Los finales apretados son la salsa de las ligas. Aunque ganar un campeonato siempre desata la euforia del aficionado, no cabe duda que los triunfos acompañados por sufrimiento y la incertidumbre gozan de una posición muy especial en la memoria de los aficionados y de los protagonistas de tales lances. La explosión que conlleva celebrar el triunfo tras la tensión acumulada de muchas jornadas y cientos de pronósticos y sueños es uno de los momentos más esperados que el deporte de élite puede conocer.
La historia del futbol español ha conocido de numerosos finales de infarto grabados a fuego en la memoria colectiva: aquél título del Valencia forjado en un empate en el Manzanares entre rojiblancos y azulgranas, el gol in extremis de Zamora en El Molinon, la derrota del Real Madrid en Valencia dándole en bandeja el título al Athletic de Bilbao o el inolvidable y trágico penalti en Djukic en el 94 que supuso el cuarto título del arrollador Barca de comienzos de los 90. En todos y cada uno de ellos dos equipos o más buscaban la gloria y sólo uno la obtuvo tras una prolongada agonía de 90 minutos. Son jornadas de transistores o televisión, de comienzos simultáneos y alternancias en el podio, de tránsitos febriles de la gloria al fracaso.
A comienzos de los años 90 dos ligas se decidieron de la misma forma y con los mismos protagonistas: el Barca, el Real Madrid y un tercer invitado inesperado el Tenerife. Los canarios habían ascendido a primera división en 1989 y deambulaban por la zona media- baja de la tabla sin grandes apuros pero sin mucha brillantez. Desde el inicio había mostrado un cierto buen gusto por fichar a jugadores de nivel técnico, entre sus objeticos no se encontraba el mantenerse en la máxima categoría a base de cerrojazos. Quique Estebaránz, Felipe o un joven argentino llamado a marcar una época, de nombre Fernando Redondo, mostraban un estilo depurado aunque no cuajado del todo. A mediados del año 91-92 llegó a las islas una vieja gloria del Real Madrid y la selección argentina: Jorge Valdano, discutido defensor del futbol espectáculo y de toque dejó una cómoda carrera de periodista deportivo por la incertidumbre de los banquillos. Aquellos sería sus mejores años como entrenador.
Madrid y Barcelona seguían con su dominio eterno del balompié hispano aunque la rivalidad empezaba a mostrar cambios importantes. Los culés habían ganado la Liga anterior rompiendo el monopolio blanco sobre la liga. Aún más: la ansiada Copa de Europa había sido conquistada tras una final ante la Sampdoria italiana. Casi cien años de fantasmas se enterraron de golpe tras el lanzamiento de falta de Koeman. Pero en España el panorama había vuelto por donde solía: desde la sexta jornada el Real había liderado el campeonato protagonizando un fenómeno curioso, destituir al entrenador que lo había encaramado desde el inicio al primer puesto, Radomir Antic, por considerar que el equipo no daba espectáculo sustituyéndolo por un viejo conocido de la casa blanca: Leo Beenhaker campeón de Liga tres años consecutivos. El cambió no dio los frutos esperados, se siguió jugando mal y se empezaron a perder partidos, especialmente fuera del Bernabéu.
Por su parte el Barcelona tras no pocos titubeos terminó asimilando el 3-4-3 impuesto por Johan Cruyff y la victoria en la máxima competición continental relajó a los jugadores azulgranas de tal forma que empezaron a sucederse las victorias en la recta final de la temporada que dejaron todo por decidir para la última jornada. El Real Madrid visitaba Tenerife y el Barcelona recibía al Bilbao en el Camp Nou. A los blancos sólo les valía la victoria ya que la diferencia de goles favorecía a los catalanes. Y había elementos para la suspicacia: el Tenerife no se jugaba nada y en sus filas había dos destacados exmadridistas: el portero Agustín González y el entrenador Valdano. El victimismo tan clásico de los azulgranas de entonces proclamó escepticismo sobre la voluntariedad canaria para ganar el envite. Tal vez por eso empezaron a correr los maletines incentivadores.
Cuando la gran tarde llegó los acontecimientos tomaron un giro inesperado. El Barca ganaba con facilidad su partido; pero había un problema y no era otro que el Madrid hacía lo mismos. A los 25 minutos un rotundo 0-2 se señalaba en el video marcador del Heliodoro Rodríguez López. Todo parecía decidido pero caso al final de la primera parte los locales recortan la distancia. Todo estaba por decidir. Y la segunda parte cambió el rumbo de la historia. A los veinte minutos el Madrid marca pero el linier había levantado la bandera. La repetición de Canal Plus muestra que no había fuera de juego, pero todo sigue igual. Y en apenas cinco minutos la locura: jugada personal de Felipe que se interna en el área y centra raso; el defensa central brasileño Ricardo Rocha introduce el balón en su propia portería. Ya entonces la liga era azulgrana. Pero la cosa no ha acabado ahí. El Real atolondrado saca de centro y Sanchís realiza la cesión al portero más absurda jamás vista. Buyo trata de coger la pelota y lo despeja hacia la propia portería donde Pier remacha el 3-2 definitivo. Fin de la liga y de la hegemonía blanca.
Un año más tarde todo un deja vu. El Barca recibe a la Real Sociedad y el Madrid acude de nuevo a Tenerife. En esta ocasión los de Valdano no necesitan primas de motivación: se juegan entrar en la U.E.F-A un hito para un conjunto que no mucho tiempo atrás se encontraba en la mismísima 2ª B. Se repite la historia, aunque con menos dramatismo: el Real pierde 2-0 con goles de Dertycia, ambos de espectacular testarazo. Gracia Redondo el árbitro hace el resto, y no señala dos penaltis claros en el área canaria. Los tiempos han cambiado y las ayudas tantas veces criticadas por los rivales de los madridistas ahora van en otra dirección. El “Dream Team” camina hacia la historia, es su tercer título consecutivo y no se olvidaran de su aliado inesperado, ya que la insignia de oro y brillantes del club irá para los jugadores que han ajusticiado a sus eterno rival, algo inédito en la historia. Valdano ficharía años más tarde por el rival al que había ajusticiado con desigual suerte, ganó una liga el primer años y fue cesado el segundo.
Esas ligas marcaron la transición en el dominio del fútbol hispano. De 1953 a 1990 los azulgranas sólo ganaron cuatro ligas frente veintiuna de los del Concha Espina. A partir de ahí por el Camp Nou han pasado once campeonatos por seis madrileños además de cuatro Ligas de Campeones. Hasta Tenerife una maldición recorría los cimientos de Can Barca, parecía como si sólo se pudieran ganar ligas con más de diez puntos de diferencia sobre el segundo. Hoy en día el Tenerife ha desaparecido del primer plano de la actualidad futbolística. Pero nadie olvidará su importancia por aquellos días.