La identificación con unos colores parece haber pasado a la historia en las relaciones entre los jugadores y el club al que sirven. Eso no fue así durante no pocos años, especialmente en los equipos punteros en los que había tendencia a formar dinastías consolidadas en el tiempo. En el Real Madrid ningún jugador ha conseguido una identificación emocional mayor que un malagueño llamado Juan Gómez y conocido universalmente como “Juanito”.
Su trágica muerte en accidente de circulación aumento aún más su leyenda. Suele pasar con aquellos que el destino sesga sus vidas en edad muy temprana. Incluso las circunstancias de la misma ayudaron a agrandar su simbiosis con entidad blanca: falleció tras presenciar un partido de semifinales de la U.E.F.A del Real Madrid de vuelta a Extremadura en donde había iniciado su carrera como técnico. Sus declaraciones en vida siempre habían mostrado una devoción sin límites por el club que le dio la fama en el siempre competitivo mundo del balompié, a él le debía un agradecimiento eterno por haberle proporcionado un trampolín hacia el éxito y su correspondencia no había sido menos jugosa al liderar una generación de jugadores blancos que escribieron páginas muy recordadas, especialmente a nivel europeo.
No faltaron momentos amargos en su trayectoria, en especial aquellos relacionados con unos prontos mal gestionados que le metieron en no pocos problemas, destacando uno con luz propia: el pisotón en la cara al alemán Lottar Matthaus en unas semifinales de la Copa de Europa. En unos segundos explosivos se canceló una trayectoria brillante de diez años. No era la primera vez que su genio le jugaba malas pasadas; recordada es su imagen escupiendo a su antiguo compañero de equipo Uli Stilike tras una fea entrada de éste último o anteriormente el botellazo recibido en Belgrado en un partido con la selección tras retirarse del campo y hacer un gesto discutible. Tampoco sus actividades extradeportivas quedaron impunes, en especial su descubierta noche de juerga en Milán con su compañero de equipo Lozano, y un par de damas de dudoso origen. Dicen los que le conocían que se trataban de momentos puntuales de los que se arrepentía al instante y que tras esa agresividad ocasional se escondía una persona de grandes valores. En cualquier caso la imagen que ha quedado del mismo es la positiva; la del gran defensor de las causas perdidas de su equipo, el impulsador de las grandes remontadas europeas, el genio creativo que combinaba su gran capacidad técnica con un espíritu indomable de lucha, una de las imágenes esenciales del fútbol hispano de finales de los 70 y comienzos d e los 80.
Su trayectoria comenzó, curiosamente, en los juveniles del Atlético de Madrid para, con posterioridad, ser traspasado al Burgos y recalar en el cuadro blanco en la temporada 77-78. Desde sus inicios se manifestó como un referente esencial de Madrid de aquellos años en el que los grandes fichajes habían pasado a la historia y se empezaba a apostar por la cantera combinada con piezas de calidad insertadas ene l equipo. Con Santillana formó un ataque que se asentó como titular indiscutible durante varios años. Las ligas no tardaron en llegar (tres consecutivas del 78 al 80) pero la Copa de Europa se resistió con dos citas claves que impidieron la conquista a esa generación: un 5-1 en Hamburgo en semifinales del 80 y una dolorosa derrota en la final del 81 ante el Liverpool en el parque de los Príncipes de París. Aquel Real Madrid pasó a la historia por mantener el tipo con una plantilla sustancialmente inferior a los que de él se espera. Años más tarde vivió la transición de dicho equipo a los jóvenes brillantes de la Quinta del Buitre. Fue precisamente en esa recta final en donde consiguió crearse una imagen de guerrillero inasequible al desaliento que le permitía comandar remontadas históricas en un enfervorizado Chamartín; suya es la frase que proclamaba que 90 minutos en el Bernabéu eran muy largos para los rivales, o por lo menos lo fueron en no pocas ocasiones mediados los años 80.
En Juanito confluían las virtudes y defectos del jugador español de aquellos años: a su fiereza en el campo le unía una notable calidad técnica así como instinto goleador. No obstante no faltaron señales intermitentes en su larga carrera y significativos fueron sus fracasos en la selección española, especialmente en el Mundial 82, en donde resultó ser uno de los grandes damnificados del mismo ya que nunca volvería a vestir la roja. Las acusaciones de irregularidad e incluso cierto individualismo le buscaron otros conflictos. Stilike le acusó de jugar de cara a la galería en una final de la Recopa perdida ante el Aberdeen y entre los dos surgió una enemistad saldada años mas tarde de la forma poco elegante referida.
Probablemente su mito se encuentre por encima de sus méritos futbolísticos, al menos en comparación con otros jugadores que han vestido la camiseta blanca antes y después de él; pero su imagen no ha hecho sino agrandarse al cabo de los años hasta el punto de protagonizar un hecho casi insólito: que cada minuto siete (su eterno dorsal) el fundo del feudo blanco proclame “Illa, illa, illa Juanito Maravilla….” Y así se recuerdo siga vivo entre las nuevas generaciones; en realidad ha adquirido rango de inmortal, casi lo máximo a lo que puede aspirar un ídolo tan eventual como el futbolista.
Su muerte conmocionó como pocas al fútbol, de hecho en un par de meses se cumplirán veinte años de la misma y hay ecos que aún resuenan. Los homenajes póstumos se sucedieron y sus virtudes se convirtieron en un lugar común cuando se trataba de criticar la falta de compromiso y entrega. Santiago Segurola le definió así en la hora de su desaparición: “Todo lo hacía a lo grande. Dejaba huella por donde pasaba. Mattháus puede dar fe de ello. Nada podía sujetarle, ni los defensas, ni el árbitro, ni los micrófonos. Tenía un talento explosivo, y a veces la dinamita le estallaba en las manos. Nunca quiso los tonos medios. Sus regates eran secos y sus carreras fulgurantes; sus pases llegaban precisos e imprevistos; los remates tenían un desparpajo adolescente; sus declaraciones eran sinceras y muchas veces inoportunas. Siempre pareció un chiquillo sin ganas de crecer. Por eso amaba tanto al fútbol: porque le gustaba jugar y sorprendemos. Juanito lo logró: siempre nos cogió por sorpresa, incluso a la hora de la muerte.”