miércoles, 29 de junio de 2011

EL DOBLETE IMPOSIBLE


Para quien no saborea con frecuencia las mieles del triunfo determinadas temporadas están destinadas a mantener un recuerdo vivo en la memoria de los aficionados y jugadores que vivieron ese momento inolvidable. Para el Atlético de Madrid el ejercicio 1995-1996 quedará siempre grabado a fuego como el de la mayor gesta deportiva de su historia; nada menos que un doblete histórico ganado además en circunstancias más que imprevistas.
No presagiaba el comienzo de temporada un final tan exitoso. En las dos campañas anteriores el equipo había coqueteado de forma peligrosa con el descenso. El huracán que acompaño al gilismo desde su llegada a la poltrona en 1987, sucediendo al mítico Vicente Calderón, no se había traducido en más que un desfile interminable de entrenadores y jugadores sólo adornados por dos Copas del Rey. La decadencia de presuntas figuras nacionales como Caminero o Kiko era preocupante y los extranjeros que se vestían la rojiblanca estaban marcados por el denominador común de la mediocridad. Tampoco los fichajes de ese año invitaban al optimismo: los jóvenes Santi y Molina procedían del recién descendido Albacete, el búlgaro Penev había salido peor que mal del Valencia y el entrenador elegido para ese ejercicio, Radomir Antic, insistió hasta lo indecible en el fichaje de un compatriota serbio completamente desconocido y que contaba con la nada despreciable edad de 29 años. Demasiada carrera por detrás como para no haber llamado la atención de nadie del continente europeo.
Sin embargo,Milinko Pantic no sólo resultó un fichaje barato de rendimiento inmediatamente amortizable. Su aportación fue mucho más de un buen rendimiento puntual; casi por arte de magia se convirtió en el referente del equipo y el transmisor de un mensaje ganador y optimista. A una resaltable técnica individual se le unía una cualidad que le hizo único: el ser probablemente el mejor especialista a balón parado que jamás aterrizó en el campeonato español. Su eficacia en córners y faltas le permitió a aquel Atlético solventar mil y una situaciones complicadas amén de ejercer un poder intimidatorio sobre los rivales; por igualado que estuviera el partido siempre cabía esperar que la balanza se desequilibrase a través de las botas del pequeño jugador yugoslavo.
Junto con la sorpresa de Pantic, el nuevo entrenador consiguió una obra casi perfecta en cuanto a aprovechamiento de unos recursos a priori más limitados que los de sus oponentes. La fortaleza colchonera en Liga y Copa su fundamentó en el poderío de su centro del campo compuesto por el nuevo fichaje y los renacidos Simeone, Caminero y Vizacaíno. Cada uno de ellos cumplió su función de forma excelsa. El argentino resultó la fortaleza de su equipo, el ánimo constante, la potencia física y hasta los goles decisivos logrados en valientes incorporaciones al ataque. Caminero, más intermitente, volvió a ser el jugador que deslumbró en el Mundial del 94 con una labor de media punta decisiva por sus mortales asistencias así como sus apariciones en ataque tan esporádicas como decisivas, y el veterano Vizcaíno siguió con la labor sorda, escasamente reconocida pero plena de efectividad que distinguió su larga carrera a orillas del Manzanares.



A este solvente centro del campo se le unió una defensa sorprendentemente rigurosa en su aplicación del achique de espacios y en la que tuvo un papel esencial el entonces joven portero Molina. Desde su posición adelantada, convertido en un líbero más permitía a su defensa arrimarse hacia la media y reducir los espacios de sus oponentes, como el recurso del rival no era otro que el pelotazo ahí se encontraba Molina pata abortar las jugadas de gol que se le pudieran producir. Resultó el portero menos goleado de aquella Liga.
Si la defensa y el centro del campo resolvieron con solvencia su cometido, la delantera vivió la definitiva explosión del jugador gaditano que había destacado en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Kiko Narváez resultó un delantero memorable, tanto por su natural improvisación que dejaba sin argumentos a sus marcadores, como por su espléndido juego de espaldas a la portería que daba a su equipo un arma secreta bien aprovechada; gracias a esa protección de la pelota que arrastraba a los defensas, se permitía la incorporación de los centrocampistas con auténtica vocación ofensiva tales como Caminero o Simeone. Los goles del Atlético en ese gran año tuvieron un considerable reparto de protagonistas.
No faltó quien criticó un estilo de juego en apariencia más preocupado por forzar jugadas de estrategia y limitar al contrario que en tener la auténtica iniciativa. Pero no conviene olvidar que los de Antic batieron en su día un record de victorias a domicilio en la historia de la liga, nada menos de trece. Y que dominaron con mano de hierro el campeonato al liderarlo en 39 de 42 jornadas. Por otro lado no faltaron partidos para el recuerdo; en especial dos de ellos recordables por el perfeccionismo en el juego atlético: en la visita del Barca al Calderón, el 3-1 final no respondió al recital de juego de los locales que para algunos firmaron casi el mejor partido de su historia, y en las semifinales de la Copa del Rey, en Valencia, remontaron un 2-0 inicial pata terminar exhibiéndose y ganar 3-5. Sólo un equipo con auténtica fortaleza mental es capaz de mantener el tipo en dos competiciones exigentes y a la Liga se le unió la Copa, ganada en la final al Barcelona que apuraba los últimos años de la era Cruyff y que por aquel entonces tenía cierta leyenda de equipo inexpugnable en grandes citas aunque sus mejores años y jugadores ya habían pasado.
Fiel a su idiosincrasia los rojiblancos tuvieron que esperar a la última jornada para ganar la liga y hacer doblete por primera vez en su historia. Para no perder la tradición de as del suspense estuvieron nada menos que cinco partidos seguidos sin ganar en casa, que les hubieran dado un campeonato plácido. Pero eso no casaba con la historia atlética y buen sprint final del Valencia, para más inri entrenado por Luis Aragonés, puso la conclusión del campeonato al rojo vivo. Fue un 26 de mayo del 96 y ante un rival como el Albacete todos los fantasmas del pasado se borraron de un plumazo.
Fue un gran éxito para Antic que años antes había vivido un desprecio profesional al ser destituido del Real Madrid cuando lideraba le campeonato (por cierto que los blancos perdieron esa liga). Ese ninguneo actúo como motor de su carrera y el viejo rival capitalino de los de Concha Espina le dio la oportunidad que tanto deseaba para mostrar sus notable s cualidades. Fue encumbrado con justicia como un ídolo de la afición cuestión que el tiempo reveló como contraproducente: su autoestima ya de por sí elevada, creció de forma desmedida hasta el punto de situarse por encima de los propios jugadores y eso siempre resulta peligroso. En realidad fue un cliclo de éxitos extraordinariamente corto que hizo a numerosos aficionados y cronistas identificarlo con la casualidad y los errores de los más grandes. Pero el mérito estaba ahí sin duda.
La trayectoria de ese combinado quedó sepultada al año siguiente de forma casi trágica, muy en la línea de la entidad: en apenas una semana fue eliminado de la Copa del Rey y de la Champions tras dos excelentes partidos ante Barca y Ajax de Ámsterdam. Incluso en el Camp Nou se llegó a ir ganando por tres goles y Pantic pasó a la historia por meter cuatro son ganar el partido. Ante los holandeses un penalti fallado por Esnaider (que ese año sustituyó a Penev) condenó el pase a semifinales. Cuatro años después y con una plantilla de lujo, incluso superior a la que consiguió el doblete, el equipo era intervenido judicialmente y bajaba tras más setenta años a segunda división. Las cosas del Atlético