sábado, 30 de agosto de 2014

YA HUBO UN MUNDIAL EN ESPAÑA


El inicio del Mundobasket en nuestro país coincide con una época esplendorosa del deporte español y del baloncesto en particular. Con excepción del último campeonato del mundo del 2010 No ha habido cita de enjundia desde 2006 que no haya acabado con metal para la poderosa escuadra hispana que no haya acabado con metal. Una generación dorada plagada de altura, fortaleza física y calidad se ha hartado de ganar.

No era así en el último Mundial disputado en tierras españolas. De hecho sólo la selección de baloncesto de los Martín, Epi o Jiménez podía presumir de triunfos destacados a nivel internacional con la plata del Europeo de Nantes en el 83 y, muy especialmente, el subcampeonato de las Olimpiadas del 84. Parecía que un torneo a disputar en terreno propio era propicio para seguir la racha. El baloncesto había vivido un boom destacado en los 80 gracias a los éxitos de la selección y la implantación de la Liga ACB con el sistema de play-off. La atención deportiva de la nación en ese mes de julio se concentró en la labor de los chicos de Díaz- Miguel, entonces el eterno seleccionador tan alabado desde Los Ángeles.
Pero algunos nubarrones habían empezado a otear en el horizonte del equipo español. En el campeonato de Europa de Alemania del año anterior el cuarto puesto fue considerado un fracaso y habían empezado surgir ciertas fricciones entre Díaz Miguel y algunos emblemas del combinado. Juanma Iturriaga era descartado para el Mundial, Juan Corbalán se había retirado de la selección y algunos jugadores destacados de esa época como el barcelonista Sibilio, no acababan de encajar en las ideas del seleccionador, que fundamentaba la competitividad española en una fuerte defensa de anticipación, para la que el dominicano no estaba muy dispuesto. Además en plena preparación surgió un conflicto entre el técnico y la máxima estrella nacional, Fernando Martín, por una salida nocturna no autorizada. A esto había que añadir el hecho que el equipo seguía siendo bajo en comparación con sus más destacados rivales; sólo Romay superaba los 2,10 y aunque tanto Martín como Andrés Jiménez aportaban clase y talento bajo aros, la desigualdad física seguía siendo evidente ante las torres rusas, yugoslavas o americanas.

De esta guisa España jugó la fase de grupos previa en Zaragoza. El juego español resultó plano y sin inspiración. Se ganó con muchísimos apuros a Francia (84-80) y Grecia (87-86) y se despachó sin complicaciones a los débiles portorriqueños por más 50 puntos. Pero en el último encuentro de la liguilla, Brasil, comandada por el demoledor alero Oscar Smith, liquidaba sin paliativos el dubitativo juego español con una victoria por 72-86. No era la selección que todos esperaban. Martín parecía descentrado, tal vez por sus problemas con Díaz Miguel, ninguno de los bases (Solazábal , Creus o Costa) imprimía el ritmo necesario y en las alas, apenas Epi cumplía con lo esperado, siendo especialmente decepcionante el papel de la nueva gran promesa del baloncesto surgida en la penya, Jordi Villacampa. Una derrota no tenía por qué significar el final, pero el sistema del Mundial contabilizaba los puntos de la primera fase para la segunda, en donde se iba a dilucidar el pase a la lucha por los medallas. A España no le quedaba otra que ganar a la U.R.S.S de Sabonis, Homicius o Volkov, una potencia sin paliativos. Y lo cierto es que casi se consigue la hombrada y sólo una discutible actuación arbitral impidió el triunfo al final (83-88). La consecuencia fue que el papel español terminó limitado a pelear por el 5º puesto, cosa que se consiguió con brillantes victorias sobre Canadá e Italia. El juego de los locales había ido de menos a más, pero cuando se logró el nivel óptimo ya era tarde para luchar por metales. Hubo sensación de decepción y oportunidad perdida. Díaz Miguel emprendió una lucha por reducir el número de americanos por equipo: según él, eso limitaba que los nuevos valores jugaran los minutos necesarios y se foguearan para la alta competición. En realidad España iniciaba un camino de oscuridad que no se superó hasta finales de los 90, con la llegada de la generación de oro.

El Mundial fue ganado por Estados Unidos. Era una época en la que los profesionales no jugaban las competiciones FIBA y las selecciones yanquis aportaban promesas universitarias, que que ni siquiera eran las más destacadas de la NCCA, reservadas para las Olimpiadas. Pero la verdad es que varios de los integrantes de aquella selección alcanzaron puestos destacados de la NBA como fue el caso de David Robinson, posterior pívot dominador de los Spurs de San Antonio así como  un pequeñísimo base de apenas 1,60 metros de altura llamado Tyrone Bogues, que se revelo como un feroz defensor y un jugador rapidísimo, que contra todo pronóstico desarrolló una sólida carrera en la Liga más famosa del mundo o Kenny Smith base campeón de la NBA con Houston en los 90. En la final ganaron a una de las selecciones más potentes jamás recordadas de la U.R.S.S, que a su vez se había desprendido en semifinales de Yugoslavia, con un memorable final de partido con tres triples consecutivo de los soviéticos que neutralizaron la ventaja plavi, cuya estrella era un genio de destino trágico y por aquel entonces odiado en la capital de España: Drazen Petrovic. El recientemente rehabilitado Palacio de los Deportes de Madrid vivió unas jornadas llenas de intensidad y emoción. Es un campeonato olvidado, pero en su día, favoreció mucho a la consolidación del basket como deporte de máximo interés.