miércoles, 24 de agosto de 2011

CUANDO LOS DERBYS ERAN ALGO


A fecha de hoy el Real Madrid-Barcelona acapara toda la atención del planeta futbolístico. Su alcance ha alcanzado tales dimensiones, hasta planetarias que el resto de partidos del campeonato español han pasado a un plano más que secundario. Ninguno de los dos totems de nuestra liga ve a cualquier otro equipo como una seria amenaza a sus intereses, ni de lejos.
Esta ha sido la historia del fútbol español a lo largo de las últimas décadas.: desde 1985 el Barca ha ganado once ligas y el Madrid otras tantas. Sólo el Valencia en dos ocasiones y Atlético y Depor en otra han logrado romper el duopolio. Aún más: la mayor parte de partidos del campeonato español apenas tiene el interés de la competitividad.
Pero hubo un tiempo en el que la Liga al menos vivía muchos encuentros con gran intensidad, en los que la rivalidad permitía duelos calientes en lo que todo era posible aunque la clasificación final dejara a cada cual en su sitio.
Ningún enfrentamiento ha sufrido mayor merma en la atención del aficionado que el derby Madrid-Atlético, uno de los duelos cumbre de la Liga, reducido en los últimos años a un mero trámite resulto en la casi totalidad de las ocasiones en un mismo resultado: victoria fácil de los blancos. Como decía un cronista con ocasión del último derby, es algo que simplemente pasa y que apenas merece la atención de la hinchada: el seguidor merengue ha perdido toda satisfacción en doblegar a su rival capitalino, porque lo rutinario a nadie le emociona; el colchonero asume con resignación que la historia se repite y ya apenas presta atención a un duelo que antes tenía señalado con rotulador rojo cuando salía el calendario. Da la impresión que las dos entidades tiene claro sus papeles: desde el Manzanares apenas s e transmite el deseo de vencer al poderoso rival porque se parte de la base que es algo imposible y en Concha Espina se recibe a vecino como un buen amigo al que no hay que molestar, como ha quedado claro en el caso Agüero.
Cada derby anual es señalado por la prensa como aquél en el que, por fin, se romperá el maleficio. Se hacen encuestas, se publican entrevistas con viejas glorias, se trata de vender la existencia de un duelo en la cumbre con sabor a añejo. Bastan unos diez minutos para volver a la historia de todos los años. Da igual el escenario y hasta que en ocasiones, hasta se adelanten los rojiblancos , un par de desaguisados defensivos se encargan de devolver las cosas a la normalidad. La racha del Real Madrid en el Calderón lo convierte casi en un segundo Bernabeu , casi se termina pareciendo aun entrenamiento con público, en realidad como casi todos los partidos de una liga española cada vez más escocesa.
Pero hubo un tiempo en el que las cosas eran bien distintas. Los partidos de rivalidad regional siempre se han caracterizado por el hecho de que en ellos todo era posible, por encima del poderío real de los contendientes y del estado de forma de los mismos. Y esa fue la historia del duelo capitalino hasta bien entrados los años 90.
En realidad el Atlético fue el club poderoso de los años 40, cuando se denominaba Atlético Aviación. En Real Madrid no empezó a despuntar, aunque de qué forma, hasta la llegada de Di Stéfano en 1953. Pero aún así, y durante no pocos años los colchoneros conseguían subirse a las barbas de su poderosos vecinos. No en vano fueron sus grandes rivales nacionales durante no pocos años: les ganaron dos finales de Copa del Generalísimo en los años 60 y 61 en el mismísimo Chamartín y fueron los únicos capaces de quitarles dos ligas en los 60 (concretamente los campeonatos 65-66 y 69-70). Incluso en épocas más recientes la rivalidad se vivía en condiciones de desigualdad aunque siempre con la posibilidad de sorpresa: quién no recuerda los calientes duelos de los primeros años de Jesús Gil como presidente Atlético, con Buyo y Futre como protagonistas de un odio deportivo que hacía saltar chispas dentro y fuera del campo. Y es que eran partidos con un antes y un después casi eternos: semana previa sin pelos en la lengua, partidos broncos, expulsados, decisiones arbitrales controvertidas, alternativas en el juego y el marcador y mucha, pero que mucha polémica post-partido. A resaltar un dato: de 1987 a 1992 se vieron las caras en cinco ocasiones en la Copa del Rey con un bagaje impensable en estos tiempos: tres victorias atléticas por dos blancas, una en la final.


Aún mas historia. Muchos madridistas se preguntan por el enconado sentimiento de rechazo de los atléticos más furibundos respecto de sus vecinos, no entienden la simpatía que muestran ante sus derrotas frente al potente Barca o sus fracasos internacionales que son celebrados casi como victorias propias. En realidad la relación durante muchos años del a Atlético frente al Real es equiparable a la que los blancos hoy tienen respecto de los culés: un complejo de inferioridad acrecentado con la sensación de que no se juegan con las mismas cartas y en igualdad de condiciones, que los poderes fácticos siempre favorecen de forma sospechosa a los de siempre y que en caso de apuro y de tener cerca la victoria una manos sospechosa lo impedirá. Esta sensación responde en ambos casos a datos reales y figurados y a una mezcla de impotencia ante la incapacidad y rebeldía ante las injusticias.
Los blancos hablan de expulsiones injustas y goles anulados ante el imperial Barcelona de Guardiola, pero el número de agravios arbitrales recibidos por los rojiblancos cuando su duelo con el Madrid era eso, un duelo es también notable. Pero sobre todo uno han quedado en la memoria: Copa del Rey de 1979, vuelta de octavos de final. En la ida se había empatado a uno y a los treinta minutos del partido de vuelta el Madrid domina dos a cero. Parecía historia concluida. Nada más lejos de la realidad. Remontan los atléticos que empatan por medio de Rubio y Rubén Cano y a partir de ahí el árbitro Guruzeta Muro se convierte en elemento clave del partido: anula dos goles según las crónicas legales a los visitantes y se come un penalti de libro en el área blanca. Concluye el partido en empate y la tanda de penaltis da la clasificación al Real. No pocos atléticos dejaron de ir al Bernabeú tras ese partido.
Hoy en día tal circunstancia parece poco probable que se produzca. No parece que se necesite de la labor arbitral para decidir el resultado de un derby, en realidad los dos combinados se empeñan en ponérselo fácil a los colegiados: donde no hay competición no puede haber polémica. Y a falta de rivalidad capitalina que sigan los eternos Madrid-Barca. Casi podrían jugar solos