sábado, 1 de octubre de 2011

KAREM ABDUL JABBAR: EL CAMPEÓN INCOMBUSTIBLE


Ferdinand Lewis Alcindor, Jr no resulta muy familiar para el gran público. Pero cuando en 1971 un joven jugador de baloncesto decidió convertirse al islamismo, tras leer una biografía de Malcom X, y cambiar su nombre por el de Karem Abdul Jabbar, ya por aquel entonces había protagonizado una historia deportiva de primerísimo nivel. Su irrupción en el baloncesto universitario de la década de los 60 creó un impacto del que pueden dar fe sus impresionantes números: una media de 26,40 puntos y 15 rebotes por partido. La Universidad de UCLA comandada por el mítico John Wooden empezó un dominio aplastante del baloncesto amateur cuto principal bastión fue un joven neoyorkino de carácter reservado que parecía simplemente imparable en la cancha.
Como muchos otros grandes ídolos de raza negra el deporte fue un medio para ganarse el respeto de la gente en una nación que vivía una efervescencia de la lucha por los Derechos Civiles y en la que quedaba todavía un largo camino por recorres en pos de la justicia social. Tal vez influenciado por el polémico líder de la lucha radical que cambió su vida la postura de Jabbar fue siempre arisca y distante. Sus logros en la cancha suponían un desafío a un mundo que no daba a su gente muchas más opciones de supervivencia que el triunfar como atleta. De hecho llegó a pedir su traspaso de los Milwaake Bucks por no sentirse comprendido por el entorno en lo referente a su cambio de nombre y de creencias. Sus deseos eran bien claros: o Nueva York o Los Ángeles, las dos grandes ciudades en donde la excentricidad podía ser tolerada o al menos difuminarse de forma más eficiente.
En cuanto a sus condiciones como jugador se trató probablemente del más grande pívot de todos los tiempos. Sus casi 2,18 metros de altura no suponían ningún impedimento a una de las más depuradas técnicas jamás vistas en una cancha. Nadie perfeccionó como él un tiro a canasta con sello propio: el Sky Hook o “gancho del cielo” mediante el que recibía el balón y aprovechaba su estatura para hacer un movimiento de abajo a arriba y lanzar el balón perpendicular a la canasta con una asombrosa efectividad. Fue el sello de identidad más famoso del que jamás disfrutó ningún jugador en la historia del baloncesto.
De él se dijo que era uno de los mejores atletas que jamás vió el deporte profesional de todo tipo. Su carrera en la liga más exigente del mundo se extendió la friolera de veinte años y salvo los dos últimos en los que el paso del tiempo mostró inequívocas signos de cansancio lo hizo siempre al más alto nivel. Se enfrentó con diversas generaciones de pivots que marcaron la historia de la liga: Bill Walton, Dave Cowens o Bob Lanier en su comienzo. Darrel Dawkins, Artis Gilmore o Moses Malone hacia la mitad o Hakeem Olajuwon en la recta final. Sin embargo para el recuerdo han quedado sus duelos con Robert Parish, en gran 5 de los Celtics de los 80. Aunque la atención, mediática estaba centrada en el duelo de Magic y Bird, los analistas sabían que el auténtico destino de las míticas series se concentraba debajo de los tableros; en quien dominase el rebote y alcanzase una efectividad mayor en tiros de campo.
Su llegada a los Lakers en la década de los 70 no revitalizó a la franquicia en la medida de los esperado, a pesar de que los números del astro resultaban apabullantes. Pero en 1979 un niño prodigio del baloncesto recayó en la costa oeste californiana. Se llamaba Earvin Jonshon y era considerado como mágico y con razón.
Cualquier otro jugador con diez años de experiencia en la liga y que fuera la estrella indiscutible del equipo habría mirado con recelos la llegado de una sombra para su dominio. Pero ente el pívot y el base se dio una química especial que contagió a un conjunto de jugadores brillantes recolectados en diversos drafts gracias a la labor gerencial de una vieja gloria de equipo: Jerry West. La consecuencia de esta sintonía fue la aparición del “show-time” un estilo de juego que adquirió la categoría de leyenda en apenas unos años. Si la rapidez de Magic era el motor de las embestidas del contraataque amarillo, su inicio partía del dominio de Jabbar bajo aros. En realidad el pívot siguió siendo la referencia ofensiva principal durante la primera mitad de la década de los años 80, aquella que cambió la historia de la mejor liga del mundo y que tuvo como principal protagonista a los Lakers que ganaron cinco campeonatos y disputaron tres finales más.



De todos los momentos memorables de esa segunda juventud de Jabbar hay uno culminante. Las series finales de 1985 ante sus verdugos históricos: los temibles Boston Celtics de Larry Bird, Mchale y Parish. En las finales del año anterior los célticos había ganado por un detalle esencial del juego: su dominio en el rebote. Para Jabbar era una cuestión de orgullo personal. Ya había vivido dos derrotas frente a Boston e las series finales (una cuando estaba todavía en Milwaake), Los Angeles nunca había ganado una final a los propietarios del Garden y encima después del primer partido de las series fue ridiculizado por la prensa de Boston. Tras una humillante derrota en el primer encuentro por 148-114 Part Riley, entrenador de los Lakers puso un video del partido a su equipo. Ante los continuos quiebros de Parish a pívot de los californianos el elegante director de orquestra le comentó a su jugador “¿Qué pasa capitán, estas ya cansado?. Mira cómo te supera Robert, una y otra vez”. No dijo nada, tomó nota y el resto de las series barrió a todos los que les salieron al paso siendo proclamado MVP de las finales. Ya entonces contaba con treinta y ocho años.
Para entonces ya se trataba de todo un icono de la cultura deportiva de todo el mundo. La NBA empezaba a exportarse y las estrellas de la liga se convertían en referentes de la juventud de todos los rincones del planeta. Su leyenda era inconmensurable; aún a fecha de hoy resulta el jugador que más puntos ha metido en la historia de la liga y el que más minutos ha jugado. Es además el tercer taponador de la historia y el octavo en porcentaje en tiros de campo. Superó su tradicional misantropía con su auto paródica aparición en “Aterriza como puedas” y con el tiempo se lanzó a publicar libros. Superó traumas personales tales como el incendio de su mansión y la estafa de su hombre de confianza en los negocios, lo cual atrasó su retirada de los terrenos de juegos,
Cuando en la temporada 88-89 anunció su retirada todas las canchas del país le rindieron homenaje merecido. Coleccionó ovaciones y regalos de todo tipo. De hecho no hizo sino recoger los frutos de una vida de éxitos deportivos sin igual.