jueves, 9 de abril de 2020

ANTIC: LA OBRA MAESTRA BREVE E INOLVIDABLE

En días extremadamente trágicos para todos, el Atlético de Madrid vive el siniestro goteo de la pérdida de algunos de sus referentes históricos: Joaquín Peiró, Capón, Miguel Jones. Pero ninguna pérdida ha impactado tanto como la del serbio Radomir Antic. Se trata del hombre del milagro del 96. De aquél que cogió un equipo en ruinas y convertido casi en rechifla nacional y en nueve meses inolvidables le llevó a la mejor temporada de su historia. Un hito breve, pero de tal impacto que la extensísima e intensa carrera de Antic giraría en torno a ese acontecimiento. Y hablamos de una  trayectoria que incluye, nada menos, que ser el único entrenador que ha dirigido a los tres grandes: Real Madrid, Barça y Atlético.
Nacido en la antigua Yugoslavia de Tito, pronto adquirió las características que jalonaron el perfil de la mayoría de sus compatriotas deportistas:  vocación de trotamundos y competitividad extrema. Cuentan las crónicas que se trató de un líbero elegante, con buena salida de balón y visión de juego muy adelantada para los defensas de su época. Transitó por el fútbol turco, el español y el inglés, y ese peregrinar le permitió empaparse de los diferentes modelos de juego en función de las culturas generando una de sus virtudes como técnico: su carácter estudioso del juego, que llevaría a extremos que hicieron ser un adelantado
Cuando colgó las botas y se sentó en el banquillo ya contaba con referentes importantes de entrenadores balcánicos con éxitos fuera de sus lugares de origen: Miljanic, Boskov o Tomislav Ivic. Llegó de puntillas al Zaragoza en 1988, lugar en donde dejó un buen recuerdo como jugador, y frente a las reticencias iniciales por su teórica inexperiencia llevó a los maños a la U.E.F.A. Sorprendió mucho que el Real Madrid le reclutase como entrenador en 1991, en medio de una temporada desastrosa tras cinco ligas consecutivas. Perdió sus dos primeros partidos, pero luego hizo reaccionar al equipo de tal forma que de casi la mitad de la tabla acabó siendo tercero. Mendoza, el presidente blanco, tenía apalabrado al colombiano Maturana para el ejercicio siguiente, pero no pudo resistirse a la tentación de premiar el meritorio trabajo de Antic. Pero ya empezó a mostrar la esencial virtud que le convertiría en un entrenador de referencia en la última década del siglo XX: su capacidad casi mágica para reanimar equipos en aparente fase terminal.

Como la mayor parte de las decisiones basadas en el compromiso y no en el convencimiento, el mantener a Antic en el banquillo banco estuvo sometido a una evaluación casi insufrible desde el primer día. Y eso que el equipo ganaba sin parar, que descubrió las dotes goleadoras de Fernando Hierro subiéndolo al centro del campo, que Butragueño recuperaba su acierto de cara a la portería un tanto adormecida. Tal era la desconfianza en el serbio que bastaron dos derrotas (una en Calderón, precisamente, otra en Valencia) para tener una excusa de cara a su cese. El Real Madrid era líder con tres puntos de ventaja cuando el holandés Leo Beenhaker tomo el relevo. Al final perdió todo ese año: liga, copa y U.E.F.A.
Tal adversidad no hizo sino incentivar a Antic, que en poco tiempo consiguió su particular redención. Volvió a coger una ruina (el Oviedo 92-93) que apuntaba a la segunda división; lo salvó y estabilizó en dos temporadas y media de solidos resultados y buen juego. Entonces le llegó el momento culminante. Le llamó el Atlético de Madrid de uno de los periodos más negros (que ya es decir) del Gilismo. Entonces el club del Manzanares era algo más cercano a un reality show que una entidad deportiva; había devorado nueve entrenadores (sí, nueve), en dos temporadas que bordeó el descenso. Antic declararía después eligió al Atlético por ser el club más difícil del mundo. Era su desafío, su prueba definitiva para medirse.
Le trajeron como refuerzos un saldo del Valencia (Penev), dos descendidos  a segunda con el Albacete (Santi, Molina) y dos promesas (Roberto y Biaggini). De guinda el insistió en fichar a toda costa por apenas setenta millones de la época (para tener una referencia, un año más tarde Mijatovic le costó al Real Madrid mil doscientos millones) a un compatriota suyo de casi treinta años y del que nadie había oído hablar (Pantic). Háganse una idea de las perspectivas de triunfo que tenía ese equipo.
El resto es historia. Una alineación que todo el mundo recitaba de memoria, un equipo que adelantaba la defensa al medio campo, un portero que hacía funciones de líbero, un futbolista (Pantic) demoledor en el balón parado. Frente a la tradición ancestral del club de repliegue y contragolpe, ese Atlético buscaba la combinación, el toque, la iniciativa del partido . Nunca (al menos en la era moderna) vio ni vería el desaparecido Calderón un juego de tantos kilates. La consecuencia fue el doblete, una hazaña para la historia.

Un hito de tales dimensiones probablemente sólo tenga dos opciones: el continuismo sosegado en la parte alta de la tabla (en España el estus quo, o sea Barça y Madrid siempre vuelve) o la caída. Desgraciadamente fue lo segundo. Su era intensa y  de juego excelso se fue al garete en una semana trágica del 97 en el que dos partidazos inolvidables del equipo (el 5-4 del Barça en la Copa y, sobre todo, el 2-3 ante el Ajax en Champions). Los infructuosos cuatro goles de Pantic, la lentilla de Aguilera, el penalti de Esnaider, el gol increíble de ese tal Dani que luego no le dio una patada a un bote cuando el Atlético le ficho en sus años oscuros….El viejo malditismo de la casa, la derrota insoportable, ambos  siempre dispuestos a reaparecer tras los triunfos épicos.
Ya nada fue igual ni para el club, ni para Antic. De forma equivocada creyó que sus acreditadas dotes de mago en situaciones críticas podrían salvar al quipo en la temporada de la intervención judicial. Nada podía evitar el desastre en esas circunstancias y vivió la amargura de ser el entrenador que vio bajar a segunda al Atlético por primera vez tras la Guerra Civil. Los dos empezaron un camino oscuro muy alejados del triunfo que se extendió en la primera década del siglo XXI, aunque Antic fue requerido por enésima vez para levantar a un gigante caído: el Barça de Gaspart que estaba a tres puntos del descenso, nada menos. Lo levantó de la UCI hasta llevarlo a puestos europeos, algo muy meritorio que, como le ocurrió en el Real Madrid, no le fue sufrientemente reconocido. Terminó como comentarista deportivo, algo que parecía disfrutar mucho y que cuadraba con su gusto por acercarse al fútbol de forma casi científica.
Años más tarde Simeone fue capaz de lograr, otra vez, la hazaña de rehabilitar al Atlético, que volvía a parecer un enfermo crónico sin solución. No solo llego a la meta en la que nade creía. Lo mantuvo durante no pocos años. El argentino ha triunfado desde el realismo inteligente: para competir con los grandes debo dejar de lado la excelencia y buscar la practicidad. Antic quiso ser sublime desde el inicio y lo logró enseguida, y hay quien puede argumentar, con criterio, que no lo mantuvo . Pero lo que logró será recordado siempre. La obra maestra breve e inolvidable.