La figura del entrenador de fútbol maneja no pocos aspectos que hacen de ella una de las profesiones más complicadas de ejercer. De él se espera que sea estratega, manejador de grupos humanos, psicólogo, pedagogo, diplomático y hasta portavoz del club.
En no pocas ocasiones los técnicos de fuerte personalidad futbolística llegan a eclipsar a los propios jugadores y se convierten en la referencia positiva o negativa de la entidad de la que dependen. Entonces la prensa centra su atención en ellos, busca permanentemente su opinión y intenta trasladar su personalidad a todos los aspectos que marcan la vida de su equipo.
La escuela holandesa ha dado fuertes personalidades en los banquillos. De entre todos ellos (y aparte del legendario creador del gran Ajax de los 70, Rinus Michels) destacan dos nombres con fuerza propia: Johan Cruyff y Louis Van Gaal. El primero fue una leyenda de los terrenos de juego que trasladó su brillantez a su labor como técnico convirtiéndose en la referencia esencial del fútbol de los Países Bajos. El segundo no tenía el mismo currículo como entrenador, pero en buena parte de la década de los 90 se convirtió en el rostro más emblemático de una forma de concebir el fútbol y del míster con personalidad. Por cierto que los dos se odiaban cordialmente.
En Van Gaal se concentraron todas las virtudes y defectos del liderazgo autoritario. Su visión del juego no admitía negociaciones y su forma de comportarse con jugadores y prensa no dejaba espacio para las medias tintas. A su favor cabe decir que siempre apostó por un concepto ofensivo del juego, muy en la línea de Holanda, con una devoción sin límites por el juego de los extremos, una seña de identidad inconfundible del balompié neerlandés. Su gusto por el ataque también suponía una búsqueda obsesiva del dominio de la pelota y una apuesta decidida por el ataque total revestido de un inflexible orden táctico: todas las piezas de su puzzle debían de jugar de forma sincronizada.
Con esa apuesta clara aterrizó en el histórico Ajax a comienzos de los 90 y protagonizó la última gran etapa dorada de la entidad que cambió para siempre al fútbol mundial allá por los lejanos 70. La factoría del cuatro veces campeón de Europa por entonces funcionaba a pleno rendimiento: unos jovencísimos Overmars, Kluivert, los hermanos De Boer o Litmanen protagonizaron una explosión de fútbol ofensivo y alegre que hizo renacer las esperanzas de los buenos aficionados al fútbol. Su palmarés por aquellos años habla por si mismo de la competencia de aquella generación: tres ligas holandesas, una Copa de la U.E.F.A y una Liga de Campeones ganada al todopoderoso y casi imbatible Milan de Fabio Capello.
Una estrella había surgido en el universo de los entrenadores europeos. Van Gaal se convirtió en el técnico más apreciado de Europa y los grandes del continente no tardarían en fijarse en él. Al mismo tiempo, sus incuestinables éxitos traían consigo un reforzamiento si cabe más agudo de la autoconfianza en sus principios. Como en muchas ocasiones sucede la consecuencia más resaltable fue una tendencia a la arrogancia manifestada sin cortapisas.
De entre los más potentes de Europa, uno buscaba un sucesor para su mayor mito, y no era otro que el Barca saliente de la guerra civil Cruyff- Nuñez. Tras la época más dorada de la entidad una lucha interna había desgarrado los cimientos azulgranas y los dirigentes consideraron que la mejor opción de sustituir al artífice de su éxitos era Van Gaal, y no faltaban motivos para ellos: era holandés, como su ilustre predecesor, su imagen se asociaba con el fútbol ofensivo son límite y representaba el liderazgo absoluto desde el banquillo.
Su etapa azulgrana no cabe sino calificarse como tumultuosa. Y no es que faltaran éxitos, puesto que en su primer año consiguió el primer doblete en 40 años y repitió la Liga al año siguiente. Pero la ansiada Liga de Campeones se resistió y encima vió la reedición de los éxitos continentales del Madrid, tras larga travesía en el desierto. Y el juego no fue lo esperado. La presencia de futbolistas de primerísimo nivel como Figo, Rivaldo y Guardiola no terminó de casar con los rígidos sistemas de Van Gaal que además cometió, con junta directiva, un error estratégico de bulto: poblar el equipo de compatriotas, algunos ellos de medio pelo, con lo que la entidad terminó perdiendo sus señas de identidad que en las últimas décadas han estado matizadas por en inconmensurable trabajo en la cantera. En cualquier caso no todo fue barrer para casa; en su último año debutó un tal Xabi Hernández.
Tal vez por encontrase con una presión mediática descomunal (el Barca no es el Ajax, o al menos despierta diez veces más pasiones) y sobre todo por encontrase con la sombra permanente de su ilustre antecesor, Van Gaal terminó perdiendo el control de la situación. Su rigidez y fuerte carácter terminaron cayendo en una visión casi estrambótica del sargento del hierro en los banquillos. Sus ruedas de prensa derivaron en un show de borderías que han pasado a la historia de los momentos jocosos del deporte (“siempre negativo nunca positivo”). Ello le granjeó una imagen amarga y antipática que no supo medir y terminó escapándosele de las manos.
Su final en Barcelona fue intrascendente: el Valencia le goleó en las semifinales de la Champions, perdió la liga en la última jornada y la directiva decidió no comparecer a las semifinales de Copa contra el Atlético de Madrid. Salió de forma silenciosa, con sensación de no haber conseguido objetivos y dejando tras de sí una herencia dudosa: el Barca emprendió un largo camino hacia la nada que se tradujo en cinco años de sequía de títulos. De hecho llegó a regresar a Can Barca pero hizo bueno el dicho de segundas partes nunca fueron buenas.
No le fueron mejor las cosas come seleccionador holandés, ya que no puedo clasificarse para el Mundial de Corea en 2002. Sin embargo encontró su pequeña redención en el modesto AZ Alkmaar, al que consiguió hacer campeón de Liga en 2009 contra todo pronóstico. Eso le abrió las puertas de otro grande, el Bayer Múnich, con el que cuajó un excelente ejercicio en su primer año: nada menos que doblete en Alemania y una final de Liga de Campeones perdida ante el Inter de Milán de un tal José Mourinho, que había sido su asistente en Barcelona y que siempre habló de él como sumo respeto. El segundo año los resultados cambiaron y fue despedido. Uno de los motivos argumentados por la directiva muniquesa fue el considerarle intransigente y hasta prepotente. Hay cosas que nunca cambiarán: títulos y carácter.
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