La
marcha de Messi abre un nuevo horizonte en la Liga española que comienza hoy
mismo. Tras la salida de Cristiano en 2018, la otra megaestrella que marcó el
campeonato en la última década ha tomado el avión a Paris donde jugara en el
club más rico del mundo, ese en el que los petrodólares no parecen tener fin.
Parece evidente que los dos trasatlánticos están en una grave crisis de
identidad.
En
sí no es algo extraño ni carente de lógica. La fluctuación de potencias
dominantes es común en el fútbol. Pero este cambio de tendencia asoma como más
problemático: se enmarca en un entorno muy cambiante en el que se cuestiona el
propio futuro del negocio/deporte del fútbol. La Premier es un imperio
económico que parece inalcanzable, puesto que sus televisiones y patrocinadores
siguen siendo extremadamente generosos. No digamos los clubes que tiene detrás a poderosos dueños que hinchan sus
arcas sin cortapisa: ya sea el petróleo en el City, las reservas de gas en el
PSG o la cartera de Abramovich en el Chelsea. Estos tres equipos marcan la
agenda del mercado europeo, muy por encima ya de la vieja aristocracia representada
por Madrid, Barça, Bayern o Juve.
En
España dos entidades se han situado siempre por encima de la propia
competición. Sobre todo si disponían de los dos mejores jugadores que ha visto
el futbol moderno. En torno a ellos han creado imperios deportivos, económicos
y especialmente mediáticos. Pero ahora se ven seriamente amenazados, sus glamurosos
equipos triunfantes se han hecho mayores, y cuando han tenido que acudir al
mercado para renovarlos, este se encontraba muy inflado y con una competencia
brutal de los nuevos valores emergentes. En los dos (Barçá y Madrid) ha habido
una sensación equivocada que nada podía afectar su reinado. Los culés se
lanzaron a una desastrosa política salarial que retuvo sus activos a cambio de
unos sueldos que han provocado la bancarrota. El Madrid pensó que podía abordar
el costoso reseteo del Bernabéu sin coste en su competitividad deportiva.
Ninguno de los dos ha tenido unas contrataciones exitosas en los últimos años,
que incluyen costosos fiascos como Coutiho o Hazzard. La pandemia ha sido cruel
para todos, pero a los dos biggers ha afectado dramáticamente en cuanto a falta
de explotación de sus estadios
Asimismo
en el propio campeonato español han surgido posiciones divergentes: en el seno
de la organización que ampara a los cubes, la Liga del Futbol Profesional ha
cuajado una tendencia que busca relanzar al campeonato en sí, y no a sus buques
insignia. Y no se puede decir que no haya conseguido logros al respecto: el
control financiero con unos límites salariales más definidos y un reparto más
equitativo del pastel televisivo, brutalmente desproporcionado con
anterioridad. Se parte de la siguiente premisa: si se quiere crecer como
producto de venta al exterior se debe conseguir una Liga más equilibrada. Esta
posición es rechazada por los dos grandes, que consideran que ellos son la
marca a exportar y no quieren perder un estatus que ahora se ve amenazado
seriamente por las potencias extranjeras. Que sus caminos confluyen por
márgenes distintos a la mayoría de equipos se demuestra en conflictos como el
último contrato suscrito por la Liga con un fondo de inversión rechazado por
Florentino y Laporta y aceptado por el resto de equipos con excepción del
Bilbao.
En
este contexto no es de extrañar que el actual campeón, el Atlético de Madrid, se
encuentre en una posición de cierto privilegio muy atípica. Desde hace una
década conoce una estabilidad inédita en el fútbol de elite por el liderazgo de
Simeone, el hombre que ha cambiado el destino del club. Su crecimiento
económico le ha permitido crear una plantilla competitiva que ha conseguido
retener a Oblack (quizá el mejor portero del mundo), y atraer a jugadores del
nivel de Luis Suarez, un regalo nunca del todo agradecido del Barça, a los que
ha unido a un futbolista de muchas prestaciones como Marcos Llorente,
curiosamente fichado del Real Madrid. A ellos se les unen veteranos muy
asentados y hasta renacidos como Savic o Koke. Su fortaleza reside en el
colectivo y el espíritu combativo que inculca Simeone, que goza del mayor poder
que nunca ha conocido un entrenador en el futbol español. Si en las anteriores
Ligas ganadas de la era moderna (la 95-96 y las 13-14) existía la sensación de
imposibilidad de repetir la hazaña en el ejercicio siguiente, no ocurre con la
actual situación: las apuestas sitúan a los del Wanda al mismo nivel que los
tótems algo devaluados. Los únicos motivos de inquietud en el Atletico son que
Joao Felix no progrese en proporción a la inversión estratégica realizada en el
futbolista portugués, cuyo estado físico es siempre motivo de sospecha y la
ausencia, hasta la fecha, de un recambio adecuado para Luis Suarez.
Por
estos motivos la apuesta de Madrid y Barça por la Superliga es cada día más
decidida, a pesar del fracaso de la primera intentona y de las numerosas dudas
que la misma plantea. No parece fácil que se logre convencer al aficionado que
dicho proyecto es algo más que un exclusivo club de ricos que quieren mantener
sus privilegios y erradicar la competencia de las clases medias. El arraigo de
las competiciones nacionales es muy sólido en países como Inglaterra o Alemania,
y la postura de las instituciones como la UEFA o las propias Ligas nacionales
es lo suficientemente beligerante como para pensar que su llegada es
inevitable. Los dos piensan que es la única salida a sus problemas, ya que
supondría un rio de millones a sus arcas. Pero su soledad en el empeño, hasta
ahora, es muy evidente. Sin ese maná no será fácil que las grandes estrellas
vuelvan al Camp Nou o el Bernabéu; hasta entonces su desafío es constituir
equipos sólidos, en el que las figuras desequilibrantes den paso a jugadores de
calidad y comprometidos que sepan competir a buen nivel.
En
la temporada pasada a falta de cinco jornadas hasta cuatro equipos tenían opciones
del ganar el título de Liga. Los tres clásicos y el Sevilla, siempre un ejemplo
de eficacia deportiva. El Atletico pareció tenerlo hecho, para luego caer en
picado y, contra pronóstico, rehacerse en el tramo final. Madrid y Barça
penaron en la primera vuelta para reaccionar en la segundoay , ambos, quedarse
paradójicamente a las puertas de la remontada. El Madrid cedió puntos ante
Alaves, Cadiz o Levante, el Barça echo sus posibilidades de triunfo por una
debacle ante el Granada. En definitiva, se van estrellas de los poderosos, pero
hay más competitividad. Atrás quedaron esos años de las Ligas de 100 puntos.
Aunque a algunos no les guste, la competición también gana con más igualdad.