En días extremadamente
trágicos para todos, el Atlético de Madrid vive el siniestro goteo de la
pérdida de algunos de sus referentes históricos: Joaquín Peiró, Capón, Miguel
Jones. Pero ninguna pérdida ha impactado tanto como la del serbio Radomir
Antic. Se trata del hombre del milagro del 96. De aquél que cogió un equipo en
ruinas y convertido casi en rechifla nacional y en nueve meses inolvidables le
llevó a la mejor temporada de su historia. Un hito breve, pero de tal impacto
que la extensísima e intensa carrera de Antic giraría en torno a ese
acontecimiento. Y hablamos de una
trayectoria que incluye, nada menos, que ser el único entrenador que ha
dirigido a los tres grandes: Real Madrid, Barça y Atlético.
Nacido en la antigua
Yugoslavia de Tito, pronto adquirió las características que jalonaron el perfil
de la mayoría de sus compatriotas deportistas:
vocación de trotamundos y competitividad extrema. Cuentan las crónicas
que se trató de un líbero elegante, con buena salida de balón y visión de juego
muy adelantada para los defensas de su época. Transitó por el fútbol turco, el
español y el inglés, y ese peregrinar le permitió empaparse de los diferentes
modelos de juego en función de las culturas generando una de sus virtudes como
técnico: su carácter estudioso del juego, que llevaría a extremos que hicieron
ser un adelantado
Cuando colgó las botas y se
sentó en el banquillo ya contaba con referentes importantes de entrenadores
balcánicos con éxitos fuera de sus lugares de origen: Miljanic, Boskov o
Tomislav Ivic. Llegó de puntillas al Zaragoza en 1988, lugar en donde dejó un
buen recuerdo como jugador, y frente a las reticencias iniciales por su teórica
inexperiencia llevó a los maños a la U.E.F.A. Sorprendió mucho que el Real
Madrid le reclutase como entrenador en 1991, en medio de una temporada
desastrosa tras cinco ligas consecutivas. Perdió sus dos primeros partidos,
pero luego hizo reaccionar al equipo de tal forma que de casi la mitad de la
tabla acabó siendo tercero. Mendoza, el presidente blanco, tenía apalabrado al
colombiano Maturana para el ejercicio siguiente, pero no pudo resistirse a la
tentación de premiar el meritorio trabajo de Antic. Pero ya empezó a mostrar la
esencial virtud que le convertiría en un entrenador de referencia en la última
década del siglo XX: su capacidad casi mágica para reanimar equipos en aparente
fase terminal.
Como la mayor parte de las
decisiones basadas en el compromiso y no en el convencimiento, el mantener a
Antic en el banquillo banco estuvo sometido a una evaluación casi insufrible
desde el primer día. Y eso que el equipo ganaba sin parar, que descubrió las
dotes goleadoras de Fernando Hierro subiéndolo al centro del campo, que
Butragueño recuperaba su acierto de cara a la portería un tanto adormecida. Tal
era la desconfianza en el serbio que bastaron dos derrotas (una en Calderón,
precisamente, otra en Valencia) para tener una excusa de cara a su cese. El
Real Madrid era líder con tres puntos de ventaja cuando el holandés Leo
Beenhaker tomo el relevo. Al final perdió todo ese año: liga, copa y U.E.F.A.
Tal adversidad no hizo sino
incentivar a Antic, que en poco tiempo consiguió su particular redención.
Volvió a coger una ruina (el Oviedo 92-93) que apuntaba a la segunda división;
lo salvó y estabilizó en dos temporadas y media de solidos resultados y buen
juego. Entonces le llegó el momento culminante. Le llamó el Atlético de Madrid
de uno de los periodos más negros (que ya es decir) del Gilismo. Entonces el
club del Manzanares era algo más cercano a un reality show que una entidad
deportiva; había devorado nueve entrenadores (sí, nueve), en dos temporadas que
bordeó el descenso. Antic declararía después eligió al Atlético por ser el club
más difícil del mundo. Era su desafío, su prueba definitiva para medirse.
Le trajeron como refuerzos un
saldo del Valencia (Penev), dos descendidos
a segunda con el Albacete (Santi, Molina) y dos promesas (Roberto y
Biaggini). De guinda el insistió en fichar a toda costa por apenas setenta millones
de la época (para tener una referencia, un año más tarde Mijatovic le costó al
Real Madrid mil doscientos millones) a un compatriota suyo de casi treinta años
y del que nadie había oído hablar (Pantic). Háganse una idea de las
perspectivas de triunfo que tenía ese equipo.
El resto es historia. Una
alineación que todo el mundo recitaba de memoria, un equipo que adelantaba la
defensa al medio campo, un portero que hacía funciones de líbero, un futbolista
(Pantic) demoledor en el balón parado. Frente a la tradición ancestral del club
de repliegue y contragolpe, ese Atlético buscaba la combinación, el toque, la
iniciativa del partido . Nunca (al menos en la era moderna) vio ni vería el
desaparecido Calderón un juego de tantos kilates. La consecuencia fue el
doblete, una hazaña para la historia.
Un hito de tales dimensiones
probablemente sólo tenga dos opciones: el continuismo sosegado en la parte alta
de la tabla (en España el estus quo, o sea Barça y Madrid siempre vuelve) o la
caída. Desgraciadamente fue lo segundo. Su era intensa y de juego excelso se fue al garete en una semana
trágica del 97 en el que dos partidazos inolvidables del equipo (el 5-4 del
Barça en la Copa y, sobre todo, el 2-3 ante el Ajax en Champions). Los
infructuosos cuatro goles de Pantic, la lentilla de Aguilera, el penalti de
Esnaider, el gol increíble de ese tal Dani que luego no le dio una patada a un
bote cuando el Atlético le ficho en sus años oscuros….El viejo malditismo de la
casa, la derrota insoportable, ambos siempre dispuestos a reaparecer tras los
triunfos épicos.
Ya nada fue igual ni para el
club, ni para Antic. De forma equivocada creyó que sus acreditadas dotes de
mago en situaciones críticas podrían salvar al quipo en la temporada de la
intervención judicial. Nada podía evitar el desastre en esas circunstancias y
vivió la amargura de ser el entrenador que vio bajar a segunda al Atlético por
primera vez tras la Guerra Civil. Los dos empezaron un camino oscuro muy
alejados del triunfo que se extendió en la primera década del siglo XXI, aunque
Antic fue requerido por enésima vez para levantar a un gigante caído: el Barça
de Gaspart que estaba a tres puntos del descenso, nada menos. Lo levantó de la
UCI hasta llevarlo a puestos europeos, algo muy meritorio que, como le ocurrió
en el Real Madrid, no le fue sufrientemente reconocido. Terminó como
comentarista deportivo, algo que parecía disfrutar mucho y que cuadraba con su
gusto por acercarse al fútbol de forma casi científica.
Años más tarde Simeone fue
capaz de lograr, otra vez, la hazaña de rehabilitar al Atlético, que volvía a parecer un enfermo crónico sin solución. No solo llego a la meta
en la que nade creía. Lo mantuvo durante no pocos años. El argentino ha
triunfado desde el realismo inteligente: para competir con los grandes debo
dejar de lado la excelencia y buscar la practicidad. Antic quiso ser sublime
desde el inicio y lo logró enseguida, y hay quien puede argumentar, con
criterio, que no lo mantuvo . Pero lo que logró será recordado siempre. La obra
maestra breve e inolvidable.