Fabio Capello, había continuado la
racha de éxitos de Arrigo Sacchi al frente del Milán de Berlusconi. De 1991 a
1995 el sucesor del gran innovador del fútbol europeo ganaría cuatro Ligas
Italianas y llevaría al Milán a tres finales consecutivas de la Copa de Europa.
Aunque sólo ganó una de ellas, la misma fue inolvidable, un memorable 4-0 al
Barça de Koeman, Sotoichkov y Romario. Capello adquirió en esos años fama de
ser un entrenador duro, capaz de dirigir con mano de hierro a las figuras
milanistas, pero al mismo tiempo sacar de ellas el máximo rendimiento.
Lorenzo Sanz accedió a la presidencia
del Madrid en 1995, sin ganar las elecciones y por la dimisión de Ramón
Mendoza, agobiado por la crisis económica y los malos resultados. El dinero de
los contratos televisivos le permitió preparar un gran equipo para la temporada
1996-97 con jugadores como Suker, Mijatovic, Roberto Carlos o Seedorf. Con
estos fichajes calmó a una afición que le miraba con recelo por haber llegado a la poltrona blanca sin pasar
por las urnas y más aún cuando en una temporada desastrosa el equipo no se
había clasificado ni para la Copa de la UEFA. Para dar más lustre a su proyecto
echó las redes sobre el prestigioso entrenador italiano, que vio con agrado el
desafío: en Milán lo había ganado casi todo y triunfar en un histórico como el
Real Madrid sería un tanto muy a tener en cuenta en su carrera.
Capello llegó a Madrid pero,
sorprendentemente, desde el inicio empezó a mostrar escepticismo sobre una
plantilla muy lustrosa, pero él venía de un club que en su día reunió a lo
mejor del fútbol europeo y nada le parecía suficiente. Insistió al presidente
en fichar más jugadores, con lo que llegaron el portero Bodo Illgner y el
defensa italiano Pànucci. El Real Madrid se erigió en líder de la Liga gracias
a un juego no muy brillante pero
efectivo, asentado en el poderío de su letal tripleta atacante:
Mijatovic, Suker y Raúl. Los triunfos se sucedían aunque no pocas voces
señalaban que el juego madridista no estaba a la altura de los grandes
jugadores que tenía. El que menos creía en su equipo era, curiosamente, el
entrenador: en privado dudaba de la auténtica calidad de alguno de sus
jugadores y consideraba que la plantilla era corta y que esa temporada se
estaba salvando por no jugar en Europa y ser eliminados a primeras de cambio
por el Barça en la Copa. En enero empezaron a llegarle cantos de sirena de
Milán, su viejo patrón, Berlusconi, le ofrecía volver al club de sus amores que
había entrado en crisis. Capello decidió aceptar la oferta del rey de la
televisión europea y dijo a Lorenzo Sanz que le permitiera dejar el Madrid a
fin de año, a pesar de haber firmado por tres. El tema se filtró a la prensa y
provocó una conmoción en la afición y el equipo; de hecho dos derrotas
consecutivas en Barcelona y Bilbao pusieron en peligro una Liga que parecía
segura, pero que al final se consiguió, en parte por un sorprendente tropiezo del
Barcelona en campo de un ya descendido Hércules de Alicante. El entrenador dejó
Madrid con la sensación de ser un técnico muy capacitado pero cuyo juego
italianizado no acababa de gustar, y que en cierto modo había menospreciado al
Real Madrid, al dejarlo plantado para volver a Milán, en donde las cosas no le
irían muy bien por cierto.
Una década después se repitió la
historia. Ramón Calderón llegaba a la presidencia del Madrid y optó por
contratar al italiano como antídoto para los vicios de la reciente historia
blanca: en las tres últimas temporadas el Madrid de los “galácticos” de
Florentino Pérez, en el que marketing primaba sobre lo deportivo, no había
sumado ni un solo trofeo a las vitrinas del equipo a pesar de un gasto
monumental en fichajes. Capello debía devolver la ética del trabajo y la
seriedad frente a los divismos propios del trienio anterior. Se contrataron
jugadores del gusto del italiano como Fabio Cannavaro y el brasileño Emerson,
trabajadores en vez de figuras y el perfil del equipo se hizo más sacrificado y
menos glamuroso. Entonces el Barça vivía una especie de preámbulo a la gran era
dorada de Guardiola, y había hecho doblete el año anterior (Liga y Champions)
con futbolistas como Etoo, Ronaldiho, Deco, Valdés, Xavi y un jovencísimo
Iniesta, mostrando un juego muy vistoso, y en realidad su equipo parecía
bastante superior al blanco.
La primera vuelta no dio muchas
expectativas al madridismo, el juego del equipo era más bien pobre y aunque no
se perdía la cabeza de la Liga , nada hacía esperar grandes resultados, ni que
se pudiera competir con el Barça. El invierno fue muy duro en Chamartín: se
caía en octavos de final de la Champions ante el Bayern, el Betis les eliminaba
de la Copa y hasta el modesto Levante asaltaba el feudo blanco (0-1). Tras esa
debacle, el italiano comunicaba a la directiva que con ese equipo, apenas se
podía aspirar a un tercer o cuarto puesto. Se pensó seriamente en su cese, pero
el alto salario que cobraba frenó la decisión. El Madrid visitaba el Camp Nou y
los negros presagios vaticinaban un baile culé. Para sorpresa de todos el Real
Madrid hizo un gran partido y debió ganar el mismo, sólo un triplete de Messí, con un último gol en el tiempo de descuento,
permitió el empate (3-3). Entonces el Barcelona empezó un extraño proceso de descomposición,
manifestado en el choque de egos de entre sus figuras, en especial entre Etoo y
Ronaldiho y en la apatía y falta de compromiso de sus jugadores que el
entrenador Rijkaard, no supo frenar. Los culés fueron perdiendo puntos
incomprensibles y el Madrid, sin mucho juego pero apelando a la épica y el
esfuerzo, llegó al final de campeonato con posibilidades reales de ganarlo. En
la penúltima jornada el Barça recibía al Espanyol y el Madrid visitaba
Zaragoza. A empate de puntos los de Capello ganaban la Liga y esa era la
situación del momento. En Zaragoza se consiguió un agónico empate a dos, pero
en el Camp Nou el Barça ganaba 2-1; entonces llegó el gol in extremis del capitán españolista Tamudo que dejaba en bandeja el
campeonato a los de Capello, que no fallarían en case frente al Mallorca (3-1). Aun así el entrenador abandonaría el Madrid a final de año.
Tal y como había pasado diez años
antes el técnico ganó una Liga muy esforzada, aprovechándose de los regalos de
un Barça en apariencia superior, pero de indudable mérito dadas las
circunstancias por las que había pasado el equipo. Y como sucediera la anterior
vez salió del mismo al final de temporada porque, en el fondo, y a pesar del
éxito, nunca llegó a sentirse cómodo ni a confiar plenamente en sus jugadores.
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