Cuando Johan Cruyff fue
fichado como técnico del Barcelona en 1988 el presidente Núñez, se vio obligado
a cederle plenos poderes en la parcela deportiva, tal y como exigía el
holandés. El año 1988, en el que concretó su contratación como entrenador,
había sido muy malo para el mandatario, con el público en contra ante la falta
de éxitos deportivos de relumbrón (una Liga en 10 años) y con la sombra de la
final de la Copa de Europa perdida en Sevilla ante el Steaua de Bucarest. El
Barça deambulaba por la Liga sin pena ni gloria, y sólo la Copa del Rey ganada
ante la Real Sociedad en el Bernabéu con Luis Aragonés de entrenador,
permitiría al equipo jugar en Europa el año siguiente. A ello había que
añadirle el deterioro institucional provocado por el llamado “motín del
Hesperia” en el que la plantilla pidió la dimisión de la junta directiva al
completo.
La siguiente temporada
había elecciones. Nuñez tenía apalabrado a Javier Clemente para ser entrenador
del Barça, pero su vicepresidente Nicolás Casaus, le convenció que fichar a
Cruyff le daría una ventaja insuperable de cara a las mismas, en las que el
nacionalismo catalán tenía un candidato para retomar el control del club. Sixte
Cambra. Núñez, un constructor vasco asentado en Cataluña, había sido siempre
considerado un intruso por la acomodada burguesía nacionalista. Cruyff era una
referencia emocional importante para una masa social desencantada y además
Cambra podía también captarlo como gancho electoral. Nuñez tuvo que contratarlo
por un sueldo muy elevado y el Barcelona asumió los problemas del
holandés con la Hacienda española, que se remontaban a sus años de jugador.
Aunque en sus dos primeras
temporadas salvó los muebles a última hora (ganando Recopa ante la Sampdoria y
Copa del Rey ante el Real Madrid), tras muchos altibajos y no pocos rumores de
cese, a partir de 1990 el Barça juntó un gran equipo que, con mucha fortuna y
buen juego, conquistó cuatro Ligas seguidas y una Copa de Europa. Cruyff
revolucionó el fútbol español con un
estilo muy ofensivo y vistoso en el que los factores atacantes primaban sobre
los defensivos y de la mano de jugadores como Guardiola, Stoichkov, Amor,
Laudrup, Koeman o Romario devolvió la alegría al Camp Nou y desterró para
siempre la leyenda de equipo perdedor que había perseguido al Barça
Estos éxitos le hicieron
aumentar el ego de forme notable y a medida que pasaban los años su figura se
engrandecía ante la masa social culé. La Junta directiva recelaba de ese poder
omnímodo pero se veía obligada a cumplir con las exigencias del entrenador que
había llevado a lo mas alto al Barça. Tras ganar la cuarta Liga seguida el
equipo se plantó en la final de la Champions League ante el Milán de Fabio
Capello, Cruyff proclamó la superioridad de su equipo y que el Milán no le
impresionaba en absoluto. Sobre el terreno de juego los rossoneros dieron un
sonado baño al Barça que se vió impotente para superar el entramado defensivo
italiano y fue arrasado por 4-0. Ya a finales de esa temporada el entrenador
había decido prescindir de dos de los emblemas del equipo: el capitán
Zubizarreta y el delantero Michael Laudrup, puesto que , en la práctica, todo
el que osaba hacerle sombra terminaba saliendo del club. A ello había que
añadir que el técnico quería controlar
aspectos como la duración de los contratos o la política de salarios, amén de
mostrar sin reparo desprecio por las opiniones de los directivos en materia
deportiva.
A Núñez le irritaba ese
protagonismo, puesto que parecía que sólo Cruyff era responsable de los
triunfos. El técnico empezó a perder su buena estrella. En la séptima temporada
acabó en blanco por primera vez desde que se sentaba en el banquillo culé, y es que puede decirse que
sus decisiones en materia de fichajes fueron bastante estrambóticas: jugadores
como Escaich, Sánchez Jara, Eskurza o Korneiev distaban de tener el nivel
adecuado para un equipo que había impresionado por su juego y resultados y que
vivía el éxodo de sus mejores activos por razones de edad o incompatibilidad
con Cruyff que, además, empezaba a mostrar rasgos de peligroso nepotismo con la
introducción de su hijo (Jordi) y su yerno (Angoi) en la plantilla. Pese a
ello, el crédito acumulado en los grandes años del llamado “Dream Team” le hizo
tener una nueva oportunidad de remodelar la plantilla y en la temporada 1995-96
llegaron jugadores como Figo, Kodro, Prosienecki o Cuéllar. Parecían
incorporaciones de más fuste, pero los resultados no acompañaron y el juego del
equipo era mas bien plano. Tras una nueva temporada sin títulos Cruyff declaró
que si se quería volver a la élite se necesitaban estrellas que marcasen las
diferencias tipo Ginola (un extremo francés muy de moda en esos años) o un
jovencísimo Zinedine Zidane que despuntaba en el Burdeos y que acabaría
firmando por la Juventus de Turín. Núñez, que ya por entonces quería deshacerse
del técnico, contestó que “con 2.000
millones ficha hasta mi portera” a lo que Cruyff respondió con otra ironía
envenenada “pues mi portera no es
presidente de un club de fútbol”. Dos jornadas antes de la finalización del
campeonato el entrenador de las cuatro Ligas seguidas (hazaña que ni siquiera
igualaría el fabuloso equipo de Guardiola) era cesado en medio de un áspero
cruce de declaraciones. Unos meses después, con el inglés Robson de entrenador
el Barcelona gastaba más de 5.000 millones de pesetas en fichar a Ronaldo,
Giovanni, Victo Baía, Couto, Pizzi y Luis Enrique
Los curioso del caso es
que tanto Núñez como Cruyff habían hecho muy bien sus papeles. El segundo había
montado un gran equipo y dejó un legado que dura hasta nuestros días, el
primero por su parte aguantó al técnico cuando todos pedían su cese en los
peores momentos de sus dos primeros años y hasta su conflicto final siempre
trajo lo que el entrenador le pedía. Ambos cambiaron la historia del Barça,
pero sus personalidades chocaron.
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