sábado, 29 de marzo de 2014

BARCA-MADRID: DEL CÉSPED A LA CANCHA (I)

La eterna rivalidad entre madridistas y culés vivió episodios de gran intensidad en los años 80 en un terreno muy alejado de los campos de fútbol: las canchas de baloncesto. La trayectoria de ambas secciones era muy divergente hasta entonces y cómo ocurría en el fútbol, durante muchos años los madrileños habían tomado una amplia ventaja. El Real Madrid de Pedro Ferrándiz se había hecho amo y señor del campeonato español y también dominaba en Europa de la mano de jugadores míticos como Emiliano, Luyk , Brabender, Rullán o Cabrera. Por su parte el Barcelona se limitaba ser mero espectador de los triunfos blancos y asumía paliza tras paliza en los duelos directos. Ello llevó a cuestionar el futuro de la sección en no pocas ocasiones que vivió de cierres y aperturas al alimón de la falta de éxitos.
A mediados de los 70 Ferrándiz dejaba el banquillo, pero sus senda de éxitos era continuada por Lolo Saínz que además ganaría las Copas de Europa de 1978 y 1980, bajo la batuta del gran Juan Corbalán y con viejas estrellas del pasado a las que se les unían valores prometedores como Iturriaga, Llorente, Romay y a comienzos de los 80 la nueva estrella del basket español: Fernando Martín. Pero en Barcelona las cosas empezaban a cambiar: en 1975 llegó un entrenador yugoslavo Ranko Zervika que apostó decididamente por  promesas con ansias de triunfo: Ansa, Flores y unos jovencísimos Nacho Solozábal y Juan Antonio San Epifanio. A ellos se les unieron dos nacionalizados que darían gran rendimiento: el alero tirador dominicano “Chicho” Sibilio y el pívot argentino Juan Domingo de la Cruz. En 1978 el Barça dio su primer aviso al imponerse en la final de Copa del Rey al Madrid (103-96) en Zaragoza. José Luis Núñez venció sus reticencias iniciales hacia la sección al llegar a la presidencia ese mismo año (había barajado al principio cerrarla, por ser incapaz de hacer frente al Real) y contrató a un entrenador clave en el crecimiento de la misma: Antonio Serra que venía de ganar la Liga con el Juventud.
Serra dotó al Barça de una profesionalidad hasta entonces desconocida y siguió en la línea de dar responsabilidad y minutos a los jóvenes. Además, implantó un sistema de juego fundamentado en aprovechar la capacidad anotadora de Epi y Sibilio, cada vez más desarrollados como jugadores, y apostó por pívots americanos rocosos, poco anotadores pero con gran poderío a la hora de robotear y crear bloqueos para las metralletas exteriores azulgranas. Por primera vez el Real Madrid tenía un rival en condiciones y con el nivel económico suficiente para mantenerse en la élite muchos años. El Barça siguió con sus éxitos en la Copa (nada menos que seis seguidas) y asaltó definitivamente la Liga en la temporada 1980-81. Un año después la llegada de Fernando Martín al Real Madrid devolvería el título a la capital, tras un triunfo decisivo en el Palau barcelonés (93-102) aunque los de Serra se tomarían la revancha en la final de Copa de ese año. En el ejercicio siguiente los azulgranas cambiaron las tornas en dos partidos inolvidables, un triunfo agónico en Barcelona 82-80 que permitió un desempate en Oviedo saldado en favor de los culés por 76-70 que daba la segunda Liga en tres años.
Lolo Saínz reaccionó ante el desafío de su oponente y para la temporada 83-84 consiguió fichar a dos americanos extraordinarios; el pívot Wayne Robinson, gran reboteador y con capacidad anotadora y el alero Brian Jackson, un tirador seguro que compensaba el poderío culé en el exterior de la zona. Impuso además una agresiva defensa de anticipación, con numerosos robos de balón, que dejaba la posibilidad de fulgurantes contraataques aprovechados por jugadores como Martín e Iturriaga muy veloces y hábiles en tales lances. En definitiva que los Barça-Madrid de aquellos años adquirieron la condición de choques de trenes, con partidos tensos, llenos de alternancias y con un dramatismo que reforzó el interés del aficionado de forma contundente.
En aquella temporada cambió el sistema de competición y se adaptó el formato americano de playoffs por el título. Los dos favoritos llegaron a la final y el Madrid pareció tomar una ventaja decisiva al ganar el primer partido en Barcelona por 65-80. En la devolución de la visita a Madrid los de Serra no se amedrentaron: desde el primer minuto plantearon un partido a cara de perro que fue endureciéndose a medida que pasaban los minutos, sin que ninguno de los equipos se escapara en el marcador. Los americanos azulgranas, Starks y Davis se las tenían tiesas bajo los tableros con los Martín, Robinson y Romay. Ambos jugadores tenían un físico muy poderoso que hacía saltar chispas en los bloqueos y en uno de ellos, López Iturriaga respondió a un encontronazo con Davis con una bofetada sobre el mismo. Como el yanqui no se caracterizaba precisamente por su tranquilidad, reaccionó a la agresión con un tremendo puñetazo sobre el alero vasco.  Inmediatamente, Fernando Martín empujó a Davis hacia las vallas publicitarias en defensa de su compañero (que se podía haber llevado una buena dada la fortaleza de aquel contra el que se había enganchado) y se montó una tangana espectacular que acabó con los tres jugadores expulsados. El partido siguió tenso y acabó en la prórroga que fue finalmente ganada por el Barcelona 79-81, al convertir Juan de la Cruz dos tiros libres en la última jugada tras un rebote ofensivo. Como era una final a tres partidos el decisivo se tenía que diputar en Madrid (el Real había quedado primero en la fase regular) dos días después.

Entonces el comité de competición se reunió la misma noche del partido y adoptó una decisión polémica: sancionó a Martín y Davis con la suspensión y condonó a Iturriaga. La Junta directiva azulgrana vio entonces la oportunidad de apelar al victimismo clásico de aquellos años en Can Barça (años de escasos éxitos futbolísticos no olvidemos)  e indignada por la decisión y argumentando que la reunión del comité se había producido en la cafetería de la Ciudad Deportiva, retiró al equipo de la competición con lo que la primera ACB cayó del zurrón madridista por incomparecencia de su oponente. Con el tiempo los jugadores azulgranas mostrarían su disconformidad con la postura de su club: habían logrado la hombrada de empatar la serie contra pronóstico y, en realidad, la ausencia de Fernando Martín era probablemente más decisiva que la de Mike Davis por mucho que jugara Iturriaga, ya que la capacidad anotadora del español era superior a la del americano y Starks y De la Cruz podían plantar cara a Robinson y Romay en el apartado defensivo y reboteador.

En cualquier caso el episodio y su polémica, ayudó decisivamente al boom del baloncesto en España, que a partir de entonces iniciaría un ascenso imparable en la atención del aficionado.

ALEMANIA 85: EL SUEÑO EMPEZÓ A TORCERSE

La España baloncestística aún vivía la euforia de la planta obtenida en Los Ángeles. El baloncesto había vivido la temporada 84-85 con la resaca de aquella hazaña. La temporada, por otra parte había resultado espléndida. El Real Madrid había hecho doblete con uno de los mejores juegos vistos en mucho tiempo, e incluso llegó a la final de la Copa de Europa en la que sólo Drazen Petrovic y su Cibona pudo detenerle. En ambas finales nacionals (Liga y Copa) doblegó a un equipo el Juventud de Badalona, joven lleno de talento y que empezaba a consolidarse como un grande de juego atractivo y con algunos de los nombres claves del próximo decenio: el entrenador Aito García Reneses y jugadores como Jofresa, Villacampa o Andrés Jiménez; para el  recuerdo quedó una inolvidable victoria por 86-111 en el primer partido de la final, en el viejo pabellón del Real Madrid. El Barça de Epi, Sibilio o Solozábal no rindió bien en España, pero ganaría la Recopa al poderoso Zalguiris de Kaunas de un tal Arvidas Sabonis. En esa temporada se iniciaron los carruseles de baloncesto en las radios al estilo futbolístico, la televisión apostó decididamente por el basket y en todo el país se vivía la fiebre del deporte que emergiendo de la nada, le plantaba cara al un poco desfasado fútbol.
Antonio Díaz Miguel seguía siendo un héroe nacional, acaso el entrenador español de cualquier categoría deportiva más prestigioso. Incluso publicaba un manual de enseñanzas baloncestísticas llamado “Mi Baloncesto” vendido por fascículos y que era devorado por no pocos jóvenes que se interesaban por el mundo de la canasta. Era año de Eurobasket en Alemania y España partía como gran favorita para el podio, tras  la plata de Nantes 83, y la hombrada de Los Ángeles. La lista del entrenador deparó algunas sorpresas: Vicente Gil, un veterano base de 31 años que había cuajado una gran campaña en el Estudiantes, sustituía a Nacho Solozábal, más irregular en ese ejercicio. Gil era un director de orquesta con capacidad anotadora y gusto por poner los partidos a toda pastilla, algo conectado con el juego de contraataque propio del “equipo nacional” de Díaz Miguel. Junto a él los héroes de América: Martín, Romay, Epi, Margall, Iturriaga, Llorente o Jiménez junto con los recuperados Joaquín Costa (base con gran capacidad defensiva) o un Sibilio que había vuelto por sus fueros de gran anotador.


Pero una ausencia se haría notar de forma acentuada: Juan Corbalán, capitán del equipo había decidido dejar la selección tras la olimpiada y su ausencia sería esencial en el devenir de los acontecimientos. No sólo por su calidad, puesto que España contaba con bases de buen rendimiento (Gil, Costa o Llorente), sino por su función de liderazgo y de enlace entre Díaz Miguel y los jugadores. El seleccionador había adquirido categoría de estrella nacional y su carácter era dado a las explosiones que requerían de un canalizador que pudiera amortiguarlas. Nadie ocupó ese puesto tras Corbalán, y en el combinado hispano empezaron a surgir voces de disconformidad con algunos planteamientos del entrenador, así como de un pretendido trato de favor a algunos jugadores frente a otros.
Las cosas no empezaron muy bien: Yugoslavia batía a España por 99-83 en el primer partido donde Petrovic seguía torturando a sus rivales madridistas. Se ganó sin lustre a Polonia y Rumanía, pero entonces en el cuarto partido de la fase inicial contra la U.R.S.S, un cambio radical aconteció: Díaz Miguel decidió darle una oportunidad a un casi inédito Vicente Gil y el base madrileño revolucionó a la selección con un juego eléctrico que contagió a sus compañeros que batieron por 99-92 a una de las selecciones soviéticas más potentes de la historia: nada menos que Homicius, Kurtinaitis, Belosteny. Volkov o Sabonis entre otros. Se volvió a ver al equipo de Nantes y Los Angeles y todo parecía encaminarse a una nueva medalla cuando en los siguientes partido se arrasó a Francia (109-83) y en el cruce de cuartos los anfitriones alemanes fueron despachados sin miramientos (98-83).
Todo apuntaba a una semifinal contra Yugoslavia, a la que se había ganado un año antes en Los Ángeles y contra la que los jugadores del Real Madrid guardaban ganas de revancha por sus humillaciones ante la Cibona en esa temporada así como por la derrota en el partido inicial. Pero entonces llegó lo inesperado; Checoslovaquia, una selección de grandes jugadores pero ya en la recta final de su carrera ganaba a los yugoslavos. Las semifinales serían España- Checoslovaquia, y teniendo en cuenta que en las últimas citas de ese calibre España había batido a rusos (Europeo del 83) y yugoslavos (Olimpiadas del 84) todos contaban con la presencia hispana en la finalísima, incluso se llegaba a hablar del título, ya que presumiblemente el rival sería la U.R.S.S a la que se había derrotado fechas antes.
Pero aquellas semifinales con aire de plácidas adquirieron la condición de traumáticas. Una España irreconocible no pudo imponer en ningún momento su ritmo vivo y terminó anestesiada por el juego lento de los checos, cuyos tiradores hacían estragos en la defensa española. En realidad no pocos señalaron al técnico español como responsable de la derrota por su insistencia en mantener la zona frente al acierto checo en los lanzamientos y, sobre todo, por un detalle que trascendería después: bien entrada la segunda parte Llorente tiene que advertirle que Epi está sentado desde hace un buen rato, cuando el Matraco Margall está en la cancha con una tarde muy desafortunada. España cae 95-98 y la decepción es de órdago. Cuando más fácil se tenía la final se ha fallado. Las secuelas de esa derrota trascienden de no llegar a la final, algunos jugadores como Iturriaga, Gil o el propio Fernando Martín cuestionan la dirección de Díaz Miguel y en muchos sectores no se entiende la posición del seleccionador de advertir en la previa del partido que el rival era dificilísimo.  Jugadores y prensa piensan que se ha sobrevalorado al contrario y que eso ha pasado factura en la confianza española, cuando los chequos podían considerarse como asequibles dado el potencial español. No pocos señalaron un cambio de tendencia en Díaz Miguel: de convencer a todos de que España era capaz de ganar a cualquiera pasó a alabanzas desmedidas ante cualquier rival al que se enfrentase. Dos días después se pierde el bronce ante Italia 90-102 y un triste cuarto puesto supone la primera fractura entre el equipo que tanta ilusión había despertado y una afición que se volcaba con él. Por primera vez el seleccionador que todo el mundo admiraba empieza a ser cuestionado.

La trayectoria de la selección se resentiría de esa decepción; algunos disconformes como Iturriaga o Gil no volverían y la posterior marcha de Martín a la NBA privaría a España de su mejor pívot (entonces regía la absurda norma que los jugadores profesionales de la NBA no podía disputar competiciones FIBA). El Mundobasket disputado en tierras españolas un año después no sirvió de catarsis: apenas un quinto puesto tras derrota ante Brasil en la fase inicial que no pudo ser superada. De ahí e tobogán hasta la hecatombe de Barcelona 92, sólo mitigada por el bronce en el Europeo de Roma de 1991. Al mismo tiempo la Liga ACB se desarrolla completamente al alimón de la llegada a España de americanos de mucha calidad que dan espectáculo y llenan los pabellones así como de la enconada rivalidad Madrid- Barça que escribe episodios inolvidables en esos años.