La España baloncestística aún vivía la
euforia de la planta obtenida en Los Ángeles. El baloncesto había vivido la
temporada 84-85 con la resaca de aquella hazaña. La temporada, por otra parte
había resultado espléndida. El Real Madrid había hecho doblete con uno de los
mejores juegos vistos en mucho tiempo, e incluso llegó a la final de la Copa de
Europa en la que sólo Drazen Petrovic y su Cibona pudo detenerle. En ambas
finales nacionals (Liga y Copa) doblegó a un equipo el Juventud de Badalona, joven lleno de talento y
que empezaba a consolidarse como un grande de juego atractivo y con algunos de
los nombres claves del próximo decenio: el entrenador Aito García Reneses y
jugadores como Jofresa, Villacampa o Andrés Jiménez; para el recuerdo quedó una inolvidable victoria por 86-111
en el primer partido de la final, en el viejo pabellón del Real Madrid. El
Barça de Epi, Sibilio o Solozábal no rindió bien en España, pero ganaría la
Recopa al poderoso Zalguiris de Kaunas de un tal Arvidas Sabonis. En esa
temporada se iniciaron los carruseles de baloncesto en las radios al estilo
futbolístico, la televisión apostó decididamente por el basket y en todo el
país se vivía la fiebre del deporte que emergiendo de la nada, le plantaba cara
al un poco desfasado fútbol.
Antonio Díaz Miguel seguía siendo un
héroe nacional, acaso el entrenador español de cualquier categoría deportiva más
prestigioso. Incluso publicaba un manual de enseñanzas baloncestísticas llamado
“Mi Baloncesto” vendido por fascículos y que era devorado por no pocos jóvenes
que se interesaban por el mundo de la canasta. Era año de Eurobasket en
Alemania y España partía como gran favorita para el podio, tras la plata de Nantes 83, y la hombrada de Los Ángeles.
La lista del entrenador deparó algunas sorpresas: Vicente Gil, un veterano base
de 31 años que había cuajado una gran campaña en el Estudiantes, sustituía a
Nacho Solozábal, más irregular en ese ejercicio. Gil era un director de
orquesta con capacidad anotadora y gusto por poner los partidos a toda
pastilla, algo conectado con el juego de contraataque propio del “equipo nacional”
de Díaz Miguel. Junto a él los héroes de América: Martín, Romay, Epi, Margall,
Iturriaga, Llorente o Jiménez junto con los recuperados Joaquín Costa (base con
gran capacidad defensiva) o un Sibilio que había vuelto por sus fueros de gran
anotador.
Pero una ausencia se haría notar de
forma acentuada: Juan Corbalán, capitán del equipo había decidido dejar la
selección tras la olimpiada y su ausencia sería esencial en el devenir de los
acontecimientos. No sólo por su calidad, puesto que España contaba con bases de
buen rendimiento (Gil, Costa o Llorente), sino por su función de liderazgo y de
enlace entre Díaz Miguel y los jugadores. El seleccionador había adquirido
categoría de estrella nacional y su carácter era dado a las explosiones que requerían
de un canalizador que pudiera amortiguarlas. Nadie ocupó ese puesto tras
Corbalán, y en el combinado hispano empezaron a surgir voces de disconformidad
con algunos planteamientos del entrenador, así como de un pretendido trato de
favor a algunos jugadores frente a otros.
Las cosas no empezaron muy bien:
Yugoslavia batía a España por 99-83 en el primer partido donde Petrovic seguía
torturando a sus rivales madridistas. Se ganó sin lustre a Polonia y Rumanía,
pero entonces en el cuarto partido de la fase inicial contra la U.R.S.S, un
cambio radical aconteció: Díaz Miguel decidió darle una oportunidad a un casi
inédito Vicente Gil y el base madrileño revolucionó a la selección con un juego
eléctrico que contagió a sus compañeros que batieron por 99-92 a una de las
selecciones soviéticas más potentes de la historia: nada menos que Homicius,
Kurtinaitis, Belosteny. Volkov o Sabonis entre otros. Se volvió a ver al equipo
de Nantes y Los Angeles y todo parecía encaminarse a una nueva medalla cuando
en los siguientes partido se arrasó a Francia (109-83) y en el cruce de cuartos
los anfitriones alemanes fueron despachados sin miramientos (98-83).
Todo apuntaba a una semifinal contra
Yugoslavia, a la que se había ganado un año antes en Los Ángeles y contra la
que los jugadores del Real Madrid guardaban ganas de revancha por sus
humillaciones ante la Cibona en esa temporada así como por la derrota en el partido
inicial. Pero entonces llegó lo inesperado; Checoslovaquia, una selección de
grandes jugadores pero ya en la recta final de su carrera ganaba a los yugoslavos.
Las semifinales serían España- Checoslovaquia, y teniendo en cuenta que en las
últimas citas de ese calibre España había batido a rusos (Europeo del 83) y
yugoslavos (Olimpiadas del 84) todos contaban con la presencia hispana en la
finalísima, incluso se llegaba a hablar del título, ya que presumiblemente el
rival sería la U.R.S.S a la que se había derrotado fechas antes.
Pero aquellas semifinales con aire de
plácidas adquirieron la condición de traumáticas. Una España irreconocible no
pudo imponer en ningún momento su ritmo vivo y terminó anestesiada por el juego
lento de los checos, cuyos tiradores hacían estragos en la defensa española. En
realidad no pocos señalaron al técnico español como responsable de la derrota
por su insistencia en mantener la zona frente al acierto checo en los
lanzamientos y, sobre todo, por un detalle que trascendería después: bien
entrada la segunda parte Llorente tiene que advertirle que Epi está sentado
desde hace un buen rato, cuando el Matraco Margall está en la cancha con una
tarde muy desafortunada. España cae 95-98 y la decepción es de órdago. Cuando
más fácil se tenía la final se ha fallado. Las secuelas de esa derrota
trascienden de no llegar a la final, algunos jugadores como Iturriaga, Gil o el
propio Fernando Martín cuestionan la dirección de Díaz Miguel y en muchos sectores no se entiende
la posición del seleccionador de advertir en la previa del partido que el rival
era dificilísimo. Jugadores y prensa piensan que se ha sobrevalorado al
contrario y que eso ha pasado factura en la confianza española, cuando los chequos podían considerarse como asequibles dado el potencial español. No pocos señalaron un cambio de tendencia en Díaz Miguel: de convencer a todos de que España era capaz de ganar a cualquiera pasó a alabanzas desmedidas ante cualquier rival al que se enfrentase. Dos días después se pierde el bronce ante Italia 90-102
y un triste cuarto puesto supone la primera fractura entre el equipo que tanta
ilusión había despertado y una afición que se volcaba con él. Por primera vez el seleccionador que todo el mundo admiraba empieza a ser cuestionado.
La trayectoria de la selección se
resentiría de esa decepción; algunos disconformes como Iturriaga o Gil no
volverían y la posterior marcha de Martín a la NBA privaría a España de su
mejor pívot (entonces regía la absurda norma que los jugadores profesionales de
la NBA no podía disputar competiciones FIBA). El Mundobasket disputado en
tierras españolas un año después no sirvió de catarsis: apenas un quinto puesto
tras derrota ante Brasil en la fase inicial que no pudo ser superada. De ahí e
tobogán hasta la hecatombe de Barcelona 92, sólo mitigada por el bronce en el
Europeo de Roma de 1991. Al mismo tiempo la Liga ACB se desarrolla
completamente al alimón de la llegada a España de americanos de mucha calidad
que dan espectáculo y llenan los pabellones así como de la enconada rivalidad
Madrid- Barça que escribe episodios inolvidables en esos años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario