El tinglado mediático que siempre implica el mundo del fútbol ha necesitado siempre de la polémica. Hoy vivimos las era de la televisión de la cual depende el futuro económico de los clubes. Las ondas han pasado a un segundo plano ya que los resultados se pueden comprobar hasta en Internet al instante sin necesidad de esperar al grito del locutor.
Pero la radio forma parte del ideario colectivo del aficionado. Muchos momentos de la infancia se asocian al carrusel deportivo de los domingos en la cadena que fuese. Nombres como Matías Prats, Hector del Mar, Gaspar Rosety , Joaquin Prat o Pepe Domingo Castaño han cobrado una trascendencia esencial en la historia del fútbol y del deporte general. Para el forofo, el locutor de radio cobraba una dimensión casi equiparable a la del jugador. A fin de cuentas era el intermediario entre lo que ocurría en el terreno de juego y sus expectativas como aficionado. Durante no pocos años sólo existía un par de partido por televisión a la semana. El europeo del miércoles y el del sábado. El resto pasaba al “Estudio estadio” al que esperaban todos como agua de mayo en donde se cotejaba lo que antes se había escuchado en las ondas.
En la década de los años 90 una figura dominaba el panorama periodístico deportivo de forma casi dictatorial y esa no era otra que la de José María García. Ostentó durante casi treinta años el liderazgo en audiencia de las noches y , por descontado, de los carruseles de los domingos. Su influencia en el deporte era extraordinaria, casi increíble de entender a fecha de hoy. Su estilo incisivo, agresivo y hasta chabacano en tanto mostraba un gusto desmedido por el insulto refinado, le hizo ser temido por todos o casi todos, al menos. Las puertas de los grandes clubes estaban abiertas para él de par en par. No había exclusiva que se le negara y pobre de aquél que osara negarle un trato de favor. Sus programas nocturnos sumieron en el insomnio a un buen puñado de españoles que dejaban consumir las horas en espera del comienzo del ya legendario “ buenas noches señores, un saludo cordial……”. Llevarse bien con él suponía un escudo protector frente a posibles ataques. Ser su enemigo implicaba encontrarse sólo ante el peligro. El miedo de los dirigentes a sus críticas les llevaba a mantener entrenadores en el alambre y no prescindir de jugadores cuestionados. El presidente o técnico que caía en desgracia ante él podía tener sus horas contadas, ya que todas las noches una buena retahíla de descalificaciones que terminaba calando en el aficionado. A este poderío llegó tras demostrar, sin duda, una alta capacidad profesional. Pero el uso del mismo fue mas cuestionable. Alguna de sus frases como “Pablo, Pablito, Pablete…” (por el Presidente de la Federación Pablo Porta..) o “bulto sospechoso” (por aquel colegiado que consideraba inadecuado) formaron parte de la identidad deportiva del país.
Tamaño control sufrió una embestida por parte del más poderoso grupo de comunicación que jamás conoció el periodismo español. El Grupo PRISA casa matriz del diario “El País” y la Cadena Ser decidió dar un giro a su política informativa en el área deportiva. Había caracterizado al citado grupo una apuesta decidida por el periodismo de calidad, lejos de los tópicos tan manidos del mundo futbolero. La sección de deportes de “El Pais” se había distinguido siempre por la crónica elaborada y hasta el gusto por el periodismo literario que utilizaba el deporte como base de narraciones elegantes matizadas por el común uso d ela metáfora literaria. Nombres como Luis Gómez, Santiago Segurola o Julio César Iglesias representaban con solvencia esa línea. Cuestión distinta fue la radio con la irrupción del lenguaraz José Ramón de la Morena, que curiosamente había iniciado su carrera de la mano de García. Una discrepancia con el temido locutor fue el inicio de la guerra sin cuartel. Calificado por el boss de las ondas como “el tonto de Brunete” el joven periodista inició una cruzada particular contra su influencia que poco a poco fue calando en los aficionados, especialmente en los más jóvenes. Por primera vez García era respondido con su propia medicina en un programa que pronto adquirió estatus de mito “El Larguero” que dedicaba buena parte de su tiempo a ponerle a caldo; lo que significaba que las palabras malsonantes y que el estilo farruco se apropiaron de las noches deportivas. No era nada nuevo en un país caracterizado por la división eterna y que parece disfrutar de las guerras civiles hasta en las cuestiones más nimias; pareciera como la tendencia española al conflicto fuese una necesidad vital: o se es del PP o del PSOE, del Madrid o del Barca, de playa o montaña, o feminista o pro-familia. El punto medio parece coto vedado.
La guerra en las ondas hasta eclipsó a las competiciones. Los deportistas sabían muy bien que ser amigo de uno implicaba enemistarse con el otro. Y en función de sus intereses decidían sus adscripciones. Si Pedro Delgado se convertía en enemigo de García, la SER le contrataba de comentarista. Si Clemente era fustigado por Dela Morena, García le defendía a capa y espada. Mientras Valdano era un asiduo del universo PRISA, en los espacios de García era el “rapsoda”. Cuando la Quinta del Buitre cayó en conflicto con el líder eterno de la radio, los medios del entonces todopoderoso Polanco no cejaban en recordar su historial. Los aficionados se dividían entre divertidos y convencidos, a fin de cuentas el circo no dejaba de tener su guasa. La credibilidad importaba bien poco, lo importante era la defensa de la causa.
Tampoco escapaban a la contienda el panorama político de esos años. García era el líder de la COPE la emisora episcopal azote de los gobiernos de Felipe González y Dela Morena era el periodista revelación de la SER, que defendía la causa “progresista”. El deporte no fue sino otro frente de batalla de la lucha por el poder, algo que deja en muy mal lugar a la cultura política y deportiva de los hispanos. De la inconsistencia de las posiciones entonces infranqueables sólo cabe decir un hecho reciente: prácticamente la totalidad del equipo del legendario “Carrusel deportivo” de la ser terminó fichando por la COPE. A fin de cuentas el dinero manda.
El tiempo y una grave enfermedad terminaron apartando a García de la actualidad deportiva. Su retirada dejó atrás todo una época del periodismo deportivo español, para bien o para mal. Se trató de un gran comunicador y un profesional más que brillante con un estilo en realidad casi deleznable. Sus opositores lograron desplazarle pero no dejaron de caer en muchos de sus sectarismos. Pero el aficionado medio lo pasó muy bien. Lo de informar era más bien secundario.