lunes, 25 de julio de 2011

MICHAEL JORDAN: EL MEJOR


Si los tópicos más o menos manidos del mundo del deporte señalan que para ser campeón se necesita un equipo cohesionado y sólido que se anteponga a las individualidades, no cabe la menor duda que el disponer de una super- estrella te garantiza un camino más corto para el éxito.
Un jugador creado en la Universidad de North Carolina, de hecho, consiguió hacer de un equipo mediocre y sin historia, probablemente la mejor escuadra de baloncesto de todos los tiempos. Su nombre era Michael Jordan y puede decirse sin temor a equivocarse que se ha tratado pura y simplemente del mejor.
Alcanzar tal condición en el deporte que vió a Magic Johnson, Larry Bird, Julius Erving, Moses Malone, Oscar Robertson, Wilt Chamberlain, Bill Rusell, Akeem Olajuwon o Kobey Bryant por sólo citar unos cuantos nos deja bien claro el grado mítico que Jordan ha alcanzado. Si bien es cierto que Bird y Magic engrandecieron la NBA, Jordan la convirtió en un espectáculo universal, la extendió a todo el mundo como sinónimo de fantasía casi comparable a Hollywood, con él en la cancha nada era imposible.
Su propia dimensión mediática fue un referente luego copiado por otros deportes, en especial el fútbol. Su contrato con Nike, a mediados de los años 80 consiguió algo inédito en la historia del deporte: que una atleta salvase de la quiebra a una firma deportiva y la hiciera encaramarse a los primeros puestos del ranking de ventas. Jordan representaba un concepto del juego inédito hasta la fecha: existían excelentes tiradores, magníficos defensores, bases capaces de marcar el tiempo del partido, atletas capaces de conseguir los mates más inverosímiles y hasta feroces rebotadores; pero lo que nunca se había visto es a un jugador que reuniera todas esas condiciones. Él tiraba, saltaba, defendía, corría el contraataque, conseguía las más espectaculares canastas jamás vistas y además era extremadamente competitivo.
Con él la NBA abrió fronteras de forma definitiva. Su imagen se concentraba en todas las tiendas de deportes del mundo, de Nueva York a Tokio, de Nuevo México a Berlín, de Paris a Hong-Kong. Fue un símbolo deportivo americano equiparable a Carl Lewis o John MacEnroe. Su legado no conoce parangón como deportista convertido en símbolo mundial, espejo de futuras generaciones y cuyas hazañas cualquier aficionado al baloncesto gusta de disfrutar una y otra vez
Su palmarés simplemente asusta por triunfos individuales y colectivos: seis anillos de campeón con los Chicago Bulls, seis MVP de todas y cada una de esas finales, cinco MVP al mejor jugador del año, diez veces máximo anotador de la liga, diez veces en el mejor quinteto de la temporada y tres veces líder en robos de balón. ¿Alguien da más?. Su leyenda se cimentaba cada año, temporada tras temporada parecía desafiar al sentido común con más y mejores records. Incluso se permitió el lujo de una boutade sin que apenas afectara nada a su rendimiento posterior: en 1993, tras ganar su tercer anillo seguido decidió retirarse para jugar al beisbol. Su aventura en el nuevo deporte no pasó de discreta (nadie es perfecto) y en 1995 volvió a los Chicago Bulls, su equipo de siempre, en el que volvió a liderar al combinado de Illinois a tres campeonatos consecutivos, esta vez con un equipo si cabe aún más poderoso que el del primer triplete.
Sus éxitos individuales fueron paralelos a su aterrizaje en la NBA. Desde el comienzo destacó como anotador insaciable y más en un equipo de escaso rango como eran los Bulls de entonces. En una noche de playoff silenció al Boston Garden con un record de 63 puntos, y Larry Bird declaró que había jugado como el mismísimo Dios. No obstante los Bulls perdieron ese partido. También empezó a convertirse en sinónimo de espectáculo y belleza suma en el jugo: todos esperaban su presencia para disfrutar de las jugadas más gozosas que nunca se había visto.
Más costosos fueron sus éxitos colectivos. La construcción del gran equipo de los 90 tuvo un camino arduo y comenzó a labrase con el ascenso del entrenador asistente Phill Jackson al puesto de principal en la temporada 89-90- Ya entonces avisaron: llegaron a las finales de la Conferencia este y forzaron siete encuentros a los Pistons de Detroit entonces dominadores incontestables de la Liga. La rivalidad con los de Michigan marcó los primeros cinco años del astro: no en vano no dudaban de acudir a cualquier método legal o ilegal para detenerle y en tres eliminatorias seguidas lo consiguieron, pero la era de los triunfos estaba aún por llegar.
La consolidación del bloque vino dado por la presencia de secundarios solventes que completaban la magia de su estrella: el base-tirador John Paxon, el versátil Horace Grant, un rocoso y veterano center Bill Cartwright y sobre todos ellos el complemento ideal para Jordan, todo un All-Star llamado Scottie Pippen. A esos nombres en el segundo trienio glorioso les sustituyeron otros de no menos relevancia: Ron Harper un veterano que consiguió culminar su carrera de manero gloriosa, Tony Kukov el mejor jugador europeo hasta entonces conocido y el inimitable camorrista Dennis Rodman, amén de los eternos Jordan y Pippen.
Es posible que ningún otro jugador de ningún deporte colectivo haya dominado tanto los encuentros como lo hacía Michael Jordan. El mundo del fútbol conoció de un caso similar en el Mundial de 1986 cuando un Digo Maradona en el esplendor de su carrera llevó casi solito a la conquista del campeonato del mundo a una mediocre selección argentina. Da la impresión que hubiese hecho campeón a cualquier franquicia del campeonato, algo no completamente justo, ya que ,como hemos señalado, sus acompañantes hubiesen sido quizá grande estrellas en cualquier otro equipo, si no hubiesen sido eclipsados por la estela del gran líder. Pero el mundo de la canasta tuvo en Jordan a un seguro de competitividad inigualable. Siempre se sabía que iba a robar un balón decisivo, a realizar una canasta imposible en los momentos más duros y a minar a sus rivales ante la imposibilidad de detenerle. Pat Riley, mítico entrenador de los grandes Lakers y que posteriormente sufrió en sus carnes las masacres de Jordan siendo director técnico de Nueva York y Miami llegó a declarar que no creía que nadie fuese capaz de ganarle un anillo a Chicago mientras Jordan continuase. No se equivocó. Su número de víctimas en aquellos años llegó a considerarse como un ejemplo pocas veces repetido de dictadura deportiva. Casi comparable a los triunfos de un dominador del tenis, el golf o el ciclismo.
El número de partidos decididos por nuestra estrella es agotador, casi tanto como su currículo antes expuesto, Pero de entre todos ellos destaca uno con luz propia. 1998 finales de la NBA frente a Utah, liderada por su binomio mágico John Stckton- Karl Malone, en su infructuosa búsqueda del anillo. Sexto partido en Sant Lake City, ganaban los Jazz 86-83 con balón en posesión. Roba Jordan que encesta y pone a su equipo a un punto, pero con posesión para Utah. El balón llega a Malone, que sólo tiene que protegerlo para dejar que el tiempo se consuma o forzar una falta. Pero una mano imposible le roba el balón. ¿De quién?. No podía ser de otro que de Jordan. El mítico escolta aguanta la pelota la bota insistentemente una y otra vez ante un público asustado: saben lo que va a ocurrir y de hecho se cumple con precisión. Paso atrás del escolta, que se deshace de su defensor y con una suspensión admirable tira a canasta robotando en el aro y encestando. 86-87, fin del partido, de las series y sexto anillo para los Bulls y para Jordan. No podía ser de otra forma.


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