sábado, 20 de agosto de 2011

BERND SCHUSTER: EL CRACK DÍSCOLO


En el fútbol actual existen buenos centrocampistas, pero escaso directores de juego. La tendencia cada vez más acusada de dotar de músculo a la zona media de los equipos ha provocado la casi erradicación de uno de los instrumentos más letales para sorprender al contrario: el pase en profundidad. Hoy se habla de doble pivote con intención de juntar a un medio centro creador y otro destructor. No obstante la creación se suelo limitar al pase en corto en el mejor de los casos. En no pocas ocasiones la única misión de ambos es destruir.
Ha habido muchos jugadores que han destacado en ese apartado, pero pocos alcanzaron el grado de excelencia de un alemán llamado Bernd Schuster, que se convirtió en un referente de la liga española durante trece años distribuidos de forma más que peculiar: nada menos que en Barcelona, Real Madrid y Atlético de Madrid.
Su irrupción en el concierto del fútbol europeo de comienzos de los 80 fue arrolladora, con apenas 21 años lideró a la selección alemana campeona de la Eurocopa de 1980. Era el jugador teutón llamado a marcar una época tras la retirada de los grandes ídolos de los 70, pero con apenas 23 partidos internacionales decidió abandonar a la selección por un conflicto surgido en torno a la disputa de un amistoso que coincidía con el nacimiento de su hijo. Su carácter díscolo e inconformista le granjearon un buen puñado de enemigos y no pocos malos ratos. En realidad siempre pareció mostrar un cierto aire infantil o cuanto menos inmaduro en su forma de actuar. Con su liderazgo sobre el campo es muy probable que los dos subcampeonatos mundiales de Alemania en los años 82 y 86 se hubiesen transformado en títulos. O al menos en una mejor imagen, ya que las selecciones que obtuvieron tan destacables resultados no fueron jamás recordadas por su juego y sí por su tesón y suerte, los dos grandes distintivos de la selección centroeuropea durante no pocos años.
En Shuster se concentraban todos los elementos del medio creativo: una imponente presencia era solo en comienzo de auténticos recitales futbolísticos con una de las mejores visiones de juego jamás vistas. Poner la pelota en el lugar exacto que se quiere cuando el objetivo de uno se encuentra a más de treinta metros es una virtud al alcance de muy pocos. En el bávaro eso se conseguía con una efectividad y tranquilidad pasmosa. A esto había que añadirle una especialización en las jugadas a balón parado realmente notable. Se puede decir que hasta la llegada al fútbol español del serbio Milinko Pantic, no se vio un lanzador de faltas y córneres tan brillante. No pocos partidos fueron desatascados de esa forma. Siempre que los defensas buscaban horizontes en el centro del campo allí aparecía Schuster que en caso de dificultad extrema no tenía sino que acudir atrás para sacar la pelota contralada.También podía ser un líbero más que notable, aunque al contrario que la mayoría de sus compatriotas, la dicotomía centro del campo/defensa se solventó en favor de la media. Hasta en eso salió contestatario, ya que la tendencia natural del jugador alemán ha sido refugiarse en posiciones defensivas (desde Beckenbauer y Stilike hasta Sammer) en detrimento de la labor creativa.
Su llegada al Barcelona estuvo insertada en la política azulgrana de aquellos años destinada a fichar a los mejores para alcanzar los máximos logros. Lo cierto es que los grandes éxitos se hicieron de rogar aunque la clase del germano fue incontestable desde el primer día que se enfundó la zamarra barcelonista. Con el fichaje de Maradona parecía que los barcelonistas habían conseguido el equipo de ensueño deseado para dar el asalto a los grandes desafíos: liga española y Copa de Europa. Pero tuvo que marcharse el argentino para poder saborear una liga, fue el ejercicio 84-85 con el inglés Terry Venables de entrenador y con el alemán como indiscutible estrella. Fue de largo su mejor año en España. El asalto a la Copa de Europa fue ilusionante aunque acabó con decepción y de las gordas: tras dejar en la cuneta a grandes como el Oporto, la Juventus o el Gotteborg se perdió la final con el modesto Steaua de Bucarest. Fue la noche más triste del futbolista: tras un mal partido y ser señalado por su entrenador como culpable de apatía, fue sustituido en la prorroga y decidió no quedarse a ver los penaltis. Perdió el Barca y Schuster fue tachado de insolidario y mal compañero. Unos problemas con la directiva sobre su tributación fiscal dieron el remate a la situación y el año siguiente fue apartado del equipo.



No fueron sus únicos problemas y amarguras. Se perdió casi todo el ejercicio 81-82 por una entrada de Goikoechea del Bilbao y mantuvo un duro pulso con su entrenador y compatriota Udo Lakett cuyo cese llegó a pedir y conseguir. Su aire conflictivo le hizo casi un enemigo en can barca y como tal no tuvo mejor opción que fichar por su odioado rival, el Real Madrid. Parecía el complemento ideal a los Michel, Butragueño y Hugo Sánchez de cara a conseguir la Copa de Europa, pero dos eliminatorias con el nuevo amo del continente, el Milán de Shachii echaron al traste sus sueños. En la liga española se pasearon sin mayores contemplaciones y a cuentagotas mostró su gran clase: en un derby contra el Atlético dejó sentados a un par de defensas tras regaterarlos y marcó fusilando a su futuro compañero Abel.
Precisamente fue la ausencia de grandes títulos lo que faltó su larga y exitosa carrera, tanto nivel de selección como de clubes. Pero en su `palmarés obra un hecho curioso: ser el jugador extranjero que más Copas del Rey ha ganado, seis, y con los tres equipos en los que jugó. Tres con el Barca, dos con el Madrid y dos con el Atlético.



En la ribera del Manzanares consumió sus últimos años en los que dejó sobradas muestras de su clase. De hecho nunca estuvo realmente adaptado al Madrid, equipo que le fichó más por la eterna intención de lanzar una china a su rival que por necesidad, pero en el otro equipo capitalino alcanzó una mayor reconocimiento y cariño de la grada. A fin de cuentas supuso, al fin , el complemento ideal para las contras del portugués Futre y su presencia en el once inicial era todo un lujo. Llegó a identificarse con el ideario colchonero y no pudo demostrarlo de mejor forma que ajusticiando a su antiguo equipo en la final de Copa del 92 con un espectacular gol de falta. No era la primera vez que agraviaba al Madrid en una final pero al menos esta vez fue de forma deportiva, la anterior vez, la del 83, tuvo la forma de sonoro corte de mangas tras el gol de Marcos que decidía la final. Como siempre fue díscolo tanto en la victoria como en la derrota.