domingo, 10 de julio de 2011

ESA ETERNA PROMESA LLAMADA F.C BARCELONA


Como pasa con la selección española de futbol parece que los éxitos deportivos del Barca han sido eternos; la proliferación de triunfos de los últimos años han hecho a la entidad catalana un referente del mundo del fútbol. Su estilo merece la admiración hasta de sus más enconados rivales: no sólo sus resultados sino también se pone como ejemplo su forma de juego y aún las raíces de sus triunfos, la consagración de un modelo de cantera que ha proveído nada menos que siete jugadores en la alineación titular y que ha servido de base a la mismísima selección española campeona de Europa y del Mundo en fechas recientes.
Los aficionados con más memoria sin embrago tiene en mente épocas muy distintas. Aquellas en las que el Barcelona era la eterna promesa que no cuajaba y tenía tras de sí una dudosa mística de equipo perdedor. En realidad ese calvario se extendió durante tres décadas: de 1960 a 1990 sólo dos títulos de Liga poblaron las vitrinas del Camp Nou y por supuesto la Copa de Europa pertenecía al mundo de la utopía. Por el contrario su gran rival capitalino acumulaba nada menos que diecinueve Ligas españolas y seis Copas de Europa. Aún peor; en ese mismo periodo el Atlético de Madrid ganaba cuatro ligas y la Real Sociedad y el Bilbao otras dos, las mismas que lo culés con un matiz importante, todos esos equipos contaban con unos medios económicos y sociales sustancialmente inferiores a los azulgranas.
La llegada de Di Stéfano, cuyo fichaje habían peleado Madrid y Barca, fue el desencadenante de tan extenso periodo de decepciones, ya que los triunfos del club de Concha Espina caían como una losa en Barcelona, atrás quedaron los grandes éxitos de Kubala, César, Basora y compañía. Por el flamante y moderno Camp Nou, inaugurado en 1957, pasaban docenas de buenos futbolistas que no conseguían lograr triunfos resaltables con alguna que otra excepción. Con el fichaje de Johan Cruyff en 1973 pareció suponer un giro a la situación establecida: en la temporada 73-74, la primera del astro holandés, se consiguió ganar la liga después de nada menos que catorce años y se humilló al Real Madrid por 0-5 en su estadio. Pero fue solo un espejismo, las siguientes tres temporadas concluyeron sin título alguno y el desfile de entrenadores y jugadores de prestigio no hacía sino incrementarse.
Por aquellos años y hasta la década de los 90 una total ausencia de idiosincrasia atenuaba las posibilidades azulgranas. El círculo es de todos conocido y se ha repetido en numerosas ocasiones en no pocas entidades: los malos resultados incitan la ansiedad, se agota pronto la paciencia, se cesan entrenadores y se cambian jugadores sin que dé tiempo a consolidar un equipo sólido; una presión externa más que considerable de aficionados y prensa, que quería éxitos antes de empezar la temporada, no ayudaba a mejorar la situación. César Luis Menotti, técnico argentino campeón del Mundo en 1978, y entrenador del Barca del periodo 1982-1984 diagnosticó de forma certera la situación del club que se encontró: “Al Barca le apremian las urgencias históricas” . Para empeorar las cosas la entidad fue utilizada como símbolo de la resistencia de la identidad catalana frente a la tiranía de Madrid, que favorecía a la entidad del régimen con arbitrajes favorables. El mensaje caló tanto en una afición acostumbrada a las decepciones que todos terminaron creyéndoselo. Y el victimismo no suele ser buena terapia frente al fracaso
La llegada del constructor de origen vasco José Luis Núñez a la presidencia a finales de los 70 abrió nuevos horizontes de esperanza. Núñez pensaba a lo grande y eso implicaba fichar a los mejores gracias a un concepto empresarial de un club de fútbol muy adelantado para su época. El talonario empezó a funcionar y rumbo hacia el Camp Nou empezaron a desfilar estrellas del copete de Krank, Simonsen, Shuster o el mismísimo Diego Armando Maradona. Tampoco el mercado español se resistía al poderío económico blaugrana: Alexanco, Urruti, Marcos, Julio Alberto, Perico Alonso o Quini. Grandes figuras entrenadas por entrenadores de alto copete como Helenio Herrera, Udo Lakett o el propio Menotti no acababan de encontrar la forma de ensamblarse para dominar el futbol español como les correspondía por plantilla. El “ Aquest any si” como mensaje de esperanza insertado en el inconsciente colectivo de toda una afición terminó por ser una bufa nacional que representaba la impotencia azulgrana para ganar la Liga.Para colmo de males la presencia del mejor jugador del mundo concluyó con un espectáculo bochornoso de agresiones y malos modos en la final de Copa del Rey del 84 ante el Bilbao de Clemente.
No faltaban algunos éxitos propios de la calidad de los planteles, en especial de la Copa del Rey y la Recopa competiciones en las que se convirtió en hegemónico, así como de trofeos menores de corta existencia como la Copa de la Liga o novedosos sin mucho arraigo como la Supercopa de España, incluso en 1985 con un desconocido entrenador inglés al frente, Terry Venables, y ya sin Maradona en el equipo, si ganó la Liga con autoridad. Pero la irrupción de la “Quinta del Buitre” en el escenario balompédico nacional volvió a postergar a los culés que vieron como s eles escapaba de las manos una Copa de Europa con todo a su favor, como había pasado con tantas ligas. Era la final de 1986, el estadio Sánchez Pijuán de Sevilla y enfrente un meritorio pero menor conjunto rumano; el Steaua de Bucarest, la final parecía a punto de caramelo para los intereses azulgranas. Por fin el más preciado título continental iba a caer de su parte. Pero el sueño se tornó en una pesadilla: tras un mal partido que concluyó con empate a cero los rumanos ganaron en la tanda de penaltis en la que los favoritos no lograron marcar ninguno de los lanzamientos desde los 11 metros, hecho casi inédito en cualquier final. Aquella derrota causó un trauma de tales dimensiones que en los dos siguientes años el club se convirtió en un polvorín que concluyo en una rebelión a bordo de los jugadores contra la junta directiva denominado “el motín del Hesperia” en el que llegaban a solicitar la dimisión en bloque de la junta directiva.



Tras esta debacle deportiva y social Núñez buscó la catarsis en la figura de Cruyff ,ahora como entrenador, tras sus éxitos iniciales en el Ajax de sus amores. Ante su estado de desesperación el mandatario no tuvo más remedio que dar plenos poderes en la parcela deportiva al nuevo e innovador técnico que pasó por malos momentos en sus dos primeros años. Es más, tanto Luis Aragonés como Menotti estuvieron esperando la última llamada para sustituir al holandés que empezaba a ser considerado como un lunático por su empeño en jugar con apena tres defensas cuando todos poblaban esa zona del campo. Su reválida se jugó en Valencia, en la final de Copa ante el Madrid, el último tren para salvar el año. Ganó el Barca y se salvó Cruyff. Pudo imponer de forma definitiva su concepto de juego y de entidad, y al año siguiente empezó una época inolvidable que hoy goza de su máximo explendor. De 1991 a 2011, once Ligas, cuatro Champions y un estilo futbolístico que ha dejado huella en los aficionados. Casi produce risa pensar que en una época no muy lejana el Barca era sinónimo de ansiedad y frustración.Aún más; gran parte de sus penurias de tiempos pasados hoy las padece su eterno enemigo.