La ausencia de Luis Aragonés del primer plano futbolístico de la liga española supone una excepción a una presencia ininterrumpida en la actualidad deportiva de este país. Durante casi nada menos que cinco décadas (desde los años 60 hasta ya entrado el siglo XXI) fue un referente del fútbol español, uno de sus rostros más característicos. Tanto como jugador como cuando colgó las botas para ser entrenador.
En él se daban todas las características propias de aquellos que durante décadas poblaron el balompié antes de la llegada de los nuevos tiempos. Unos orígenes humildes de los que pudo salir a través de sus éxitos deportivos le granjearon sin duda, un carácter indómito y con poca tendencia a la resignación. En fútbol que él conoció no existían los millonarios patrocinios, el dinero de la televisión, la consideración del futbolista como gran estrella mediática, ni el aire fashion de no pocos jugadores. Sin embargo, aún fue capaz de lograr su más importante éxito con futbolistas que representaban probablemente todo aquello que resultaba su antítesis.
Como jugador vivió éxitos notables: nada menos que la época dorada del Atlético de Madrid, con tres ligas y dos copas. Se quedó a las puertas de la Copa de Europa de la forma más rocambolesca: después de conseguir el gol que parecía que iba a darle el trofeo a los rojiblancos en el último suspiro los alemanes del Bayern Munich empataron. Había no pocos motivos para que Luis se sintiese frustrado: contaba entonces con 36 años, era su última campaña en activo y había conseguido el gol que culminaba toda una trayectoria con el título más importante. Aun así nunca hizo apología de su desgracia; él que contaba con más razones que nadie para la frustración siempre criticó el victimismo con el que su equipo asumió el varapalo.
Un año más tarde saltó a la dirección de un equipo que contaba con pesos pesado de la historia rojiblanca: Adelardo, Irureta o Gárate entre otros. Su etapa como jugador marcó sus ideas como técnico: el arma de aquel equipo que luchó con solvencia en la década de los años 70 era el contragolpe y esa fue la seña de identidad que manejó en su larguísima carrera como técnico. La defensa sólida, el gusto por la presión en las bandas y la necesidad de un cerebro que lanzase las contras hacia rápidos extremos. Con el tiempo sus planteamientos se modificaron hasta cierto punto; la revolución táctica encabezada por Arrigo Shachii le hizo adherirse a la moda de la defensa adelantada para reducir la capacidad de maniobra del rival y ganar terreno para el ataque de su equipo. Los resultados de esa innovación fueron irregulares en ocasiones. En una de sus muchas etapas en el Atlético de Madrid vivió la cara y la cruz de sus planteamientos: arrasó al Real Madrid en la final de la Copa del Rey de 1992 y sufrió humillantes goleadas ante el Barcelona de Cruyff.
Con los colchoneros vivió diversas aventuras muy diferenciadas. Contó con la base del legendario equipo de los setenta para logran varios títulos al comienzo de su andadura en los banquillos para luego ir viviendo la decadencia deportiva que se produjo a finales del decenio dorado. Volvió a su casa en no pocas ocasiones; hasta cinco etapas distintas dieron a parar con sus huesos en el banquillo de la ribera del Manzanares en las que hubo de todo: grandes éxitos y sonadas decepciones, muy en la línea de la entidad. La Copa del Rey fue la competición en la que se manejó con más soltura y hasta llegó a una final continental, fue en 1986, en la extinta Recopa y ante un demoledor Dinamo de Kiev que no dio opción a los Cabrera, Landáburu, Rubio o Arteche entre otros. Tuvo que superar sus diferencias irremediables con Jesús Gil para rescatar a su equipo de toda la vida de la segunda división y colocarlo de nuevo en el lugar en el que le correspondía. Cuando se habla de Aragonés se habla del Atlético en toda su extensión: aún a fecha de hoy se trata del jugador que más goles ha marcado en competiciones oficiales y del técnico que más partidos ha dirigido.
Entre entrada y salida en el Calderón un rosario de equipos disfrutaron de su buen hacer como técnico: Barcelona, Español, Sevilla, Valencia, Betis, Oviedo y Mallorca. Fue un eterno de los banquillos españoles, su rostro más longevo y el que más partidos entrenó nunca en primera división, nada menos que 757, todo un record al alcance sólo de los que son muy grandes. En casi todos ellos protagonizó buenas campañas con resultados notables proporcionalmente equiparables a los títulos que pueden conseguir los que pueblan las banquetas de los grandes. Tuvo además el curioso honor de salvar el futuro del Barcelona de José Luis Núñez y dejar las bases de un futuro esplendoroso de los azulgranas; fue en la temporada 87-88, la más turbulenta de la historia culé, en medio de la batalla colocó al equipo en la final de la Copa del Rey que disputaría ante una Real Sociedad en pleno estado de forma. Los pronósticos eran inequívocos: los donostiarras eran los grandes favoritos. Pero el técnico madrileño supo plantear un partido acorde con sus intereses y el Barcelona durmió la contienda hasta ganar gracias a un gol de su capitán Alexanco. Fue con toda probabilidad el título más importante de su carrera: permitió al Barcelona disputar la Recopa del ejercicio siguiente que ganó y empezar a forjar los que se conoció como el “Dream Team”.
Durante no pocos años se especuló con su nombramiento de seleccionador. Este llegó muy al final de su carrera, tras la renuncia de Iñaki Sáez tras la Eurocopa del 2004. No se puede decir que su primera experiencia fuese muy prometedora. En el mundial de Alemania se plantó en los octavos ante Francia como claro favorito y hasta el Marca se adelantó a decir “Hoy jubilamos a Zidane”. No sólo no se le jubiló sino que el astro galo hizo un partido espléndido coronado con un golazo que supuso el 3-1 definitivo. Pero a fin de cuentas era una más de tantas: todo el mundo estaba acostumbrado al desastre bianual de la selección. Tampoco ayudaba a su imagen su falta de concordancia con los nuevos tiempos; nunca fue un hombre preocupado por su imagen ni por resultar simpático.
Pero la Federación decidió confiar en él para la Eurocopa del 2008 y entonces llegó la culminación a su carrera con su apuesta decidida por el bloque del Barcelona como base del combinado nacional. Se prescindió de un peso pesado como Raúl en una decisión cargada de polémica y se apostó por el toque de balón como referente del equipo. El momento clave llegó en cuartos de final ante la eterna Italia con la que se empató a cero .Llegaron los temidos penaltis, y en todos los hogares españoles se tuvo el mismo pensamiento (“Ya estamos como siempre”). Pero no ocurrió lo de siempre, España pasó y una catarsis deportiva inundó todo un país. Tas eso, todo el mundo supo que el título estaba a la vuelta de la esquina. Y en el banquillo estaba Luis Aragonés cuyo acompañante no era otro que su viejo colega de éxitos colchoneros Armando Ufarte, otro de los grandes que vivieron la decepción del 74 ante el Bayern, el tiempo les devolvió a ambos lo perdido aquella noche ya tan lejana.