lunes, 17 de septiembre de 2012

LA FINAL DE LYON


Los recientes éxitos continentales del Atlético han dejado en el baúl de los recuerdos una de las mejores campañas de la historia rojiblanca en Europa. La extinta Recopa de Europa 1985-1986, saldada con una dolorosa derrota en la final, pero jalonada por una extraordinaria campaña en la que se ganaron todos los partidos disputados fuera del Vicente Calderón. Era la década de los 80, y Hugo Sánchez acababa de ser traspasado al Real Madrid. se tiraba de la cantera y de fichajes baratos. Aquél ejercicio aterrizaron en el Manzanares Quique Setién y el “Polilla” Da Silva, delantero uruguayo encargado de la casi imposible misión de suplir al mexicano. Llegó asimismo, un jugador de renombre internacional, Ubaldo Matildo Fillol, portero de la selección argentina durante no pocos años, al que la lesiones impidieron dar su auténtico potencial. Entrenaba al conjunto el eterno Luis Aragonés y lo presidía un ya anciano Vicente Calderón, en su penúltima temporada al frente de la nave colchonera. Las variables del equipo seguían siendo unas señas de identidad inconfundibles: fuerte defensa y juego de contragolpe. Ruiz y Arreche eran los muros defensivos, irregulares y más físicos que estilosos, aunque en ocasiones muy efectivos. Los laterales se surtían con productos de la cantera: Tomás Reñones y Clemente Villaverde. El centro del campo era la principal fortaleza: Landáburu, un jugador dotado de técnica extraordinaria surtía a los delanteros con pases en profundidad. Futbolista en no pocas ocasiones incomprendido resulto una pieza clave de aquellos lejanos años. Quique Ramos, un lateral reconvertido en centrocampista aprovechaba su potencia de cara a las incorporaciones, siempre incisivas en ataque. Julio Prieto, otro canterano, era el esfuerzo defensivo y físico en la media. Quique Setién era un creador de juego destinado a ocupar un lugar destacado en el fútbol de su época ya que lo tenía todo: visión de juego, llegada a gol, técnica sobrada, aunque con carencias significativas: mentalidad de lucha y ganadora. En la delantera Da Silva, que había máximo goleador con el Valladolid unos años antes, alternaba grandes partidos con otros insulsos y su compañero el “negro” Cabrera volvió a dar muestras de su solvencia en ataque, confirmando la sorpresa grata que había resultado en el ejercicio anterior. El comienzo no era muy halagüeño: el poderoso Celtic de Glasgow escocés caía en primera ronda. En el recuerdo la escabrosa eliminatoria en semifinales de la Copa de Europa de 1974 y el recuerdo de tres eliminaciones seguidas en primera ronda de la Copa de UEFA ante modestos equipos (Boavista, Groningen y Sion). El empate a uno en la ida parecía indicar que la historia se iba a repetir, pero en la vuelta (en un encuentro a puerta cerrada) los goles de Quique Ramos y Setién sentenciaron el 1-2 que rompía la maldición. Otro conjunto inglés, esta vez de medio pelo, el Bangor City, no puso muchas dificultades en la siguiente ronda: 0-2 en tierras inglesas y 1-0 en Madrid. Mayor complejidad mostraba el siempre peligroso Estrella Roja yugoslavo, que apenas un año después pondría en serios aprietos al Madrid en la Copa de Europa. El partido de ida fue un manual práctico de jugo de contragolpe, de esos que los equipos de Luis tan bien hacían; dos goles de Da Silva sentenciaron la eliminatoria ante el pasional equipo balcánico que en el partido de vuelta no pudo pasar del empate a cero. Las semifinales enfrentaron al Atlético con el Bayer Uerdingen germano; no era una potencia pero era equipo alemán, eso significaba competitividad extrema y juego físico a raudales. La ida era en Madrid, un hándicap. Pero los propietarios del Calderón hicieron una exhibición de fútbol pocas veces recordada en esos lares. Que el partido terminara con 1-0 sólo puede explicarse con la colosal actuación del meta alemán que salvó al menos cuatro goles cantados. Una y otra vez se sucedían las ocasiones en la meta alemana, y en todas ellas la manopla salvadora del portero evitaba el gol local. Casi al final del partido, un disparo de Julio Prieto daba en el poste y se introducía en la portería. La vuelta se presumía dura; el ambiente era caldeado y la fortaleza física alemana hacía temer lo peor. Pero a los 15 minutos de partido una mano en el área local deba un penalti favorable a los madrileños. El habilidoso extremo Juan José Rubio lo transformaba y el 0-1 permitía a los colchoneros mostrar su mejor arma: la contra. En una de ellas Cabrera hacía el 0-2 y dejaba sentenciada la eliminatoria. Aún habría tres goles más hasta el 2-3 definitivo. Se llegaba a una final europea imbatido y habiendo ganado todos los partidos como visitante. La final de Lyon tenía un marcado color colchonero, al menos en las gradas. Hasta 35.000 aficionados se desplazaron a la ciudad francesa soñando con el título. Pero había un problema insalvable: delante tenían a una de las máquinas más perfectas que el fútbol de esos años había contemplado: el Dinamo de Kiev dirigido por el coronel Valery Lobanovsky y con jugadores legendarios en sus filas tales como Blokhin, Velanov o Zavarov, la base de la selección de la U.R.R.S en el Mundial de México a disputar ese año. Poco se conocía de aquel equipo, eran tiempos en los que la televisión raramente llegaba a determinadas zonas y menos de la Europa del Este. Pero cuando el partido comenzó el público se quedó atónito ante el baño de juego y el fútbol de laboratorio mostrado por los soviéticos. A los 5 minutos ya ganaba el Dínamo y puso concluir la primera parte en goleada. Roberto Simón Marina, centrocampista atlético declaró que sólo veía camisetas rusas durante el encuentro. La segunda parte dio lugar a una tímida reacción madrileña. Una falta lanzada por Landáburu puso la esperanza en las gradas, pero el transcurso del tiempo acrecentó la superioridad física del Dínamo. Blokhin y Yevtushenko redondearon el 3-0 final . fue una decepción enorme, pero ha quedado el legado de unos futbolistas que si bien no eran estrellas (faltaba un Falcao o un Agüero) defendían con dignidad una camiseta siempre complicada