sábado, 28 de febrero de 2015

EL ACHIQUE DE ESPACIOS CONQUISTA CHAMARTÍN

La temporada 1987-88 vino marcada por dos acontecimientos esenciales: fue quizá la del esplendor futbolístico de la “Quinta del Buitre” y Jesús Gil y Gil irrumpió en el panorama futbolístico hispano. Gil era un empresario de la construcción con un pasado algo turbio (había pasado por la cárcel tras el trágico derrumbe de su urbanización Los Ángeles de San Rafael, con el saldo de 69 muertes) pero su uso de la verborrea era inmenso y gracias al fichaje de Paulo Futre, estrella emergente del fútbol europeo esos años se alzó con el triunfo en las últimas elecciones a la presidencia que han celebrado en el Atlético de Madrid.
Los rojiblancos andaban algo decaídos: Vicente Calderón había muerto y el equipo venía de perder dos finales consecutivas: ante el Dinamo de Kiev en la Recopa del 86 en Lyon y ante la Real Sociedad en los penaltis, en la Copa del Rey del 87. Además veían su incapacidad de retener a figuras como Hugo Sánchez que, para mas inri, fue traspasado al Madrid. Gil volvió a convencer a la parroquia rojiblanca que se podía competir con los grandes de Europa y al fichaje del astro luso le unió el de veteranos como Andoni Goikoechea, López Ufarte, Marcos Alonso o del joven centrocampista Eusebio, procedente del Valladolid. Como nada más llegar se peleó con Luis Aragonés, tuvo que buscar entrenador y , tras intentar conseguir a Javier Clemente, contrató al argentino Cesar Luis Menotti.

Menotti, campeón del Mundo con Argentina en el polémico Mundial de 1978 y ex entrenador del Barça, siempre tuvo mas verbo que palmarés y nada más llegar empezó a utilizar como sistema táctico lo que el llamaba “achique de espacios”. Era una fórmula literaria de definir un modelo ya visto del que, eso sí, el argentino era una de los pioneros en usar:  desechar el marcaje al hombre y defender en zona adelantando mucho la defensa para hacer caer al contrario en fuera de juego; era un sistema defensivo con mucho riesgo que requería gran coordinación de la defensa y que , en caso de ejecutarse mal, dejaba al portero vendido. Su apuesta dio lugar a un intenso debate en la prensa sobre la conveniencia del mismo. Los resultados del inicio de Liga, sin ser espectaculares, parecieron dar la razón al argentino.
Mientras, el Real Madrid de los Butragueño, Míchel, Martín Vázquez, Buyo o Sanchís vivía un momento muy dulce: salió en tromba en la Liga con victorias en Cádiz (0-4), Sporting de Gijón (7-0) y Zaragoza (1-7) y eliminó al Nápoles de Maradona en la Copa de Europa. Luego lidió con el Oporto, el vigente campeón, al que le ganó en los dos campos por el mismo resultado (2-1). Tres días después de vencer en tierras portuguesas recibía al Atlético de Madrid en el Bernabéu. Por entonces los de Menotti eran los únicos que asomaban por la cabeza de la Liga cerca del Madrid.
El enésimo derby se jugó un 7 de noviembre de 1987. Ese día no dejó de llover en la capital y el campo se encontraba muy pesado. El Madrid venía de realizar un esfuerzo considerable en Oporto y el Atleti ese año no jugaba competición europea. Los rojiblancos salieron con Abel, Tomás, Juan Carlos, Arteche, Goikoechea, Alemao, Eusebio, López Ufarte, Landáburu, Futre y Julio Salinas. En el Madrid se saca a Buyo, Solana, Sanchís, Chendo, Tendillo, Michel, Martín Vázquez, Janckovic, Gordillo, Butragueño y Hugo Sánchez.
El Madrid tiene una buena oportunidad de marcar a los dos minutos pero Butragueño falla en el remate. Por el contrario el que marca el 0-1 es el Atlético por medio de Julio Salinas. Los visitantes estiran la defensa y adelantan sus líneas provocando numerosos fueras de juego en el Real, a cada avance madridista se le aparece el linier implacable levantando la bandera, lo cual lleva a la desesperación a los atacantes que tanto tino habían mostrado en los encuentros anteriores. Eso da confianza a los colchoneros que se asientan mejor sobre el terreno de juego y ven la posibilidad de ganar el partido. En la parcela ancha el internacional brasileño Alemao, se convierte en el dominador de la situación robando muchos balones y distribuyendo con la ayuda de Landáburu; en ataque la rapidez de Futre y la brega de Salinas provocan numerosos problemas a la retaguardia local y en defensa los centrales Arteche y Goikoechea cuajaron uno de los mejores partidos de sus carreras. Al final del primer tiempo se produce un robo de balón del Atlético en el centro del campo, tras una posible falta. Al acabar la jugada con parada de Buyo el árbitro, Enríquez Negreira, llama al yugoslavo Janckovic (un buen jugador que dio un excelente rendimiento durante el año y medio que estuvo) y le saca tarjeta roja, según el colegiado por insultarle tras no pitar la falta que casi cuesta un gol a su equipo.
Es la puntilla para el Madrid que, en inferioridad física, con un campo muy mojado y un rival que aborta casi todos y cada uno de sus ataques adelantando líneas, se ve a merced de un Atlético imponente sobre el terreno de juego. Una gran jugada de Futre hace el segundo y en la recta final, López Ufarte y Solana en propio meta remachan el concluyente 0-4, un resultado que daba la razón al técnico argentino que había fulminado al mejor equipo de la Liga con su atrevida apuesta. Casi veinte fueras de juego le fueron señalados al Madrid esa noche y hay que decir, que la casi totalidad fueron correctos.

Los cierto es que  esa noche de gloria no tuvo continuidad. Apenas una semana más tarde el Gijón ganaba en el Calderón (1-2) y los dos goles asturianos vinieron por errores de la defensa al aplicar la defensa adelantada. Con el tiempo se demostró que aquel Atlético no tenía jugadores precisos para ese sistema, además el paso de las jornadas demostró que la preparación física del equipo era bastante deficiente. Los colchoneros aguantaron la primera vuelta pero cayeron en picado a comienzos de la segunda y un enfurecido Jesús Gil, que había soñado con el título tras la goleada en el Bernabéu empezó a cargar contra jugadores y cuerpo técnico.
 Menotti pasó a inaugurar la inmensa lista de entrenadores fagocitados por Jesús Gil, precisamente tras perder el partido de la segunda vuelta (1-3) en campo rojiblanco, que señalaba el fin de sus opciones para pelear por la Liga. Gil habló entonces de "estafa argentina" y acusó al mundialista de ser un vago y no entrenar lo suficiente, el año siguiente contrataría a Maguregui, lo más opuesto en cuanto a forma de entender el fútbol que uno puede imaginarse.
Por su parte, el Madrid se paseó en la Liga pero vició el trauma de las semifinales perdidas en la Copa de Europa (su gran objetivo) ante el PSV. Un año más tarde otro equipo con gusto por las líneas adelantadas le infringió un concluyente 5-0, era e Milán de Arrigo Sacchi. El Atlético no le haría un 4-0 al Madrid hasta 2015, casi 30 años nada  menos y con otro argentino en el banquillo; Simeone.


TRAUMA AZULGRANA EN SEVILLA

A mediados de los años 80 aterrizó en Barcelona un entrenador inglés sin excesivo prestigio, Terry Venables, que ocupaba el puesto que en temporadas anteriores habían desempeñado nombres ilustres como Helenio Herrera, Udo Lattek o Cesar Luis Menotti. De forma sorprendente , y a pesar del traspaso de Maradona al Nápoles, el británico optimizó el rendimiento de una buena plantilla y el equipo se hizo con brillantez con la Liga 84-85, la primera desde 1974 (entonces al club le costaba décadas ganar Ligas).
No era de los mejores Barças de la historia, pero si tenía jugadores destacados del momento como Carrasco, Urruti, Víctor, Julio Alberto y Marcos Alonso y una gran figura, Bern Schuster, el mejor centrocampista de Europa que estaba en la plenitud de su carrera. En la temporada siguiente el equipo comenzó irregular y, aunque mejoró con el tiempo, no alcanzó al Real Madrid de Molowny, claro vencedor del campeonato de la Liga. De esa guisa centró sus esfuerzos en las competiciones a doble partido: llegó a la final de la Copa del Rey, en la que perdió de forma sorprendente con el Zaragoza de Luis Costa, aunque su gran sueño era la otra final que disputaría una semana y media después: la de la Copa de Europa.
Los culés hicieron una competición sobresaliente; eliminaron a dos cocos como el Oporto de un joven Futre, y al vigente campeón, la Juventus de Turín de Michel Platiní y Michael Laudrup, pero todo pareció irse al traste cuando el Gotteborg sueco vencía la ida de las semifinales por un contundente 3-0. Pero el equipo de Venables no se amilanó y en el partido de vuelta planteó un ataque total con una sorpresa en la alineación: el delantero “Pichi" Alonso que ese año había jugado mas bien poco. El ariete tuvo su noche mágica con tres goles de oportunismo, y se llegó a la tanda de penaltis en las que, ante el delirio del Camp Nou, el Barça ganó por 4-3.

Como al Barcelona le costaba tanto ganar Ligas y la Copa de Europa entonces sólo estaba reservada a los campeones del torneo de la regularidad, no eran muchas las oportunidades de ganar el preciado trofeo para los de la Ciudad Condal. En las dos anteriores ocasiones que la habían disputado rozaron el título: en 1961 llegaron a la final contra el Benfica pero perdieron por 3-2 en un partido en el que los Kubala, Luis Suárez y compañía estrellaron cuatro postes, y en 1975 con Cruyff el Leeds Unitds les eliminó en semifinales. En esta ocasión nada parecía interponerse para los barceloneses: el rival era el Steaua de Bucarest rumano, un sorprendente y meritorio finalista sin grandes figuras, que bastante había hecho con llegar a la final. Además el partido se jugaba en Sevilla, en el estadio Ramón Sánchez Pijuán y era la época en la que los países comunistas no permitían la salida al extranjero de sus ciudadanos con lo que todo el estadio tenía un color azulgrana. En definitiva contaba con mejor equipo y jugaba como en casa.
El día 7 de mayo de 1986 Venables alineaba a Urruti, Gerardo, Julio Alberto, Alexanco, Migueli, Victor Muñoz, Marcos Alonso, Schuster, Pedraza, Archibald y Carrasco. El partido resultó espeso; el Barça dominaba sin profundidad y los rumanos tenían claro que sus opciones pasaban por encerrarse atrás, esperar alguna contra o balón parado y, en su caso, llegar a la lotería de los penaltis. Todo el mundo pensaba que, tarde o temprano, el gol llegaría pero tal circunstancia no se produjo y el partido derivaba, inevitablemente, a la prórroga. En el minuto 85 salta la sorpresa. Venables decide meter a un defensa, Moratalla,  por nada menos que Schuster, capitán del equipo, máxima figura y especialista en el balón parado, una de las pocas opciones que parecían factibles para derribar el muro rumano. El alemán no se cree lo que le ordena su entrenador y se marcha enfadadísimo del terreno de juego. Se va al vestuario donde se cambia y decide no quedarse a ver el resto del partido. Cuando coge un taxi que le lleva al hotel, el taxista que está oyendo el partido, se queda atónito al comprobar la identidad de su viajero.
En el campo, más de lo mismo en la prórroga, ataque infructuoso del Barcelona al que no le activa ni la salida al campo del héroe de las semifinales, Pichi Alonso, y la final llega de forma completamente inesperada a los penaltis. Existe gran esperanza en Urruti, un guardameta vasco que tiene gran habilidad para detener penas máximas gracias a su agilidad y que, desafortunadamente, fallecería prematuramente en un accidente de tráfico a los 49 años en 2001. Pero en la portería contraria se presenta el enorme Helmuth Duckadam, un guardameta alto, de esos que parece ocupar la meta completa, y que son muy efectivos a la hora de afrontar las tandas de penaltis, en las que el cansancio y los nervios son los peores enemigos de los lanzadores.  Ante el delirio de la grada el meta culé detiene los dos primeros lanzamientos rumanos, pero de poco sirve porque Alexanco y Pedraza también fallan los suyos. El tercero del Steaua lo lanza su gran estrella, Lacatus, que lo transforma; por el contrario Pichi Alonso vuelve a marrar el tercero culé, una vez más detenido por Duckadam. Es turno del centrocampista Balint que no falla ante Urruti. El cuarto azulgrana le corresponde al delantero Marcos Alonso, héroe de la final de Copa del Rey ante el Madrid en 1983 con su gol en el último minuto, encara la portería y, de nuevo, el guardameta rumano lo ataja. Duckadam ha conseguido algo histórico: detener cuatro penas máximas en una final europea. Desde ese momento y para siempre será conocido como “el héroe de Sevilla” y recibido en Rumanía con honores de figura militar.

La desazón del barcelonismo fue inmensa; con todo a favor se había fallado de forma incomprensible , cuestión más dolorosa si se tiene en cuenta la entidad de los rivales que había dejado en la cuneta y que el otro finalista no parecía tan fiero. Se vuelven a reeditar fantasmas del pasado que asemejan a la entidad como un eterno perdedor de grandes citas y un Núñez frustrado busca un responsable: Bern Schuster, al que acusa de deslealtad e indisciplina y asegura que nunca volverá a vestir de azulgrana. Lo cierto es que el alemán no tuvo su mejor noche, pero su cambio por un jugador menor a falta de cinco minutos para el final pareció una irresponsabilidad del entrenador
Se tardó años en olvidar esa infausta noche que ha pasado a la historia como acaso la más triste del centenario club catalán.