martes, 30 de agosto de 2011

JAVIER CLEMENTE: EL POLEMISTA INFATIGABLE


La relevancia mediática que las salidas de tono de José Mourinho tienen no son ni mucho menos una novedad en el fútbol español.
Aunque el protagonismo casi siempre ha correspondido a los jugadores no han sido pocos los entrenadores que se han caracterizado por darle al juego, o mejor dicho a todo lo que no sea el juego, una relevancia destinada a atraer la atención por encima de las propias estrellas del evento. En ellos siempre ha flotado un aire populista, capaz de captar con la grada y tocar la fibra sensible de los aficionados, en no pocas ocasiones ha conseguido que sus batallas personales sean tomadas como una cuestión de orgullo para el seguidor, incapaz de distinguir el afán de vedetismo de la defensa de la causa de unos colores. Suelen ser, también, técnicos con una acusada personalidad futbolística, con un ideario que llevan hasta las últimas consecuencias por encima de todas las críticas, y de facto, estas últimas suelen actuar como indudable aliciente de cara a ratificarse en sus convicciones. También destaca en ellos el que cuenten con seguidores incondicionales y enemigos acérrimos en el mundo periodístico, creando un debate sin solución posible pero que incrementa el morbo de los aficionados.
Quizá nadie ha seguido ese perfil de forma más precisa en la historia del fútbol español que Javier Clemente, el auténtico Dios de la discordia de los años 80-90. Su historia partía de una desgracia personal en gran medida explicativa de su trayectoria posterior: un gris día de 1969 sufrió una grave lesión que supuso su retirada de los terrenos de juego de forma prematura con apenas 19 años y que echó al traste con la carrera de una de las más sólidas promesas de la cantera bilbaína. No es extraño que la amargura de tal acontecimiento dejara en él un poso de rebeldía y enfado con el mundo que se transmitió en una permanente búsqueda de la polémica y en una obsesiva defensa del juego defensivo y físico frente al ofensivo y creativo. Precisamente él, un jugador frustrado que de acuerdo con las crónicas ostentaba una exquisita técnica, optó siempre por el músculo y la potencia física entablando una lucha sin cuartel frente a todos los que representaban la tendencia más estética del fútbol: de Sarabia a Baltazar, de Lauridsen a Míchel pasando por Fran, parecía que su ideario requería la defensa a ultranza de la antítesis del estilismo; sus puntales y fieles seguidores siempre fueron Goikoechea, Lizeranzu, Pizo Gómez, Alkorta, Julio Salinas o Zubizarreta. Como toda persona dotada para el liderazgo (y Clemente lo era con independencia del sentido del mismo) logaba una fidelidad a prueba de bomba de sus defendidos y con ellos no hacía sino aumentar la hostilidad de sus enemigos.
En cualquier caso, tal trayectoria no hubiese sido posible sin el aval de un gran éxto deportivo y este no fue ni mucho menos desdeñable: dos ligas y una Copa del Rey con el Athletic de Bilbao, los únicos títulos contemporáneos del emblemático equipo de fútbol que en aquél entonces tenía que escarvar en la gloriosa década de los 50 para encontrar logros a recordar. Y esas triunfos fueron conseguidos con apenas 33 años, siendo el entrenador más joven de la primera división. Aunque siempre se identificaría al de Barkaldo con el juego feo y especulativo, lo cierto es que aquellos éxitos tuvieron un fuerte aroma a fútbol inglés clásico de fuerte ritmo, balones largos, uso de los extremos y aprovechamiento de las jugadas de estrategia. Su gran maestro en la aplicación de ese ideario fue el legendario Bobby Robson, a la sazón entrenador del modesto Ipswich Town, y posterior mentor del portugés que hoy revoluciona los banquillos europeos. La fortaleza y clase de los Urtubi, Argote, Dani o Goikoechea devolvió a la ria bilbaína la emoción de los campeonatos ganados y para el recuerdo quedó la mítica gabarra remontando el rio Nervión con los campeones. Eran épocas de alternancia en la Liga, ya que la Real Sociedad precedió a los bilbaínos en el podio de campeón, pero paradojas del balompié, el técnico realista, Alberto Ormaechea, hombre discreto y poco dado a los focos cayó en el más absoluto olvido mientras que Clemente pasaba a un primer plano deportivo y social. Su trayectoria en San Mamés conocería de tres episodios: el primero exitoso terminado con el traumático conflicto con la estrella del equipo, Manolo Sarabia, un segundo desastroso que casi acabó con los huesos rojiblancos en segunda división y un tercero olvidable en el que consiguió salvar al equipo de nuevo, del fantasma del descenso.
Tras salir de Bilbao inició un periplo pos diversos equipos durante no pocos años; Español (hasta en tres ocasiones), Atlético de Madrid, Betis, Real sociedad o Tenerife. Entre medias estuvo su largo periodo de seleccionador nada menos que seis años. Nunca la roja conoció de tanta polémica como bajo su mandato. Desde el primer día pareció disfrutar con la guerra civil que su figura despertaba. Como no podía ser menos llenó el combinado nacional de trabajadores honrados fieles a su causa y desterró a los sospechosos de deslealtad personal y futbolística: se acabó la presencia de la Quinta del Buitre y se institucionalizó la alineación plagada de defensas. Aun así los resultados le acompañaron en casi todos los trances menores y mantuvo una imbatibilidad casi eterna, aunque los grandes acontecimientos le dieran la espalda de forma rocambolesca: como sucedía casi siempre con la selección de aquellos años en el mejor partido se producía la derrota. Ocurrió en dos ocasiones, la primera en Boston ,en el Mundial de 1994, ante la Italia de Sachii, en la que tras un segundo tiempo lleno de fuerza e intensidad diez minutos dramáticos marcaron el destino de la selección: Julio Salinas el gran defendido de Clemente se plantó solo ante el meta italiano enviando el balón a su cuerpo; apenas unos minutos más tarde, el italiano Roberto Baggio en idéntica situación concluyó de forma muy distinta: con el gol que daba la clasificación a Italia. La segunda fue en Wembley, Eurocopa del 96. Tras un gran partido ante los anfitriones se perdió en los penaltis tras un gol legal anulado a Salinas. Nada podía ser más traumático para un resultadista: caer jugando mejor que nunca.
En la selección y en sus equipos entabló todo tipo de batallas contra colegas de profesión, jugadores y periodistas. Muchas de ellas adquirieron un tinte agrio, casi desagradable, dando la impresión de no controlar demasiado el berenjenal en el que se metía: Menotti, Cruyff, Schuster, Maradona, Serra Ferrer, Valdano, Howard Kendall (su sustituto en Bilbao) Ramón Mendoza, Radomir Antic o José Ramón de la Morena pasaron a formar parte de su nómina de enemigos mientras que en entonces gran pope de las ondas, Jose María García, se erigía como su gran defensor. Una corte de milagros que no hacía sino aumentar el interés por su figura aun cuando los éxitos deportivos ya yacían en el baúl de los recuerdos. Pero a fin de cuentas esto sólo se trata de un juego.