sábado, 27 de septiembre de 2014

LA GUERRA CRUYFF-NUÑEZ INCENDIA EL BARÇA


Cuando Johan Cruyff fue fichado como técnico del Barcelona en 1988 el presidente Núñez, se vio obligado a cederle plenos poderes en la parcela deportiva, tal y como exigía el holandés. El año 1988, en el que concretó su contratación como entrenador, había sido muy malo para el mandatario, con el público en contra ante la falta de éxitos deportivos de relumbrón (una Liga en 10 años) y con la sombra de la final de la Copa de Europa perdida en Sevilla ante el Steaua de Bucarest. El Barça deambulaba por la Liga sin pena ni gloria, y sólo la Copa del Rey ganada ante la Real Sociedad en el Bernabéu con Luis Aragonés de entrenador, permitiría al equipo jugar en Europa el año siguiente. A ello había que añadirle el deterioro institucional provocado por el llamado “motín del Hesperia” en el que la plantilla pidió la dimisión de la junta directiva al completo.
La siguiente temporada había elecciones. Nuñez tenía apalabrado a Javier Clemente para ser entrenador del Barça, pero su vicepresidente Nicolás Casaus, le convenció que fichar a Cruyff le daría una ventaja insuperable de cara a las mismas, en las que el nacionalismo catalán tenía un candidato para retomar el control del club. Sixte Cambra. Núñez, un constructor vasco asentado en Cataluña, había sido siempre considerado un intruso por la acomodada burguesía nacionalista. Cruyff era una referencia emocional importante para una masa social desencantada y además Cambra podía también captarlo como gancho electoral. Nuñez tuvo que contratarlo por un sueldo muy elevado y el Barcelona asumió los problemas del holandés con la Hacienda española, que se remontaban a sus años de jugador.

Aunque en sus dos primeras temporadas salvó los muebles a última hora (ganando Recopa ante la Sampdoria y Copa del Rey ante el Real Madrid), tras muchos altibajos y no pocos rumores de cese, a partir de 1990 el Barça juntó un gran equipo que, con mucha fortuna y buen juego, conquistó cuatro Ligas seguidas y una Copa de Europa. Cruyff revolucionó  el fútbol español con un estilo muy ofensivo y vistoso en el que los factores atacantes primaban sobre los defensivos y de la mano de jugadores como Guardiola, Stoichkov, Amor, Laudrup, Koeman o Romario devolvió la alegría al Camp Nou y desterró para siempre la leyenda de equipo perdedor que había perseguido al Barça
Estos éxitos le hicieron aumentar el ego de forme notable y a medida que pasaban los años su figura se engrandecía ante la masa social culé. La Junta directiva recelaba de ese poder omnímodo pero se veía obligada a cumplir con las exigencias del entrenador que había llevado a lo mas alto al Barça. Tras ganar la cuarta Liga seguida el equipo se plantó en la final de la Champions League ante el Milán de Fabio Capello, Cruyff proclamó la superioridad de su equipo y que el Milán no le impresionaba en absoluto. Sobre el terreno de juego los rossoneros dieron un sonado baño al Barça que se vió impotente para superar el entramado defensivo italiano y fue arrasado por 4-0. Ya a finales de esa temporada el entrenador había decido prescindir de dos de los emblemas del equipo: el capitán Zubizarreta y el delantero Michael Laudrup, puesto que , en la práctica, todo el que osaba hacerle sombra terminaba saliendo del club. A ello había que añadir  que el técnico quería controlar aspectos como la duración de los contratos o la política de salarios, amén de mostrar sin reparo desprecio por las opiniones de los directivos en materia deportiva.

A Núñez le irritaba ese protagonismo, puesto que parecía que sólo Cruyff era responsable de los triunfos. El técnico empezó a perder su buena estrella. En la séptima temporada acabó en blanco por primera vez desde que se sentaba en  el banquillo culé, y es que puede decirse que sus decisiones en materia de fichajes fueron bastante estrambóticas: jugadores como Escaich, Sánchez Jara, Eskurza o Korneiev distaban de tener el nivel adecuado para un equipo que había impresionado por su juego y resultados y que vivía el éxodo de sus mejores activos por razones de edad o incompatibilidad con Cruyff que, además, empezaba a mostrar rasgos de peligroso nepotismo con la introducción de su hijo (Jordi) y su yerno (Angoi) en la plantilla. Pese a ello, el crédito acumulado en los grandes años del llamado “Dream Team” le hizo tener una nueva oportunidad de remodelar la plantilla y en la temporada 1995-96 llegaron jugadores como Figo, Kodro, Prosienecki o Cuéllar. Parecían incorporaciones de más fuste, pero los resultados no acompañaron y el juego del equipo era mas bien plano. Tras una nueva temporada sin títulos Cruyff declaró que si se quería volver a la élite se necesitaban estrellas que marcasen las diferencias tipo Ginola (un extremo francés muy de moda en esos años) o un jovencísimo Zinedine Zidane que despuntaba en el Burdeos y que acabaría firmando por la Juventus de Turín. Núñez, que ya por entonces quería deshacerse del técnico, contestó que “con 2.000 millones ficha hasta mi portera” a lo que Cruyff respondió con otra ironía envenenada “pues mi portera no es presidente de un club de fútbol”. Dos jornadas antes de la finalización del campeonato el entrenador de las cuatro Ligas seguidas (hazaña que ni siquiera igualaría el fabuloso equipo de Guardiola) era cesado en medio de un áspero cruce de declaraciones. Unos meses después, con el inglés Robson de entrenador el Barcelona gastaba más de 5.000 millones de pesetas en fichar a Ronaldo, Giovanni, Victo Baía, Couto, Pizzi y Luis Enrique
Los curioso del caso es que tanto Núñez como Cruyff habían hecho muy bien sus papeles. El segundo había montado un gran equipo y dejó un legado que dura hasta nuestros días, el primero por su parte aguantó al técnico cuando todos pedían su cese en los peores momentos de sus dos primeros años y hasta su conflicto final siempre trajo lo que el entrenador le pedía. Ambos cambiaron la historia del Barça, pero sus personalidades chocaron.

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