El baloncesto español ha conocido de tres nombres esenciales que han poblado su trayectoria con todos los éxitos imaginables: dos madridistas, Pedro Ferrándiz y Lolo Saiz y un azulgrana de origen madrileño Aíto García Reneses.
No es fácil mantenerse en la élite mucho tiempo; hacerlo durante más de tres décadas demuestra una capacidad más que sobrada para el siempre difícil desempeño de entrenador. Mantenerse fiel a sus principios contraviento y marea es algo reservado a los mejores en su puesto. Y el técnico madrileño ha dotado a sus combinados de unas señas de identidad fácilmente reconocibles en cualquier circunstancia y situación. Desde el Cotonificio de Badalona, hasta su larga etapa azulgrana y su vuelta a sus orígenes badaloneses, sus equipos siempre han apostado por una preeminencia del juego colectivo frente al individualismo, una filosofía en la que el interés común debía de supeditarse a los egos particulares, un fuerte ritmo físico y un adecuado balance defensivo.
Era verano de 1985 y por aquel entonces la sección de baloncesto del Barcelona no pasaba su mejor momento. Antonio Serra había dimitido tras una brillante trayectoria que había puesto a los culés a un nivel competitivo respecto de su gran rival capitalino. Aun así el Real Madrid dominaba el panorama baloncestístico. Aíto entrenaba a un emergente Joventud de Badalona en el que despuntaban nombres esenciales del basket hispano tales como Andrés Jiménez, Rafael Jofresa o Jordi Villacampa. Se había plantado en la final de la liga humillando al gran favorito en el primer partido de la final en el vetusto pabellón blanco por un escalofriante 86-111. Los dos siguientes partidos pusieron las cosas en su sitio y la Liga voló a Madrid pero José Luis Núñez apostó por el joven técnico con más proyección de España.
Su aterrizaje en la ciudad condal no fue muy llevadero. Los resultados no acompañaron demasiado en su primera temporada en la que perdió Copa y Liga en el mismísimo Palau Blugrana. No fueron pocas las críticas que recibió. En un equipo acostumbrado a cargar toda la responsabilidad en el juego exterior de Epi y Sibilio, Aíto impuso su ideario contra toda corriente: rotaciones constantes de jugadores y reparto de la responsabilidad anotadora. Nadie entendía entonces como un jugador que parecía enchufado se fuera al banquillo al minuto siguiente. Contra las voces discordantes la directiva apostó por su continuidad siguiendo un modelo deportivo que daría grandes frutos tanto el fútbol como balonmano; estabilidad a toda costa de los entrenadores y proyectos deportivos a largo plazo.
Los resultados llegaron en la segunda temporada y ya no se detuvieron. Aunque su brillante trayectoria siempre tuvo un lunar no resuelto: nunca alcanzar la ansiada Copa de Europa o Euroliga. Y no fue por falta de oportunidades e insistencia: hasta tres finales perdidas y seis final-fours disputadas jalonaron la trayectoria de su Barca en la máxima competición continental. En realidad los esquemas de Aíto resultaban idóneos para competiciones a largo plazo en donde el final de temporada pasa factura y las piernas más frescas se imponen a aquellos que han acumulado demasiados minutos al cabo del año. Pero en las distancias cortas, cuando la calidad individual e intensidad eran decisivas se encontró con diversas bestias negras que jalonaron sus numerosas decepciones, en especial la fabulosa Jugoplastika de Kukov y Radja.
Su estilo pausado, analítico y poco dado a la estridencia de cara al público y prensa no impedía que la fortaleza en sus convicciones le hiciera ser drástico: conocido fue su enfrentamiento con Bozidar Maljkovic, gran gurú del baloncesto europeo, maestro indiscutible del baloncesto defensivo que anestesió Europa durante no pocos años y ganador de cuatro Euroligas, que le sustituyó en el Barca en 1990 con el objetivo de ganar el ansiado máximo galardón europeo; no sólo se fracasó sino que la relación acabó con el rosario de la aurora; dos gallos en el mismo gallinero. Tampoco sus relaciones con los jugadores estuvo exenta de ciertas polémicas: nombres ilustres como Sibilio, De la Cruz o Nacho Solozábal, Gallilea o Ferrán Martínez abandonaron el Barcelona con pocas palabras de agradecimiento hacia su preparador. Y de forma más reciente protagonizó diversos enfrentamientos con Sergio Scariolo, acusándose recíprocamente de falta de ética y de condicionar la labor arbitral. Algo que no es novedoso en su trayectoria. En la final de la ACB de 1989 ante el Real Madrid de Drazen Petrovic, creó un estado de opinión favorable a no permitir las salidas de tono de la estrella yugoslava, sosteniendo que el mismo tenía bula arbitral. En el quinto partido de la serie Petrovic fue anulado como en pocas ocasiones a lo largo de su carrera.
También destacó por su apuesta por la cantera y de su mano Andrés Jiménez, Ferrán Martínez, el mismísimo Pau Gasol o Ricky Rubio tuvieron oportunidades sobradas de demostrar su valía y encaramarse a los puestos que su calidad requería. Supo encontrar y promocionar el talento sin importarle los errores iniciales que pudieran cometer aquellos a los que el destino les reservaba un lugar privilegiado. Sin duda en eso resultó un entrenador esencial en el baloncesto hispano.
Su llegada a la selección llegó tras la extraña salida de “Pepu” Hernández del combinado nacional. No era tarea fácil sin duda, era sustituir a todo un campeón del mundo. Pero casi supera tan memorable logro plantándose en la final de las Olimpiadas de Pekín ante los poderosos Estados Unidos. Se repetía la final de 1984 pero con unos condicionamientos bien distintos: en esta ocasión había equipo para plantar cara y a fe que se hizo. Apenas a cinco minutos del final los españoles estaban a apenas dos puntos. El poder anotador de Kobe Bryant y la permisibilidad arbitral con la defensa americana hizo imposible la hazaña. Su palmarés añadió una plata olímpica y curiosamente dejó la selección para enfocar su único fracaso profesional al frente del Unicaja de Málaga en donde vivió su primer cese. Tras años y años de éxitos alguna vez tenía que llegar