sábado, 13 de agosto de 2011

NACHO SOLOZÁBAL: EL CEREBRO SECUNDARIO


Los grandes equipos siempre deben de sostenerse en los baluartes más sólidos, aquellos con los que uno siempre cuenta para las situaciones comprometidas. En la primera edad dorada de la sección de baloncesto del Barcelona, ese papel fue atribuido especialmente a la figura de Juan Antonio San Epifanio (“Epi”) el primer gran jugador de la glorioso década de los 80. Pero junto a él y casi siempre en un segundo plano, no menos importancia tuvo el base emblemático de aquellos años de primeros triunfos del Barca de baloncesto, se llamaba Nacho Solozábal y dejó en los aficionados ese señuelo que sólo los auténticos hombres de la casa pueden dejar.
La importancia de esos actores secundarios en los éxitos de un equipo puntero es siempre fácilmente demostrable- Hay que recordar el papel de Byron Scott en los grandes Lakers de los 80 o de Denish Johnson en los Celtics, así como de Joe Dumars en los Pistons o John Paxon en los Bulls. También el baloncesto español conoció de ese perfil tan necesario: Iturriaga en el Real Madrid, Jofresa en el mejor Juventud y el mismo Quique Villalobos en el Madrid de Petrovic el cual contó en la selección primero yugoslava y luego croata con un escudero más que acertado para sus escasos momentos de relajación: Cjeveticanin. Eran los encargados de suplir las carencias ocasionales de los líderes naturales. Aún cuando no tenían encomendada de forma explícita la función anotadora se las arreglaban casi siempre para acabar con guarismos destacados y de ellos siempre se tenía una cosa clara: casi siempre daban la cara en los momentos más comprometidos.
Cuando Solozábal aterrizó en el Barcelona el baloncesto distaba de ser una prioridad en una institución acostumbrada a recibir aún más palizas por parte de su rival capitalino que el propio equipo de fútbol. Pero en aquellos tempranos 80 un triplete mágico estaría encaminado a dar los primeros éxitos destacados a la sección y convencer a los dirigentes y aficionados que la misma no era prescindible, como en más de una ocasión se había planteado. Ese triplete lo componían los aleros Epi y Sibilio y el base Solozábal. A ellos se les unión un eficaz pívot de orígenes argentinos, Juan de la Cruz y unos americanos cada vez más destacados tales como el posterior NBA Jeff Ruland y los rocosos Marcelus Starcks y Mark Davis. Tales jugadores dominaron la Copa de España con una solvencia casi irrepetible a fecha de hoy: nada menos que seis títulos consecutivos de 1978 a 1983. Pero lo más importante fue, sin duda, la conquista de los primeros dos campeonatos de Liga en 1981 y 1983. Eran épocas de ligas regulares alejadas del formato del play-off que marcó en cambio generacional esencial. Casi nadie a lo largo de la historia había osado a asaltar el trono blanco en el basket español. Aquellos hombres estaban dispuestos a ello.
En Solozábal se reunían todas las condiciones del buen director de orquesta. Dotado técnicamente, con personalidad para el mando, poseedor de un buen tiro exterior (muchos de sus mejores momentos llegaron con la implantación de la línea de 6,25) y con una habilidad extraordinaria para desbordar a los rivales con entradas a canasta que terminaban en una elegante bandeja, uno de los rasgos más característicos de su juego. Además nadie pudo jamás reprocharle que no se pusiera el mono cuando la ocasión lo requería: en las finales de 1989 fue el encargado de secar a Petrovic en el quinto y decisivo partido de las series. Obvia decir que cumplió tan ingrato cometido con notable solvencia.
De su importancia en el devenir del baloncesto barcelonista puede destacrse una significativa circunstancia: durante más de diez años tuvo que competir por el puesto con algunos d elos mejores bases de esos años Joan Creus, Joaquin Costa, Gonzalo Seara y Jose Antonio Montero. Siempre terminaba acaparando la titularidad y los mayores minutos de juego. Aún más, se dijo que su salida en 1992 fue forzada por el entonces manager Aíto García Reneses, para permitir el pleno desarrollo profesional de Montero, que era el jugador mejor pagado de la plantilla. Con Solozábal en la misma se sabe quién acabaría jugando.
Fue precisamente la llegada al banquillo de Aito lo que dio el impulso definitivo al Braca para dominar el espectro del baloncesto nacional en la segunda mitad de los 80. La apuesta clara y decidida de la directiva por el baloncesto se manifestó en los fichajes de Andrés Jiménez, Joaquín Costa o el americano Audie Norris. Hasta la llegada del madrileño al banquillo el juego azulgrana había seguido unos cánones muy claros: labor de desgaste en los pivots para facilitar los tiros exteriores de Epi y Sibilio. Con Reneses en el banco hubo un mayor reparto de responsabilidades, una apuesta decidida por el juego colectivo. Y de ellos se benefició Solozábal.
Un partido señaló su punto álgido como jugador decisivo. Era la final de la Copa del Rey de 1988. Enfrente, el de casi siempre, que ganaba 83-81 a falta de 40 segundos. Una falta en ataque de Romay deja la última posesión a los catalanes. Todo el mundo piensa en Epi para un triple y quizá en un balón interior a Norris para forzar los prórroga. Nada de eso ocurre. Los azulgranas hacen circular sabiamente el balón hasta el punto de sorprender a Llorente, el encargado del marcaje del base contrario, el madridista intenta interceptar un balón sin éxito y llega a la esquina a Solozábal que fulmina a sus rivales con un triple sobre la bocina. Fin del partido 84-83 para el Barca.



Su historial lo dice todo: seis ligas, nueve copas, dos recopas y una Korack. Pero hubo una ausencia muy dolorosa en ese encomiable palmarés, y no es otra que la de la Copa de Europa. Y no se puede decir que no le faltaran oportunidades a esa gran generación; ya que se perdieron tres finales de la competición alguna de ellas muy recordada, como la primera de 1984, todavía con Antonio Serra en el banquillo y ante el Banco de Roma italiano al que se le llegó a dominar de 14 puntos para luego caer 79-74. Y las últimas ante el súper equipo por excelencia del baloncesto europeo de aquellos años: la Jugoplastika de Split de Toni Kukov y Dino Radja. Ni si quiera el aliarse con el enemigo dio resultado, ya que la contratación del técnico Bozidar Maljkovic, cerebro de la bestia negra azulgrana, terminó como el rosario de la aurora. Las decepciones continuaron en los años sucesivos: alguien dijo que no se sabía si les sobraba arrogancia o les faltaba confianza. Hasta el año 2003 y tras nunerosos asaltos fallidos no se superó el trauma.
Aunque faltó esa guinda su trayectoria siempre estuvo ahí: no conoció otro equipo que el Barca además, claro está, de la selección española que defendió en 142 ocasiones. Sin duda alguna fue de los muy, muy grandes.

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