viernes, 21 de octubre de 2011

LA TRAGEDIA DE HEYSEL: CUANDO EL HORROR SE APODERÓ DEL DEPORTE


El fútbol como fenómeno de masas ha vivido no pocos momentos de zozobra y hasta vergüenza; ninguno es comparable sin duda al acontecido el 29 de mayo de 1985 en el Estadio Heysel de Bruselas, auténtico miércoles negro en la historia del deporte en general.
Y en principio nada hacía presentir el desastre que se avecinaba, muy al contrario se trataba de una gran fiesta del fútbol, nada menos que la final de la Copa de Europa con dos protagonistas de excepción: la Juventus de Turín y el Liverpool. No era una final cualquiera, en ella se medían las que sin lugar a duda se trataban de las escuadras más fuertes del continente europeo. El Liverpool de Joe Fagan era el campeón vigente y había ganado nada menos que cuatro de las últimas ocho ediciones al amparo de auténticas leyendas: Kenny Daiglish, Ian rush, Alan Keenedy, Sammy Lee, o Kevin Keegan entro otros. La vieja señora del fútbol europeo venía de ganar la Recopa el año anterior, dominaba con soltura el Calcio , acumulaba gran cantidad de mundialistas campeones en España 82 y contaba en sus filas con el mejor jugador europeo de la época, el francés Michel Platini, dirigida por el incombustible Trappatoni., había sufrido una sorprendente derrota ante el Hamburgo en la final del 83 y buscaba saldar su deuda con el trofeo más prestigioso ante el rival más temido posible.
Eran años dorados para el futbol de las islas. Su dominio de la Copa Europa era omnipresente: de 1977 a 1984 siete títulos de ocho posibles ya que a los cuatro del equipo de la ciudad de los Beatles habían que unirles dos del sorprendente Nottingam Forest de Brain Clough y uno del Aston Villa ante el Bayern en 1982. La concepción de juego directo, de gran ritmo físico no exento de clase, gusto por los pases largos y los ataques en tromba ante la portería rival primaba en aquellos años. Incluso en la liga española triunfaban equipos de aire inglés como el Bilbao de Javier Clemente. La Juventus era la antítesis de tal concepción, su gusto por el catenaccio aplicado por implacables defensas como Cabrini o Sciera , adornado por la presencia de finos estilistas en ataque tales como el polaco Boniek, Rossi y el maestro Platini representaba una línea de juego diametralmente opuesta y una filosofía vital deportiva enfrentada a los dueños de Anfield: el fútbol como tradición casi religiosa frente al poderío del talonario, el gusto por el ataque frontal ante el control defensivo y la contra fulminante, el deseo de seguir reinando en Europa ante la alternativa a conquistar el cetro.
Los éxitos deportivos ingleses habían conocido de un lado oscuro que nadie supo controlar a tiempo: la aparición de los hooligans o grupos de seguidores radicales caracterizados por dos variables de consecuencias trágicas: un gusto desmedido por la bebida antes y durante los encuentros y la afición a la bronca, en especial cuando salían de Inglaterra. Muchas eran las explicaciones sociológicas que trataban de dar algún sentido a la aparición de tales elementos en la nación paradigmática de la corrección y la templanza; la mayor parte de ellas trataban de situar a los mismos en el contexto de la existencia de grandes capas de marginalidad, en especial en centros industriales en decadencia que acumulaban gran cantidad de trabajadores en paro sin más expectativa que darse a la bebida.
El fenómeno de los grupos violentos fue común a toda Europa y Sudamérica y puede decirse que contribuyeron a un desprestigio del deporte de masas más importante del siglo XX. La violencia apareció de repente como algo inherente a los partidos. Los campos empezaron a poblarse de vallas y las fuerzas de seguridad tuvieron que señalar a los duelos en la cumbre como espectáculos de máximo riesgo. Se acabó el ir tranquilo a un estadio en donde el aficionado rival corría el riesgo de sufrir una agresión de la forma más natural posible, la violencia social encontraba su peculiar refugio en la masa amorfa que poblaba los estadios.
Muchos fueron los incidentes protagonizados por los terribles hooligans ingleses en los años previos a la tragedia de Heysel. Unas copas de más ponían a los aficionados más radicales más preparados para una guerra que para un partido de fútbol. Aquél día en Bruselas la mayor parte de hinchas ingleses entraron alcoholizados al estadio y una hora antes de empezar el partido se produjo el desastre: por una falta de previsión se juntaron en una determinada zona seguidores de los dos equipos, los británicos empezaron a atacar a sus oponentes que presa del pánico huyeron hacían una zona del campo donde quedaron atrapados por las vallas que la sitiaban. La policía reaccionó tarde y no supo evacuar a los italianos que se acumulaban en ese espacio en el que la histeria se apoderó de la gente con consecuencias trágicas, ya que los intentos de escapar a toda costa trajeron consigo la asfixia y el aplastamiento de numerosos aficionados por avalanchas incontroladas.
El balance de tal desaguisado fue terrible: treinta y nueve víctimas mortales (casi todas italianas) sellaron con sangre lo que estaba destinado a ser una gran fiesta del fútbol. De forma increíble el partido se jugó y la Juventus obtuvo la victoria más amarga que jamás podrá tener un equipo. El propio triunfo fue acorde con la situación vivida: el único gol llegó de un penalti inexistente ejecutado por la gran estrella gala. La Copa de las orejas grandes, como la llama Di Stefano por fin llegaba a Turín de la peor forma posible. El sueño se tornó en una angustiosa pesadilla.



Aquella matanza sumió a la nación inglesa en un bochorno pocas veces conocido en la historia y mató a su fútbol durante más de una década. Durante seis años los clubes británicos fueron expulsados de las competiciones internacionales. Los inventores del fútbol eran ahora repudiados por toda Europa. Los equipos ingleses se sumieron en la más absoluta mediocridad y Italia empezó a dominar el panorama balompédico. En realidad ya todo indicaba que el fútbol de las islas vivía una pesadilla sin parangón; apenas 18 días antes en la localidad de Bradford, en un partido de la Tercera División inglesa cincuenta y seis personas murieron por el incendio de una grada de madera, y la cosa no quedó ahí, años más tarde con el Liverpool también de triste protagonista se produjo otra suceso luctuoso: en semifinales de la Copa Inglesa entre el Liverpool y el Forest otra avalancha humana causó nada menos que noventa y seis muertos esta vez casi todos simpatizantes de los reds. Fue la llamada “Tragedia de Hillsborough” que ahondaba en la herida del desastre futbolístico inglés: campos que se caían a trozos, aficionados violentos, equipos excluidos de la alta competición. Tuvo que ser la llegada de las Sociedades Anónimas la que revitalizara el panorama. De la mano del Manchester United se fueron poniendo las bases de una nueva competición “La Premier Leage” que enterró para siempre los fantasmas del pasado
Aquel acontecimiento hizo replantearse la seguridad de los estadios. Se aumentaron los efectivos, se eliminaron las vallas, se controló el estado de los que accedían a los campos, se fueron suprimiendo la posibilidad de entrar banderas, bengalas o cualquier objeto susceptible de crear daño de cualquier tipo. Se empezaron a configurar grupos especializados en la violencia deportiva y el asunto llegó a las más altas instancias políticas. Una nueva era comenzó ese día, y de la peor forma posible. Tuvieron que pasar muchos años para erradicar la violencia de los estadios europeos, cosa no conseguida plenamente pero sí aminorada de forma considerable.