jueves, 2 de febrero de 2012

MARADONA: EL ARTISTA TORTURADO


La figura del genio atormentado siempre ha sido siempre ha sido un referente que ha alcanzado a todos los ámbitos de la actividad humana: desde el arte hasta el deporte. Ningún deportista de élite ha representado mejor el papel de ídolo caído que el argentino Diego Armando Maradona. Lo más curioso del caso es que su dudoso comportamiento fuera de los terrenos de juego apenas ha significado una merma de su popularidad en el país que le vio nacer: aún a fecha de hoy se trata del argentino más idolatrado casi de la historia, un referente emocional del que se vanaglorian la mayor parte de sus compatriotas, una especie de clavo ardiendo al que se agarra una nación habituada a las convulsiones económicas y sociales y que ve en su viejo astro un ideal que hace renacer la esperanza: también existen genios entre nosotros.
En Maradona convergían todas las condiciones necesarias para una película a lo Hollywood sobre los sueños cumplidos de un muchacho de los suburbios bonaerenses cuya pasión por la pelota le encumbró a lo más alto. El fútbol ha conocido de grandes estrellas, pero sólo a un Maradona. Nadie ha tenido con la pelota la relación que el antiguo capitán de la albiceleste, su genialidad técnica no ha conocido posiblemente rival alguno. Tal vez los haya habido más completos pero ninguno ha hecho en un terreno de juego las virguerías del astro argentino. Como ocurre en todos los ascensos meteóricos el problema no está en llegar sino en mantenerse y Maradona vivió muy rápido su ascenso a los cielos hasta el punto de no asimilarlo del todo bien: sus compañías no fueron las adecuadas y la presión de sentirse el mejor, el más vigilado, admirado y odiado al mismo tiempo no le dejó disfrutar de su talento no administrarlo de la forma adecuada de tal manera que los infiernos no tardaron en llegar.



Buena muestra de esta contradicción fue su fichaje por el Barcelona. Se pagaron 1.200 millones de pesetas de entonces, una auténtica fortuna y el Camp Nou se frotaba las manos frente al hombre que debería de convertirse en el Di Stéfano azulgrana. Nada más iniciar su andadura las cosas empezaron a torcerse: una hepatitis le hizo perderse buen aparte de su primera temporada, pero pudo volver a finales de la misma para dejar un recuerdo imborrable: Estadio Bernabéu, final de la Copa de la Liga, en una contra rápida el argentino de planta solo ante el portero Miguel Ángel, lo regatea pero como una bala aparece el defensa Juan José para cortar su paso al gol. En vez de disparar a puerta espera pacientemente a que llegue el blanco para hacerle un regate en seco y estrellarle contra el poste para con posterioridad depositar tranquilamente la pelota en la portería.
Fue un momento puntual de una trayectoria no cuajada: en el segundo partido de la liga siguiente una entrada del central vasco Goikoechea le dejó en el dique seco cuatro meses. Para colmo de males volvió a tiempo de jugar la final de la Copa del Rey ante el Bilbao, el equipo que había cortado su trayectoria y liderado en defensa por su verdugo. Tras un mal partido y una derrota Maradona perdió los nervios y agredió a dos jugadores bilbaínos provocando una lamentable tangana retrasmitida en directo y ante los ojos del mismísimo monarca de España. Pero no fue eso lo peor de su paso por Barcelona, en la Ciudad Condal empezaron sus escarceos con las drogas que le marcarían para siempre.
Tal vez porque la directiva azulgrana conocía ese dato fue traspasado al Nápoles. Era del sur de Italia, lo desamparado ante los poderosos del norte. Maradona los convirtió en campeones y dotó a la ciudad de un orgullo inusitado. En Nápoles convivían dos dioses: San Genaro y Maradona y hasta puede decirse que el segundo resultaba más popular que el primero, quizá nunca en la historia un jugador fue tan idolatrado como en aquellos años el astro argentino. Dos Scudettos y una Copa de la U.E.F.A otorgaron al equipo napolitano un prestigio impensable para quien apenas ha conocido las mieles del éxito en su larga existencia. Hasta tal punto llegó la idolatría al astro argentino que en las semifinales del Campeonato del Mundo del 90 los napolitanos apoyaron a Maradona y Argentina antes que a su propia selección que les representaba dudosamente, no en vano la azzurra siempre ha estado poblada de juventinos, interistas o milanistas, los viejos rivales del norte a los que por primera vez se les hacía frente y se les ganaba.
Aquellos años dorados tuvieron una culminación propia de las grandes estrellas: un gran éxito con la selección argentina. Su primera participación en España 82 se había saldado con un fracaso al verse sometido a un inolvidable marcaje por parte del lateral izquierdo italiano Gentille y su mal genio le había provocado una expulsión ante Brasil. Cuatro años mas tarde en México llegó su momento de esplendor absoluto: puede decirse que e solito ganó el Mundial, algo inédito en a historia. La forma en la que asumió el liderazgo de una ramplona selección argentina, no ha conocido caso comparable en especial en un partido memorable en cuartos de final contra Inglaterra. Todavía estaba presente el conflicto de las Malvinas y en el ambiente flotaba algo enrarecido, pero entrada la segunda parte algo mágico sucedió: unas manos clarísimas y una jugada memorable desembocaron en dos goles y acaso en el momento más especial jamás vivido en una Copa del Mundo, en los anales de la historia quedará cómo cogió el balón en el centro del campo sorteó a todos los rivales que salieron a su paso y cruzó el balón ante la salida del cuarentón Peter Shilton. El resto del campeonato siguió dominado por su omnipresente talento y la victoria final de la albiceleste le reafirmó como centro del universo futbolístico y como icono de una nación acostumbrada a vivir en la desesperanza. Desde ese mismo momento Maradona se convirtió en el argentino más famoso de la historia y no parece que nadie le vaya a suceder nunca, porque, entre otros motivos, es imposible apartar a quien se le perdona todo y al que, a fin de cuantas, había ganado en el terreno de juego lo perdido en una guerra.
Tras este memorable acontecimiento siguió deleitando a los espectadores con jugadas imposibles y muestras de talento, pero la semillla de la autodestrucción ya estaba insertada, en abril de 1991 fue detenido por posesión de cocaína y sus intentos de vuelta a los terrenos de juego fueron infructuosos al volverse a topar con sus peligrosas adicciones. A partir de entonces su figura vivió a medio camino entre los reconocimientos mundiales a su talento como futbolista y el rechazo generalizado que provocaban sus salidas de tono y actividades excéntricas. Para algunos era un genio, acaso en mejor futbolista de la historia, para otros un payaso de feria. En cualquier caso nunca deja a nadie indiferente.