En el fútbol las filias y fobias de aficionados y prensa especializada forma una parte muy sustancial de la pasión que despierta este deporte. Toda persona tiene su ideal de delantero, centrocampista, defensa y, por supuesto, de portero. El cancerbero ha sido siempre la posición más delicada en un equipo: apenas se conocen conjuntos de renombre que no hayan contado con un guardameta solvente y hasta podría decirse que brillante. Los realmente grandes conceden pocas ocasiones de gol, ya sea por las virtudes de su sistema defensivo o simplemente por el hecho de que dominan la pelota la mayor parte del encuentro. Esas escasas oportunidades deben de ser atajadas si se quieren ganar campeonatos.
Andoni Zubiizarreta resultó el portero titular de equipos campeones durante una década repleta de títulos. El Athletic de Bilbao de Sarabia, Argote o Dani, y el “Dream Team” de Laudrup, Stoikov o Bakero tuvieron al vizcaíno como hombre indiscutible bajo los palos. Y qué decir de la selección española en la que batió todos los records de permanencia imaginables. Aun así no dejó de ser en toda su larga y fructífera carrera un eterno cuestionado, alguien sobre el que se cernía la sospecha de no resultar el portero idóneo para los grandes retos.
Su estilo no favorecía mucho a fomentar su popularidad. Perteneció a una trilogía gloriosa de porteros vascos que pobló la selección durante más de veinte años: Iríbar, Arconada y el propio Zubi. Precisamente fue su comparación con el realista lo que marcaría su carrera. Mientras Arconada resultó el paradigma de la agilidad suprema, alguien capaz de las paradas más imposibles que uno pudiera imaginar, Zubizarreta mostraba un pasión por la sobriedad en su máxima extensión, no se le recuerda una palomita, ni una estirada memorable, ni nada que pudiera alterar una visión casi monolítica de su trabajo. Su fuerte siempre estuvo en la perfecta colocación, su seguridad en los balones por alto y el grado de confianza que parecía transmitir a sus defensas.
Tal vez por no ser espectacular empezó a cosechar críticas desde los comienzos de su trayectoria. Su conquista de la portería del Bilbao se debió a una apuesta personal y arriesgada de quien sería el alma mater de su carrera: Javier Clemente. Llegado al banquillo de San Mamés tuvo claro desde el primer día que su elección para la portería era esa joven promesa del filial. Y no era una decisión fácil ni popular. También se encontraba en la plantilla vizcaína un joven Carmelo Cedrún, hijo de Carmelo una leyenda del gran equipo de los años 50, que ocupó la portería rojiblanca en los años más gloriosos del equipo. El relevo por parte de su hijo parecía responder a un guiño del destino en pos de nuevos tiempos de éxitos. Pero, como siempre, Clemente su mantuvo firme incluso cuando los primeros partidos de Zubizarreta no invitaban precisamente al optimismo. El tiempo daría la razón a entrenador y jugador y Cedrún tuvo que emigrar a Zaragoza en busca de una brillante carrera en primera división.
Si fichaje por el Barca fue uno de los más caros de su época, y tampoco resultaba un toro fácil de lidiar ya que otro vasco, Urruti, ostentaba la titularidad de la portería azulgrana y además gozaba de un carisma especial entre el aficionado. Sus comienzos por ende fueron complicados y más cuando los resultados deportivos no acompañaron en demasía. La llegada de Cruyff al banquillo pareció poner en peligro su continuidad, pero lo que pasó fue precisamente lo contrario: su figura cobró un peso esencial en el equipo ya que el holandés vio en él su necesario reflejo en el terreno de juego, el liderazgo que ejercía entre sus compañeros resultaba esencial para dotar de seguridad a un combinado que empezaba a realizar una apuesta decidida por el fútbol de ataque, hasta entonces insólita en España. Supo además adaptarse a las complicadas exigencias defensivas que requerían los esquemas del Cruyff; la defensa de tres hombres suponía que el portero tenía que hacer de líbero en no pocas ocasiones y ,por supuesto, utilizar los pies con seguridad. Eso mucho antes de la norma que impedía retrasar el balón a los cancerberos y que estos lo cogieran con la mano.
Si nos atenemos a los resultados nadie puede poner en cuestionamiento serio la trayectoria del capitán azulgrana: cuatro Ligas, dos Copas del Rey y una Copa de Europa no están al alcance de un equipo que no cuenta con un portero de garantías. A eso hay que añadirle dos campeonatos ligueros más y otra copa por el Athletic ; son éxitos al alcance de muy pocos y justo es reconocer que sin calidad nadie se mantiene en un primerísimo nivel durante tanto tiempo. Por supuesto que pudo haber mejores porteros, o al menos con más cualidades para su puesto. Pero ninguno emuló los éxitos de Andoni, que a fin de cuentas lo que queda.
Su salida de Barcelona tuvo algo de estrambótica, En víspera de una final de Liga de Campeones ante el Milán en Atenas, el Vicepresidente azulgrana Joan Gaspart le comunicó que no iba a seguir el año siguiente. No era el momento no la oportunidad para esa noticia y el partido se perdió 4 a 0. Pudiera ser casualidad pero ahí quedó sellada la época gloriosa del Cruyffiismo y el portero concluyó su carrera en el Valencia que empezaba a salir del pozo. También allí se le recuerda con agrado y llegó a ser desinado mejor portero del año. Y cómo no sería una vez más capitán del equipo, despidiéndose de la máxima categoría por todo lo alto tras la friolera de 622 partidos en la misma.
Su presencia en la selección adquirió la condición de eterna, de 1985 a 1998 fue un fijo para cuatro seleccionadores: Muñoz, Suárez. Miera y Clemente, por supuesto. A fecha de hoy ostenta el record absoluto de participaciones con la roja, un total de 126, aunque Casillas amenaza su reinado. No hubo un año que se clamara por su sustitución y se propusieran otros candidatos: Ablanedo, Abel y, sobre todo, Buyo. Pero siempre jugaba Andoni. Su carrera ostenta un lunar que le marcaría siempre; la imposibilidad casi metafísica de la selección para superar los cuartos de final. Para colmo de males en algunas ocasiones determinadas actuaciones suyas dieron lugar a la crítica: la tanda de penaltis ante Bélgica en México, su mano a mano contra Baggio en Boston y su grotesco error ante Nigeria en Francia en el 98 que a la postre supondría la eliminación de España en la primera fase del campeonato. Los chacales arreciaron con sus criticas entonces y hasta no les faltaba parte de razón, ya que su etapa en la selección se derivó en excesiva. A esas alturas ya era claro que otros ya debían ocupar su puesto en la selección. Pero eso no debe empañar un ápice la valoración de uno de los mejores ”curriculums” de la historia del fútbol español.