Para los aficionados jóvenes los éxitos de la selección española de fútbol resultan habituales y hasta rutinarios. El saber con certeza que se es el mejor de forma sobrada trae consigo siempre una cierta relajación y un olvido del fatigoso camino emprendido hasta que se lograron los triunfos. Nada queda en el recuerdo de pasados fracasos y frustraciones por dolorosas que fueran.
Sin embargo, casi ningún combinado a nivel de selecciones aglutinó tal cantidad de frustraciones como “la roja” a lo largo de diversas décadas. Si los adolescentes han vivido solamente las mieles del triunfo, los más veteranos aficionados experimentaron una catarsis en los veranos de 2008 y 2010 que difícilmente se puede explicar con palabras. El ver el triunfo de los eternos aspirantes al éxito materializado en dos campeonatos de primerísimo nivel dejó atrás un buen puñado de frustraciones que habían sumido en la impotencia y el escepticismo a aficionados, periodistas y los propios jugadores.
España siempre fue en país de clubes y no de selección. Ningún estilo hizo al combinado nacional como reconocible en la medida que el fútbol español carecía de personalidad propia. La escasamente tangible y más que discutible “furia” no dejaba de ser un lugar común más o menos raído que ocultaba notables carencias. Cierto es que Real Madrid, Barcelona, Atlético, Athletic o Valencia contaban con jugadores españoles notables que en las competiciones internacionales rendían al más alto nivel. Pero por arte de magia se solían difuminar cuando se vestían de corto con la selección, sin que por otro lado ningún seleccionador de una larga lista, no exenta de nombres de prestigio, consiguiera dotarla de un sello reconocible. Italia se aferraba a su eterno catenazzio, Brasil a su creatividad, Argentina o Alemania a una competitividad extrema no exenta de calidad y Holanda al fútbol total creada por la escuela de los años 70. Ningún rasgo definido se apoderaba del equipo español.
Por sus filas desfilaron nombres ilustres del fútbol: de Gento a Ufarte, de Luis Suarez a Marcial, de Pirri a Asensi, de Gárate a Quini, de Iribar a Arconada, de Juanito a Santillana, de Carrasco a Michel, de Butragueño a Kiko, de Martin Vázquez a Guardiola y hasta el mismo Di Stéfano. Todo resultaba inútil. No había juego, ni competitividad, ni suerte. Así era difícil aspirar a algo y los seguidores solían empezar los campeonatos con la inquietud de lo desconocido, aunque bastaban un par de partidos para darse de nuevo con la cruda realidad de frente. Ya se contaba que el podio final iría para alguno de los de siempre: o Alemania o Italia, o Brasil o Argentina, hasta selecciones advenedizas como Dinamarca o Grecia se permitían el lujo de ganar alguna Eurocopa que para nuestro "potente" fútbol era coto vedado.
El rosario de decepciones es inmenso y de todos los colores. Hay partidos buenos y otros pésimos, derrotas ante potencias mundiales y ante equipos de segunda fila, arbitrajes desfavorables, goles increíblemente fallados, actuaciones antológicas de porteros rivales y pifias memorables de los cancerberos hispanos. El resultado siempre era el mismo: decepción absoluta o resignación por haber cumplido con el mínimo de los objetivos marcados.
España no estuvo en las citas mundialistas de 1954, 1958, 1970, 1974. En las de 1962, 1966 1978, 1982 y 1998 cayó a las primeras de cambio. En 1986, 1990, 1994, 2002 y 2006 se quedó a las puertas de llegar a las semifinales. No mejor panorama mostraban las Eurocopas con las honrosas excepciones del campeonato de 1964 y el subcampeonato de 1984. En todas estas citas quedaron imágenes para el recuerdo que representaban la frustración en grado sumo: el gol de chilena anulado a Adelardo ante Brasil en Chile, el penalti de Eloy fallado en la tanda ante Bélgica en México tras haber dejado fuera en la ronda anterior a la potente Dinamarca, la cantada de Arconada en la final de la Eurocopa contra Francia a saque de falta de Platini (falta además inexistente), la imagen de Michel apartando la cara en la falta ante Yugoslavia, la clamorosa ocasión fallada por Julio Salinas ante Italia en Boston y el posterior codazo de Tassotti a Luis Enrique rompiéndole la nariz, el gol anulado a Morientes en Corea y la rabia posterior de Iván Helguera, el penalti a las nubes de Raúl en la Eurocopa del 2000, el golazo final de Zidane en la cita de Alemania cuando todos daban por jubilados a los franceses; y por encima de todos ellos, la imagen de Julio Cardeñosa con la inmensa portería delante suyo, sin portero y su disparo a los pies del defensa brasileño por el único sitio en el que la pelota no podía haber entrado. Todo un cuadro de calamidades que muestran que los astros no estuvieron de parte durante no pocos años.
Pero quizá ninguna cita supuso una decepción tan grande como la del Mundial 82. Se jugó en España por primera y única vez. Era la ocasión de oro para un triunfo ante una afición acostumbrada a las decepciones. Todo estaba planeado para la presencia española al menos en semifinales. Un grupo previo asequible con Honduras, Irlanda del Norte y Yugoslavia debía dar como resultado un primer puesto que permitiese acceder a la segunda ronda como primero de grupo y así sortear a los peores rivales Nada salió conforme al plan previsto: se empató con Honduras, se ganó con ayuda arbitral por la mínima a Yugoslavia (se repitió un penalti inexistente hasta que se marcó) y se hizo el ridículo perdiendo 0-1 contra Irlanda del Norte, cuyos jugadores se habían pasado la noche anterior de juerga bebiendo cerveza y disfrutando de los placeres de la costa valenciana. Luego llegaron Alemania e Inglaterra y el desastres se consumó sin remisión. Era la selección de López Ufarte, Arconada, Camacho, Santillana, Juanito, Alexanco o Perico Alonso. En palabras de López Ufarte aquello fue como ”jugar como el real Madrid con la Real Sociedad”. El seleccionador Emilio Santamaría no volvió a entrenar, jugadores como el propio Ufarte, Juanito o Tendillo nunca volvieron a la selección y en España quedó la sensación que nuestro fútbol e realidad no conocía de la auténtica calidad y que todo el peso d elos equipos recaían en los extranjeros (cosa no del todo cierta porque eran los años de dominio de los equipos vascos en la liga, que no alineaban jugadores de fuera de la cantera).
La explosión de una gloriosa generación de jugadores en su mayoría criados en la cantera del Barcelona, cambió para siempre ese destino adverso tantas veces repetidos. Luis Aragonés y Vicente del Bosque, dos viejas glorias de nuestro futbol que como jugadores también sufrieron la decepción de la falta de resultados con la selección, pusieron las bases de un estilo de juego que reproducía el esquema seguido por el exitoso Barca del último quinquenio: el toque de balón permanente presidido por unos futbolistas de excelente nivel técnico que marean al contrario hasta conseguir el gol por insistencia. Casillas, Pujol, Sergio Ramos, Piqué, Xabi , Iniesta o Villa han conseguido algo más que títulos. Han dejado atrás demonios de años que nadie supuso que se superarían
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