domingo, 18 de septiembre de 2011

CUANDO EL MAGARIÑOS TRONABA


El deporte profesional no conoce de mucho romanticismo. Es más, el mismo está casi desterrado. La consideración de su ejercicio como mera diversión queda circunscrita al campo de lo amateur, y desde luego carece de toda lógica el pensar que unos jugadores que cobran por competir, tengan un concepto hasta divertido de su profesión.
En Madrid existe, sin embargo, una entidad que ha cuajado en el aficionado de forma muy especial desde su fundación allá por el lejano 1948. Identificado con un prestigioso Instituto madrileño, desde sus orígenes representó la esencia más primitiva del ejercicio del deporte, en este caso del baloncesto, y esta no era otra que jugar de la misma forma que uno juega en el patio del colegio. Esa entidad tan especial recibe, no de forma aleatoria, el nombre de estudiantes y es historia viva del basket hispano.
Muchas han sido las etapas de su larga y entrañable historia, muchos los jugadores claves que han pasado por sus filas y que han aportado grandes momentos de gloria a un deporte tan en alza en nuestros días. Desde Díaz Miguel hasta Alberto Herreros, pasando por Aíto García Reneses, Gonzalo Sagi-Vela, Vicente Ramos, Fernando Martín, Vicente Gil, Nacho Azofra o los hermanos Reyes, Alfonso y Felipe y un sinfín de nombres que han representado un buen puñado de escenas para el recuerdo en las canchas. Su encomiable apuesta por la cantera se ha convertido en una extraordinaria seña de identidad impuesta en todas y cada una de las etapas de su largo devenir; una vez consagrado el chaval que desde juveniles se había formado en las canchas del Polideportivo Antonio Magariños su destino era por todos conocido: fichar por uno de los grandes. Pero la entidad lo asumía y no reprendía nada, le deseaba suerte y permitía la cobertura de su puesto por otra promesa y de paso financiaba su maltrecha economía con el dinero del traspaso.
No pocas han sido las dificultades, en especial económicas que ha superado en todas y cada una de las ocasiones. La búsqueda de un patrocinador se ha convertido en un motor de subsistencia necesario para competir en la jungla del profesionalismo. Porque con todo su concepto atípico de entidad deportiva el Estudiantes siempre ha sabido batirse el cobre con rivales más `poderosos y nunca ha bajado de la máxima categoría de la ahora liga ACB. Podrían tener menos dinero, podrían ser más bajos, podrían traspasar a sus grandes figuras, podrían disponer de americanos menos cotizados, pero para ganarles ha habido siempre que sudar mucho.
De entre todas las etapas de su historia una queda en el recuerdo de forma automática, quizá más que otras tan encomiables. Pero el periodo 1985-1992 se hace especialmente nítido porque también significó la época de la eclosión del baloncesto como segundo deporte nacional. Muchos fueron los que pensaron que el Estudiantes no tenía futuro en una liga cada vez más igualada y profesionalizada con la entrada de los dos americanos por equipo. Pero equivocaron los pronósticos y además el club se convirtió en una referencia del deporte nacional de la forma más peculiar: a través de su hinchada. La famosa “Demencia” resultó un contrapunto esencial en una época en el que los grupos violentos empezaban a poblar los campos de fútbol de caso toda España y mostró un camino bien distinto al que estos últimos seguían: el ingenio y desenfado se antepusieron a una visión dramática y hasta violenta de la rivalidad deportiva y muchos fueron los jugadores y técnicos rivales que no dejaron de admirar esta vis cómica de aquellos que otros no cejaban en presentar como una cuestión de vida o muerte.



A nivel deportivo un pequeño milagro permitió a una entidad sin apenas recursos económicos encaramarse a los puestos destacados de la liga y hasta logran el punto culminante en el año 92: ganar la Copa del Rey y llegar nada menos que a la Final Four de la Copa de Europa en Estambul. En esta hazaña deportiva tuvieron un papel destacado tres americanos nacidos muy lejos de Madrid y que nunca pudieron pensar que fuesen a tener una papel tan destacado en un entidad tan peculiar: David Rusell era una figura de la Universidad de St Johns cuya irrupción en la liga española significó la entrada del espectáculo en su más pura esencia, sus saltos, machaques y cintas encandilaron al público de toda la Liga dejando un listón tan alto que `parecía difícil de superar, sin embargo su sucesor Ricky Wislow no le fue a la zaga en cuanto a habilidades acrobáticas y anotadoras. Pero aparte de estos dos nombres uno sobresalió por encima de todos, y era un pívot más bien regordete, con escasa altura (apenas 2,02) y aspecto de cualquier cosa menos de jugador de baloncesto. Debutó en el viejo pabellón de deportes del Real Madrid y cuando apareció provocó más mofas que otra cosa. Su nombre era John Pinone y marcaría la historia del club en los próximos años. Su habilidad bajo aros demostraría que la altura y fortaleza física no resultan los únicos argumentos de un center, cada partido suyo suponía un derroche de imaginación y aprovechamiento de recursos, con capacidad para la anticipación (era famoso el “zarpazo” del oso) un buen tiro de cuatro metros mediante el que conseguía arrastrar a su defensor, buena posición en el rebote y hasta dotes de liderazgo. Fue el primer americano en convertirse en captán del equipo.
A estos nombres foráneos se les unieron un grupo de guerrilleros nacionales dispuestos a derrochar entusiasmo y coraje en cada partido: el batallador Pedro Rodríguez se partía en cobre con rivales mucho más altos y poderosos que no siempre podían ganarle, el veterano base Vicente Gil ponía los partidos a toda pastilla ante el entusiasmo generalizado, Javier García Coll aportaba defensa y triples decisivos y con el tiempos estos nombres fueron progresivamente sustituidos por otros si cabe aún más brillantes: los bases Antúnez, Jofresa y Pablo Martínez, el pívot Orenga y por encima de todos el extraordinario tirador Alberto Herreros que sería el único jugador en la historia del club que salió en medio de gran polémica.
Para demostrar lo que significó Estudiantes nada mejor que la imagen de un partido de 1986 ante el Barcelona en el Magariños. A falta de pocos segundos el equipo perdía, en ese mismo instante todo la cancha rugía “este partido lo vamos a ganar”, con todo a favor los jugadores azulgranas cometen errores de principiantes ante la increíble presión del público. Los locales tiene la última opción para ganar por el intento de triple falla. Unos minutos más tarde los jugadores del Estudiantes deben de salir a saludar a una hinchado enfervorecida tras un partido que se había perdido. La crónica de “El País” al día siguiente rezaba “ en España no se ha producido un acontecimiento así en ningún deporte en los últimos años”. A fin de cuentas el resultado era lo de menos.