La eterna rivalidad entre madridistas
y culés vivió episodios de gran intensidad en los años 80 en un terreno muy
alejado de los campos de fútbol: las canchas de baloncesto. La trayectoria de
ambas secciones era muy divergente hasta entonces y cómo ocurría en el fútbol,
durante muchos años los madrileños habían tomado una amplia ventaja. El Real
Madrid de Pedro Ferrándiz se había hecho amo y señor del campeonato español y
también dominaba en Europa de la mano de jugadores míticos como Emiliano, Luyk
, Brabender, Rullán o Cabrera. Por su parte el Barcelona se limitaba ser mero
espectador de los triunfos blancos y asumía paliza tras paliza en los duelos
directos. Ello llevó a cuestionar el futuro de la sección en no pocas ocasiones
que vivió de cierres y aperturas al alimón de la falta de éxitos.
A mediados de los 70 Ferrándiz dejaba
el banquillo, pero sus senda de éxitos era continuada por Lolo Saínz que además
ganaría las Copas de Europa de 1978 y 1980, bajo la batuta del gran Juan
Corbalán y con viejas estrellas del pasado a las que se les unían valores prometedores
como Iturriaga, Llorente, Romay y a comienzos de los 80 la nueva estrella del
basket español: Fernando Martín. Pero en Barcelona las cosas empezaban a
cambiar: en 1975 llegó un entrenador yugoslavo Ranko Zervika que apostó
decididamente por promesas con ansias de
triunfo: Ansa, Flores y unos jovencísimos Nacho Solozábal y Juan Antonio San
Epifanio. A ellos se les unieron dos nacionalizados que darían gran
rendimiento: el alero tirador dominicano “Chicho” Sibilio y el pívot argentino
Juan Domingo de la Cruz. En 1978 el Barça dio su primer aviso al imponerse en
la final de Copa del Rey al Madrid (103-96) en Zaragoza. José Luis Núñez venció
sus reticencias iniciales hacia la sección al llegar a la presidencia ese mismo
año (había barajado al principio cerrarla, por ser incapaz de hacer frente al
Real) y contrató a un entrenador clave en el crecimiento de la misma: Antonio
Serra que venía de ganar la Liga con el Juventud.
Serra dotó al Barça de una
profesionalidad hasta entonces desconocida y siguió en la línea de dar responsabilidad y minutos a los jóvenes. Además, implantó un sistema de juego fundamentado en aprovechar la
capacidad anotadora de Epi y Sibilio, cada vez más desarrollados como jugadores,
y apostó por pívots americanos rocosos, poco anotadores pero con gran poderío a
la hora de robotear y crear bloqueos para las metralletas exteriores azulgranas.
Por primera vez el Real Madrid tenía un rival en condiciones y con el nivel
económico suficiente para mantenerse en la élite muchos años. El Barça siguió
con sus éxitos en la Copa (nada menos que seis seguidas) y asaltó
definitivamente la Liga en la temporada 1980-81. Un año después la llegada de
Fernando Martín al Real Madrid devolvería el título a la capital, tras un
triunfo decisivo en el Palau barcelonés (93-102) aunque los de Serra se
tomarían la revancha en la final de Copa de ese año. En el ejercicio siguiente
los azulgranas cambiaron las tornas en dos partidos inolvidables, un triunfo
agónico en Barcelona 82-80 que permitió un desempate en Oviedo saldado en favor
de los culés por 76-70 que daba la segunda Liga en tres años.
Lolo Saínz reaccionó ante el desafío
de su oponente y para la temporada 83-84 consiguió fichar a dos americanos
extraordinarios; el pívot Wayne Robinson, gran reboteador y con capacidad
anotadora y el alero Brian Jackson, un tirador seguro que compensaba el poderío
culé en el exterior de la zona. Impuso además una agresiva defensa de
anticipación, con numerosos robos de balón, que dejaba la posibilidad de
fulgurantes contraataques aprovechados por jugadores como Martín e Iturriaga
muy veloces y hábiles en tales lances. En definitiva que los Barça-Madrid de
aquellos años adquirieron la condición de choques de trenes, con partidos
tensos, llenos de alternancias y con un dramatismo que reforzó el interés del
aficionado de forma contundente.
En aquella temporada cambió el sistema
de competición y se adaptó el formato americano de playoffs por el título. Los
dos favoritos llegaron a la final y el Madrid pareció tomar una ventaja
decisiva al ganar el primer partido en Barcelona por 65-80. En la devolución de
la visita a Madrid los de Serra no se amedrentaron: desde el primer minuto
plantearon un partido a cara de perro que fue endureciéndose a medida que
pasaban los minutos, sin que ninguno de los equipos se escapara en el marcador.
Los americanos azulgranas, Starks y Davis se las tenían tiesas bajo los
tableros con los Martín, Robinson y Romay. Ambos jugadores tenían un físico muy
poderoso que hacía saltar chispas en los bloqueos y en uno de ellos, López
Iturriaga respondió a un encontronazo con Davis con una bofetada sobre el
mismo. Como el yanqui no se caracterizaba precisamente por su tranquilidad, reaccionó a la
agresión con un tremendo puñetazo sobre el alero vasco. Inmediatamente, Fernando Martín empujó a Davis
hacia las vallas publicitarias en defensa de su compañero (que se podía haber
llevado una buena dada la fortaleza de aquel contra el que se había enganchado)
y se montó una tangana espectacular que acabó con los tres jugadores
expulsados. El partido siguió tenso y acabó en la prórroga que fue finalmente
ganada por el Barcelona 79-81, al convertir Juan de la Cruz dos tiros libres en
la última jugada tras un rebote ofensivo. Como era una final a tres partidos el
decisivo se tenía que diputar en Madrid (el Real había quedado primero en la
fase regular) dos días después.
Entonces el comité de competición se
reunió la misma noche del partido y adoptó una decisión polémica: sancionó a
Martín y Davis con la suspensión y condonó a Iturriaga. La Junta directiva
azulgrana vio entonces la oportunidad de apelar al victimismo clásico de
aquellos años en Can Barça (años de escasos éxitos futbolísticos no olvidemos) e indignada por la decisión y argumentando
que la reunión del comité se había producido en la cafetería de la Ciudad
Deportiva, retiró al equipo de la competición con lo que la primera ACB cayó
del zurrón madridista por incomparecencia de su oponente. Con el tiempo los
jugadores azulgranas mostrarían su disconformidad con la postura de su club: habían
logrado la hombrada de empatar la serie contra pronóstico y, en realidad, la
ausencia de Fernando Martín era probablemente más decisiva que la de Mike Davis
por mucho que jugara Iturriaga, ya que la capacidad anotadora del español era
superior a la del americano y Starks y De la Cruz podían plantar cara a
Robinson y Romay en el apartado defensivo y reboteador.
En cualquier caso el episodio y su
polémica, ayudó decisivamente al boom del baloncesto en España, que a partir de
entonces iniciaría un ascenso imparable en la atención del aficionado.