domingo, 3 de marzo de 2019

RUTINAS ASENTADAS

El nuevo paseo del Barça en el Bernabéu confirma una tendencia muy acusada en el universo futbolístico, en el que algunos resultados o hechos se dan con una frecuencia tan establecida que sorprende que las previas de muchos partidos se intenten vender desde el punto de vista mediático como enésimos duelos del siglo, cuando según la estadística el resultado es muy previsible.
De alguna forma cada visita del cuadro culé al santuario blanco se ha convertido en una rutinaria manifestación de superioridad en la que ya no resulta necesaria ni siquiera la correspondiente exhibición de Messi. En el 0-4 de 2015, ni jugó y en los 0-3 recientes mostró una versión hasta descafeinada del mismo, dejando el protagonismo al cuestionado Luis Suárez. En realidad el Barça ya ni se molesta jugar bien para ganar o incluso golear al Madrid, un hecho  cada día menos insólito. Aborda cada clásico en la castellana con una sensación de poder tan asentada que se transmite a todos: jugadores de ambos equipos, aficionados, prensa….El miércoles, a medida que el Real Madrid acumulaba méritos para marcar y se sucedían las ocasiones frente a un Barcelona mas bien mustio, casi  todo espectador veterano tenía la misma intuición: que a la primera ocasión clara visitante el balón iría al fondo de la portería, como así fue. En el partido de Liga del sábado, el control catalán era tan diáfano, que el 0-1 final casi olió a falta de ensañamiento.



Este tipo de inercia, que parece situarse por encima de estados de forma y momentos de juego, y que sólo logra una cierta explicación plausible mediante la calidad de algunos futbolistas, se manifiesta una y otra vez en numerosos encuentros con los mismos contendientes aunque compuestos por diferentes protagonistas. Recuerdo que el en Bayern- Real Madrid de semifinales de Champions de la pasada temporada, tanto en la ida como en la vuelta hubo partes de un dominio bávaro tan insultante, que el tema sólo podía acabar de una forma: o con goleada alemana (improbable) o con triunfo blanco (más que seguro). Y es que la corriente ganadora madridista en Champions se combina con un desastroso cuadro de horrores en la competición doméstica que no parece tener fin. Del mismo modo que la insultante superioridad culé en la disputada y exigente competición española (va camino de su cuarto doblete en cinco años), se mezcla con caídas estrepitosas e impensables en entornos continentales, sea cual sea el escenario (Paris, Roma o Turín).
Es muy curioso ver como esas frecuencias se manifiestan década tras década en escenarios muy distintos: todo futbolero con trienios sabe que una presencia del Real Madrid en la final de Champions es sinónimo de triunfo seguro, sea cual sea la forma, que siempre que el propio Madrid juagaba una final de Copa en su estadio, la sorpresa saltaba (solo gano dos de nueve y una contra su filial) sin que importase que fuese en la fecha de su centenario (Deportivo) o frente a rivales contra los que no mordía el polvo en catorce años (Atlético), que Alemania nunca puede con Italia en partidos claves de Eurocopas o Mundiales, que toda eliminatoria del Atlético en Copa de Europa ante rivales más poderosos y tachados de favoritos es el punto de partida a una hazaña impensable y que todas sus finales son dramas saldados con final trágico, que el Sevilla puede jugar todas las finales de Europa League posibles sin que parezca que sea factible que pueda perder alguna, aunque se lo proponga, y que cada vez que se cruza con un grande auténtico va a terminar perdiendo aun cuando parezca que , por una vez, pueda dar la campanada o que el Benfica portugués será como Sísifo con su piedra en busca de superar la maldición que le acompaña en las finales europeas y que les lanzó el entrenador que les hizo ganar las dos primeras. Distintas épocas con distintos jugadores, pero un mismo desenlace contra el que parece imposible rebelarse.
Por eso cuando se rompe la tradición, y se echan abajo los muros en apariencia infranqueables, los clubes y aficionados sufren una catarsis única que suele servir de punto de partida a un futuro mejor alejado de complejos tan arraigados. Ahí van algunos ejemplos: el gol de Koeman en Wembley, el de Mijatovic en Ámsterdam, la tanda de penaltis del España-Italia de 2008 o el cabezazo de Miranda en la final de Copa de 2013. Quizá en la búsqueda de esos instantes únicos se fundamenta buena parte de la pasión futbolera ya que, a fin de cuentas, lo bueno del deporte es que, al contrario de la vida,  casi siempre ofrece una oportunidad más.


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