no es igual de eficaz
según el momento en que se otorgue.
Por otro lado, la debacle del Barca en Roma fue tan tremenda, que casi deja
al otro trasatlántico sin el argumento de los privilegios indebidos del rival.
Que un equipo que cuenta con Messi, y con vientos arbitrales no muy alejados de
los merengues, deje en bandeja un dominio de la Copa de Europa casi similar a
la de los años del NO-DO, al Real Madrid es algo cercano a lo inaceptable.
Puede encontrar consuelo a su aplastante
dominio del ámbito doméstico y hasta en sus reiterados paseos ligueros por
Chamartín, pero no parece que sea suficiente. No en vano, el Barça siempre ha
funcionado en la Champions de forma regular pese a sus cinco entorchados: ganó
la primera con Cruyff aprovechando la ausencia por sanción del imperial Milán
de entonces en ese ejercicio (siendo barrido por el mismo en la final de un par de años después), solio hacer en ridículo en los años dorados de
Figo y Rivaldo, y hasta en la fastuosa era Guardiola solo calzó dos de cuatro,
una de ellas además bajo sospecha por aquello de lo que pasó en Stanfor Bridge.
Durante la retransmisión del Madrid-Juventus me impactó mucho la imagen
reiterada de una joven aficionada madridista con cara de angustia ante la
catástrofe que asolaba a su equipo. Dada su juventud esa chavala no tenía la
tranquilidad interna que los antimadridistas veteranos teníamos en nuestras
casas. Éramos muy conscientes de lo que iba a pasar y casi adivinábamos el cómo,
y en fondo nos hacía algo de gracia el desarrollo de policiaco rutinario que
mostraba el encuentro: su desenlace lo habíamos visto tantas veces que hasta
nos dejaba indiferentes. Pero a fin de cuentas, nos ha permitido llenar
nuestras carpetas de memes con las que contraatacar en caso de que levante la
decimotercera.