viernes, 3 de octubre de 2014

FABIO CAPELLO, EL ESCÉPTICO TRIUNFADOR


Fabio Capello, había continuado la racha de éxitos de Arrigo Sacchi al frente del Milán de Berlusconi. De 1991 a 1995 el sucesor del gran innovador del fútbol europeo ganaría cuatro Ligas Italianas y llevaría al Milán a tres finales consecutivas de la Copa de Europa. Aunque sólo ganó una de ellas, la misma fue inolvidable, un memorable 4-0 al Barça de Koeman, Sotoichkov y Romario. Capello adquirió en esos años fama de ser un entrenador duro, capaz de dirigir con mano de hierro a las figuras milanistas, pero al mismo tiempo sacar de ellas el máximo rendimiento.
Lorenzo Sanz accedió a la presidencia del Madrid en 1995, sin ganar las elecciones y por la dimisión de Ramón Mendoza, agobiado por la crisis económica y los malos resultados. El dinero de los contratos televisivos le permitió preparar un gran equipo para la temporada 1996-97 con jugadores como Suker, Mijatovic, Roberto Carlos o Seedorf. Con estos fichajes calmó a una afición que le miraba con recelo por  haber llegado a la poltrona blanca sin pasar por las urnas y más aún cuando en una temporada desastrosa el equipo no se había clasificado ni para la Copa de la UEFA. Para dar más lustre a su proyecto echó las redes sobre el prestigioso entrenador italiano, que vio con agrado el desafío: en Milán lo había ganado casi todo y triunfar en un histórico como el Real Madrid sería un tanto muy a tener en cuenta en su carrera.

Capello llegó a Madrid pero, sorprendentemente, desde el inicio empezó a mostrar escepticismo sobre una plantilla muy lustrosa, pero él venía de un club que en su día reunió a lo mejor del fútbol europeo y nada le parecía suficiente. Insistió al presidente en fichar más jugadores, con lo que llegaron el portero Bodo Illgner y el defensa italiano Pànucci. El Real Madrid se erigió en líder de la Liga gracias a un juego no muy brillante pero  efectivo, asentado en el poderío de su letal tripleta atacante: Mijatovic, Suker y Raúl. Los triunfos se sucedían aunque no pocas voces señalaban que el juego madridista no estaba a la altura de los grandes jugadores que tenía. El que menos creía en su equipo era, curiosamente, el entrenador: en privado dudaba de la auténtica calidad de alguno de sus jugadores y consideraba que la plantilla era corta y que esa temporada se estaba salvando por no jugar en Europa y ser eliminados a primeras de cambio por el Barça en la Copa. En enero empezaron a llegarle cantos de sirena de Milán, su viejo patrón, Berlusconi, le ofrecía volver al club de sus amores que había entrado en crisis. Capello decidió aceptar la oferta del rey de la televisión europea y dijo a Lorenzo Sanz que le permitiera dejar el Madrid a fin de año, a pesar de haber firmado por tres. El tema se filtró a la prensa y provocó una conmoción en la afición y el equipo; de hecho dos derrotas consecutivas en Barcelona y Bilbao pusieron en peligro una Liga que parecía segura, pero que al final se consiguió, en parte por un sorprendente tropiezo del Barcelona en campo de un ya descendido Hércules de Alicante. El entrenador dejó Madrid con la sensación de ser un técnico muy capacitado pero cuyo juego italianizado no acababa de gustar, y que en cierto modo había menospreciado al Real Madrid, al dejarlo plantado para volver a Milán, en donde las cosas no le irían muy bien por cierto.

Una década después se repitió la historia. Ramón Calderón llegaba a la presidencia del Madrid y optó por contratar al italiano como antídoto para los vicios de la reciente historia blanca: en las tres últimas temporadas el Madrid de los “galácticos” de Florentino Pérez, en el que marketing primaba sobre lo deportivo, no había sumado ni un solo trofeo a las vitrinas del equipo a pesar de un gasto monumental en fichajes. Capello debía devolver la ética del trabajo y la seriedad frente a los divismos propios del trienio anterior. Se contrataron jugadores del gusto del italiano como Fabio Cannavaro y el brasileño Emerson, trabajadores en vez de figuras y el perfil del equipo se hizo más sacrificado y menos glamuroso. Entonces el Barça vivía una especie de preámbulo a la gran era dorada de Guardiola, y había hecho doblete el año anterior (Liga y Champions) con futbolistas como Etoo, Ronaldiho, Deco, Valdés, Xavi y un jovencísimo Iniesta, mostrando un juego muy vistoso, y en realidad su equipo parecía bastante superior al blanco.
La primera vuelta no dio muchas expectativas al madridismo, el juego del equipo era más bien pobre y aunque no se perdía la cabeza de la Liga , nada hacía esperar grandes resultados, ni que se pudiera competir con el Barça. El invierno fue muy duro en Chamartín: se caía en octavos de final de la Champions ante el Bayern, el Betis les eliminaba de la Copa y hasta el modesto Levante asaltaba el feudo blanco (0-1). Tras esa debacle, el italiano comunicaba a la directiva que con ese equipo, apenas se podía aspirar a un tercer o cuarto puesto. Se pensó seriamente en su cese, pero el alto salario que cobraba frenó la decisión. El Madrid visitaba el Camp Nou y los negros presagios vaticinaban un baile culé. Para sorpresa de todos el Real Madrid hizo un gran partido y debió ganar el mismo, sólo un triplete de Messí,  con un último gol en el tiempo de descuento, permitió el empate (3-3). Entonces el Barcelona empezó un extraño proceso de descomposición, manifestado en el choque de egos de entre sus figuras, en especial entre Etoo y Ronaldiho y en la apatía y falta de compromiso de sus jugadores que el entrenador Rijkaard, no supo frenar. Los culés fueron perdiendo puntos incomprensibles y el Madrid, sin mucho juego pero apelando a la épica y el esfuerzo, llegó al final de campeonato con posibilidades reales de ganarlo. En la penúltima jornada el Barça recibía al Espanyol y el Madrid visitaba Zaragoza. A empate de puntos los de Capello ganaban la Liga y esa era la situación del momento. En Zaragoza se consiguió un agónico empate a dos, pero en el Camp Nou el Barça ganaba 2-1; entonces llegó el gol in extremis del capitán españolista Tamudo que dejaba en bandeja el campeonato a los de Capello, que no fallarían en case frente al Mallorca (3-1). Aun así el entrenador abandonaría el Madrid a final de año.
Tal y como había pasado diez años antes el técnico ganó una Liga muy esforzada, aprovechándose de los regalos de un Barça en apariencia superior, pero de indudable mérito dadas las circunstancias por las que había pasado el equipo. Y como sucediera la anterior vez salió del mismo al final de temporada porque, en el fondo, y a pesar del éxito, nunca llegó a sentirse cómodo ni a confiar plenamente en sus jugadores.

HERREROS DÁ EL SALTO CON POLÉMICA


La existencia del Estudiantes ha venido marcada siempre por la fuga de sus mejores activos al Real Madrid de Baloncesto (los hermanos Ramos, Fernando Martín, Antúnez, Felipe y Alfonso Reyes…..), algo que, por otra parte, le ha permitido hacer frente a las dificultades de una economía siempre precaria, aliviada por el dinero de esos traspasos. Pero una de esas fugas a mediados de los 90 generó una gran polémica y no fue otra que la de Alberto Herreros.
Herreros era un alero tirador de grandes registros anotadores desde su debut en la temporada 1988-89, uno de esos productos de la interminable factoría del Ramiro de Maeztu que a comienzos de la nueva década se erigía como el más que probable sucesor del mítico Epi en la selección. En la temporada 1991-92 el Estudiantes, dirigido por Miguel Angel Martín y “Pepu” Hernández y de la mano del propio Herreros, Nacho Azofra, Ricky Wislow y John Pinone entre otros, pasó a formar parte de la élite del basket español conquistando la Copa del Rey (tras ganar a Real Madrid, Juventud y al Cai Zaragoza en la final) y llegando a la “Final Four” de la Copa de Europa en Estambul.
Como consecuencia de esta gran temporada el entrañable club madrileño (símbolo eterno del deporte que no aspira a ganar sobre todas las cosas) llego a plantearse a dar el salto a cotas deportivas más ambiciosas puesto que estaba asentado entre los cuatro primeros equipos de la Liga. Durante esos años, la figura de Herreros no dejaba de crecer y muchos le consideraban como el mejor jugador español, en una época, por otra parte, no muy brillante en cuanto a talentos baloncestísticos nacionales, después de la explosión de los Corbalán, Epi, Solozábal, Jiménez o Martín. “La Demencia” le tenía como ídolo indiscutible ya que se había criado en las entrañas de la institución, manifestaba que no estaba interesado en ofertas procedentes de los grandes de Europa y encima, era reconocido seguidor del Atlético de Madrid; el estudiantil perfecto, sin duda.
Pero el Estudiantes no fue capaz de superar el techo de las semifinales de la Liga ACB (perdió cuatro consecutivas) ya que siempre topaba con Madrid, Barça o Juventud y Herreros empezó a  ver claro que el poderío económico, especialmente de los dos clásicos futboleros, era inabordable para los del Ramiro, de tal forma que si quería ganar títulos no tendría más remedio que cruzar el charco. Además, en privado, acusaba a la directiva de carecer de auténtica visión de futuro y ambición ganadora. Tras renovar al alza en 1995, con sueldo impensable para un jugador de Estudiantes (80 millones anuales) una nueva derrota en semifinales ante el Barça (la quinta perdida en seis años) le hizo llegar a la conclusión que su futuro estaría lejos del equipo que le vio crecer.
Pedro Ferrándiz, el viejo y laureado entrenador blanco ejercía de manager de sección de Baloncesto madridista, y se encargó de convencer al jugador que debía apostar fuerte para salir de Estudiantes y fichar por el Madrid. Para ello, Ferrándiz lanzó un órdago: Herreros se acogería al Real Decreto 1006/85 para rescindir su contrato y firmar por los madridistas. La utilización de esa vía para romper contratos con indemnización al club de origen, era habitual en el fútbol desde hace años (las famosas clausulas), pero en la ACB no se usaba en virtud de un convenio de la misma con el sindicato de jugadores; utilizarla suponía una vulneración del acuerdo que amenazaba la carrera del alero ya que la ACB, en un principio, se negó a tramitarle la ficha en caso de que firmara por el Real. Por otra parte, el uso de esa figura legal enfadó mucho al Estudiantes, harto del secuestro de sus mejores activos por el poderoso club blanco, y los directivos estudiantiles acusaron a Ferrándiz de malas artes y falta de ética.
La situación se atascó y generó una gran polémica. Herreros aseguraba que no volvería a vestir como jugador estudiantil y que bastante había hecho por el club a cambio de casi nada. Estudiantes no daba su brazo a torcer y se negaba a negociar. Lorenzo Sanz acababa de llegar a la presidencia del Real Madrid y también aspiraba a un baloncesto poderoso, pero ese marrón no suponía un plato de buen gusto, ya que enfrentaba al Madrid con la ACB. Sanz tuvo que ofrecer la cabeza de Ferrándiz para poder salir del entuerto que se había creado (además el legendario técnico tenía varios enemigos en su propia casa que le acusaban de haber empeorado todo por insistir en usar el famoso decreto) y una vez destituido, el Estudiantes aceptó negociar: Herreros jugaría en el Real Madrid por un traspaso record de 230 millones de pesetas, una cifra inédita en el mundo del baloncesto. De hecho el asunto fue un buen negocio para Estudiantes y quizá no tanto para el Madrid.
Durante años el resquemor entre Herreros y el club que le formó como jugador y persona fue evidente y poco disimulado; tras un accidentado derby que acabó en tangana el jugador declaró contra su antiguo equipo  es que son muy graciosos y se les consiente todo”. El gran alero, por otra parte, vivió un periodo oscuro en cuanto a triunfos deportivos con el Real Madrid. Los títulos fueron bastante más escasos de los que el mismo supuso que iba a ganar, puesto que la sección de baloncesto blanca no encontró su rumbo durante varias temporadas. Cada vez que visitaba la cancha estudiantil la “Demencia” le cantaba con recochineo “¿Dónde están los trofeos, Alberto?”.En realidad Herreros fue una metáfora de un baloncesto hispano que pasó un largo periodo de oscuridad hasta la llegada de la generación de oro; un excelente jugador que  tuvo la mala suerte de vivir una época poca lustrosa de su club y su selección, pero al que el destino dio una jugosa revancha; en su último partido como profesional un triple suyo daba la Liga al Real Madrid ante el TAU de Vitoria tras un increíble remontada en el último minuto (69-70), el final de carrera soñado por todo jugador que consiguió mitigar, al menos en parte, las frustraciones del pasado.