lunes, 10 de octubre de 2011

EL REAL MADRID GALÁCTICO: CUANDO EL MARKETING DESBORDÓ AL DEPORTE


No es muy frecuente que un presidente que ha ganado dos Copas de Europa en tres años pierda unas elecciones que están convocadas por mera rutina. Pero a Lorenzo Sanz le pasó en el ya lejano verano del 2000, fundamentalmente por la habilidad de su competidor Florentino Pérez, de movilizar el voto por correo. Una nueva era se abrió en el histórico club de Concha Espina.
Pérez representaba la imagen del empresario triunfador, un prototipo del “self-made man” a la española. Su imperio inmobiliario se había forjado desde una oscura concejalía en el Ayuntamiento de Madrid y había desembocado en una de las empresas constructoras líderes en Europa. Madridista desde niño, siempre pensó que su ideología empresarial era trasladable al mundo del fútbol, en el que los ingresos atípicos y la publicidad ya habían superado ampliamente a la financiación por taquillas y abonos.
Su propuesta era simple y compleja al mismo tiempo: simple por cuanto partía de una premisa esencial: los mejores del mundo deben de estar en mi equipo, y compleja porque tras ese punto de partida se escondía toda una teoría empresarial de explotación comercial de una entidad centenaria y de los jugadores que la componían. Su revolución consistió en someter la planificación deportiva a un segundo plano y dejar los criterios meramente futbolísticos al azar de las necesidades de imagen. El entrenador era algo secundario, los informes de la Secretaría Técnica también. Se debía de fichar a lo mejor sin más, a lo que más vendiese y lo que más atención mediática concentrase.
Esta fórmula permitía convertir a una entidad deficitaria en una máquina de generar ingresos. Para conseguir sus objetivos se consiguió una compleja operación urbanística que liquidó la histórica deuda blanca: la recalificación de los terrenos de la Ciudad Deportiva, abriendo la senda de utilización del patrimonio de un club para salvar la situación de bancarrota. Una vez asegurada la subsistencia empezó el desfile de figuras: el primero en caer fue nada menos que el símbolo del eterno rival, el extremo Luis Figo, que había firmado un precontrato con el candidato a la presidencia del Real Madrid con la seguridad que no ganaría sin más objeto que presionar al Barca para la renovación al alza de su ficha. Como quiera que Pérez ganó las elecciones el portugués tomó el puente aéreo y consiguió una conmoción sin precedentes. Más que su aportación deportiva lo que su fichaje consiguió es dejar al rival azulgrana en estado de shock del que no se recuperaría en casi cinco años. Y sobre todo enviaba el mensaje claro que la economía blanca era capaz de todo.
Después de Figo siguieron cayendo galácticos: Zidane, Ronaldo y David Beckam, nada menos. Todo parecía al alcance de la mano del presidente blanco. Las cifras de los fichajes mareaban, sesenta o setenta millones de euros de media. Se aseguraba que los ingresos por merchidaising compensaban de sobra tal gasto. El Real Madrid se convirtió en una atracción mundial, cada visita suya era un acontecimiento social, equiparable a la presencia de los Beattles, los fans hacían largas colas para ver tal colección de estrellas que respondía a un proyecto inédito en la historia del fútbol: que un club se convirtiese en una selección mundial capaz de aglutinar a los mejores del mundo sin discusión. Y es que a los suntuosos fichajes había que añadirles la herencia nada desdeñable de la etapa anterior: Raúl, Hierro, Roberto Carlos, Casillas o Guti entre otros. De las austeras pretemporadas se pasó a las giras americanas y asiáticas que aumentaron la dimensión internacional del proyecto. Del Real se hablaba en todo el mundo y su nombre y escudo adquiría la dimensión de marca.Atras habían quedado los tiempos del club cerrado y sometido a tradiciones y códigos no escritos, la entidad empezaba a convertirse en una multinacional.
Al frente del equipo blanco se encontraba una vieja gloria del club, Vicente del Bosque, hombre sobrio, de perfil sereno, nada amigo del protagonismo y que consiguió ser un catalizador eficiente de tales vanidades. Los títulos no faltaron al principio y entre ellos la culminación de la obra de Pérez: final de la Champions de 2002 en Glaslow, ante el Bayern Levercusen, decidida por una volea inolvidable de Zidane, el fichaje más caro de la historia. No faltaban críticas a la falta de estilo del equipo, al hecho de que una parte importante de los partidos se decidieran por las meras individualidades en vez de por la existencia de un bloque sólido. Pero a fin de cuentas la historia blanca no se ha caracterizado por la existencia de un estilo definido sino por un perfil épico y ganador.
Sin embargo una obra que parecía infranqueable terminó cayendo como un castillo de naipes, al menos en su primera etapa. Los fichajes del mega-proyecto eran lustrosos pero no reparaban en una elemento clave: la edad de las figuras. A medida que pasaban los años la frescura de las piernas de las estrellas blancas cedía ante el empuje de los más jóvenes. Empezaron a salir competidores menos glamurosos en apariencia pero dotados de un mejor sentido colectivo del juego y, de hecho, el Valencia de Rafa Benítez ganó las ligas del 2002 y 2004 cuando la comparación entre las plantillas causaba pavor. En la Liga de Campeones, una eliminatoria ante la Juve de Marcello Lippi marcó el inicio de una travesía en el desierto para los blancos. Tras ser derrotados por 3-1 en Turin y ser eliminados en semifinales Vicente del Bosque quedó marcado y su cese al final del ejercicio (aún con el título de Liga) puso la puntilla a la inestable nave madridista. Se argumentó falta de imagen y que con esa plantilla cualquiera ganaba títulos. Las consecuencias son de todos conocidas: se inició nada menos que un ciclo de tres años sin ganar nada, algo insólito desde 1953.
En Mónaco en la temporada siguiente se produjo la gran bancarrota de los galácticos. Tras empezar ganando se terminó tirando de forma estrepitosa la eliminatoria ante un modesto de Europa cuyo líder era un descartado blanco, Fernando Morientes. Una semana antes se había perdido la final de Copa del Rey ante el Zaragoza. Lo que antes era oropel y éxitos se convirtió en rechifla generalizada: tanto dinero para tan poco rendimiento. Derrepente todas las carencias del equipo surgieron a la superficie y las mismas se podían resumir en la inexistencia de un plan deportivo serio y coherente ya que la publicidad y el deseo de relevancia habían provocado fichajes innecesarios dejando de lado la necesidad de dotar al conbinado de una estructura sólida.
Por otra parte el derroche de medios económicos no favoreció la imagen del Madrid, al menos respecto de una parte sustancial de aficionados y rivales. Se identificó al mismo con la arrogancia del talonario y ello derivó en una cruzada común frente a los nuevos ricos del universo futbolístico. Ganarle se convirtió en una cuestión de orgullo que aumentaba la motivación de forma espectacular.
Ante esta situación Florentino decidió abandonar el barco. Él no estaba en ninguna aventura para perder y el Madrid lo hacía con más frecuencia de lo deseable. Su dimisión dejó al descubierto una contradicción llamativa: una economía boyante y un equipo en derrumbe. Sin embargo se tenía la sensación que la obra había quedado incompleta y que el proyecto era válido y en sólo dos años el Presidente de ACS volvió por aclamación popular iniciando de nuevo el desfile de astros con Cristiano Ronaldo a la cabeza. Pero, de momento topa con acaso el mejor equipo de la historia: el intratable Barca de Pep Guardiola. En desbancarle se encuentra su desafío