El descenso del Deportivo de la Coruña consumado este sábado de mayo a buen seguro que ha dejado a muchos aficionados con una sensación de amargura que va más allá del partidismo futbolero. Posiblemente ningún otro equipo en la historia del fútbol español consiguió implicar más emocionalmente al aficionado medio, que el Deportivo de la Coruña que irrumpió a comienzos de los años 90 como una alternativa insólita al eterno poderío del Madrid y del Barca.
Se habían producido algunas revelaciones sorprendentes en la historia de la liga española como el Sporting de Gijón de finales de los 70 y comienzos de los 80, aunque no pudo culminar su aventura con títulos de postín y, sobre todo, la Real Sociedad bicampeona de comienzos de los años 80, aunque los donostiarras casi siempre habían sido un clásico de la `primera división, y las connotaciones políticas de la época hicieron cierto daño a su popularidad nacional. Pero la explosión de un habitual de la división de plata, creó en los aficionados de toda condición una adhesión emocional que se ha mantenido a lo largo de dos décadas aunque alcanzaría su máxima expresión en la primera mitad del último decenio del siglo XX.
Cabe situar el inicio de la aventura del Deportivo en 1988 cuando Augusto César Lendoiro alcanzó la presidencia del club. Lendoiro se había hecho famoso por su labor al frente de un equipo de Hockey sobre Hielo, el Liceo, cuyos triunfos llegaron a eclipsar al fútbol durante no pocos años. Entonces el Coruña deambulaba sin pena ni gloria en la segunda división y desde 1973 no conocía la máxima categoría. Un par de ascensos frustrados en las últimas jornadas habían dejado una pose pesimista en la afición y los jugadores, que tuvo como resultado la decadencia absoluta del equipo que, de hecho, se salvó de forma milagrosa de descender a Segunda B ese mismo año.
El nuevo dirigente diseñó entonces un curioso plan estratégico para el futuro: se denominó la teoría de los ciclos consistente en planificar periodos de tres años en los cuales se irían consiguiendo objetivos progresivamente más ambiciosos aunque, al mismo tiempo, realistas. Su primera fase estaba clara: consolidar al equipo en segunda el primer año, jugar la promoción el segundo y ascender el tercero. Con gran sorpresa para todos los plazos se cumplieron de forma precisa y en 1991 el equipo ascendió al fin. Parecía que el horizonte coruñés no iría más allá de jugar el papel de eterno ascensor con la máxima aspiración de consolidarse en la categoría. Pero el avispado dirigente coruñés tenía un nuevo trienio en mente: mantener la categoría el primer año, no pasar apuros el segundo y jugar en Europa el tercero.
A cualquiera que le hubiese contado el plan no podría haber dejado de sonreír maliciosamente. Pero lo que nadie contaba es con el trabajo de Secretaría Técnica mas prodigioso que uno pudiera haber imaginado, éste en definitiva no consistía en otra cosa que en fichar jugadores espléndidos a precios asequibles, el sueño de cualquier combinado. Con estas premisas aterrizaron el La Coruña dos brasileños inolvidables: Bebeto, un excelente goleador internacional con Brasil y Mauro Silva, acaso el mejor medio centro extranjero que haya conocido el fútbol español. Junto con ellos llegó un yugoslavo desconocido, líbero, que desde el inicio mostró una frialdad extraordinaria para mantener el orden en defensa y sacar el balón controlado. Su nombre era Miloslav Djuckic y el destino le depararía el momento más dramático de la historia de la liga. A estos nombres hubo que unirles dos más esenciales en la historia coruñesa: el extraordinario producto de la cantera Fran, un prodigio de calidad técnica, y el entrenador Arsenio Iglesias, un veterano curtido en mil batallas, auténtico jornalero del fútbol, fogueado en campañas meritorias en equipos modestos no suficientemente reconocidas y que consiguió al final de su carrera un inusitado reconocimiento.
Estos mimbres a los que se unieron poco a poco jugadores de excelente nivel pero rechazados por su equipos (Claudio, Aldana, Donato, Alfredo…..) configuraron un equipo que logró encaramarse a los primeros puestos de la tabla de la clasificación. Lo que se tomó como algo simpático al principio terminó por convertirse en un auténtico foco de poder futbolístico capaz de plantar cara con todas las de la ley a los dos tótems de nuestro fútbol. El aficionado medio no pudo menos que admirarse por tan tamaña transformación y recibió la hazaña coruñesa como un agradable soplo de aire fresco que le hizo ponerse la camiseta deportivista como segunda equipación de sus afectos futboleros. El simpático Depor se convirtió en Super Depor.
Incluso, para su desgracia, se vio adornado por la mística tan especial que siempre acompaña a los perdedores gloriosos, los ganadores morales que tanto abundan en la vida real. Era mayo de 1994 y el equipo de Arsenio había liderado con firmeza casi todo el campeonato. Y no ante un rival cualquiera, sino frente al Dream Team creado por Johan Cruyff. Aun así, y como era norma en aquellos años, un espectacular sprint final de los catalanes había dejado todo a decidir en la última jornada. Los blanquiazules jugaban en casa ante un peligroso Valencia, sin nada que jugarse pero adecuadamente primado, y debían de ganar para ser campeones. Las imágenes son recordadas por todos: minuto noventa empate a cero, penalti a favor del Coruña. Djuckic asume la responsabilidad, la cámara le enfoca, resoplando, en el instante más largo que jamás conoció el campeonato español y el primer plano más memorable que nuca se captó de un futbolista. Lanza, y para el portero ante la desesperación de jugadores y aficionados. El Barca era campeón otra vez. Fue el final más rocambolesco y cruel de liga que se recuerda y años más tarde fue incluso inmortalizado en literatura por el escritor Julio Llamazares en el excelente relato corto Tanta Pasión para nada.
La decepción no supuso una pérdida de status de la nueva potencia futbolística surgida de la nada. El tiempo le daría una pequeña revancha en la final de Copa el año siguiente ante el mismo Valencia, jugada en medio del chaparrón de agua más intenso jamás vivido en Madrid. Esta vez ganó el equipo de todos y Arsenio pudo retirarse por todo lo alto dejando tras de sí un legado que se mantendría durante no pocos años. Siguiendo cayendo clasificaciones europeas y llegando excelentes jugadores: Rivaldo , Djalmiña, Manjarín, Valeron, Molina…..y de la mano de Javier Irureta llegó la revancha de la infausta noche reseñada y en la última jornada de la liga 99-2000 cayó el ansiado campeonato. Para entonces ya no era el equipo cenicienta y sorprendente sino un bloque sólido en la élite y, además lleno de jugadores extranjeros. En pocas ocasiones el destino saldó de forma tan justa una deuda pendiente.
El técnico vasco consiguió además otros dos momentos memorables en la gloriosa historia contemporánea de Riazor. Uno en 2002, Estadio Bernabéu, día del centenario blanco. Eran los galácticos que dominaban Europa: Zidane, Raúl y Figo entre otros. Todo preparado para la fiesta del anfitrión. Pero los coruñeses no tenían intención de ir de meros observadores: hasta se atrevieron a ganar la final. El segundo fue en cuartos de final de la Liga de Campeones, en 2004, frente a un clásico del viejo continente y vigente campeón, el Milán de Kaká Gattuso o Pirlo. En la ida 4-1 para los milaneses. La vuelta se presumía un trámite algo farragoso. Pero se volvieron a marcar cuatro goles. Todos a favor del Depor.
La decadencia deportivista comienza con la `pérdida de la semifinal de Liga de Campeones de esa memorable edición. Jugando la vuelta en casa con empate a cero en la ida ante el Oporto de Mourinho, otro maldito penalti, ahora en contra, acabó con las esperanzas de la final. Luego el equipo ha ido perdiendo posiciones de forma inexorable. Las dificultades económicas han obligado a tirar de la cantera, el juego cada día ha ido a peor. El fantasma del descenso se ha hecho real en las últimas temporadas.
El destino ha vuelto a poner al Valencia como verdugo indeseado. Ha sido un sintomático fin de época. Con el descenso de los coruñeses concluye toda una aventura de más de veinte años jalonada de alegrías inmensas, momentos amargos y un recuerdo siempre inolvidable de los aficionados. Algo se nos ha ido el 21 de mayo de 2011.
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