La existencia del Estudiantes ha
venido marcada siempre por la fuga de sus mejores activos al Real Madrid de
Baloncesto (los hermanos Ramos, Fernando Martín, Antúnez, Felipe y Alfonso
Reyes…..), algo que, por otra parte, le ha permitido hacer frente a las
dificultades de una economía siempre precaria, aliviada por el dinero de esos
traspasos. Pero una de esas fugas a mediados de los 90 generó una gran polémica
y no fue otra que la de Alberto Herreros.
Herreros era un alero tirador de
grandes registros anotadores desde su debut en la temporada 1988-89, uno de
esos productos de la interminable factoría del Ramiro de Maeztu que a comienzos
de la nueva década se erigía como el más que probable sucesor del mítico Epi en
la selección. En la temporada 1991-92 el Estudiantes, dirigido por Miguel Angel
Martín y “Pepu” Hernández y de la mano del propio Herreros, Nacho Azofra, Ricky
Wislow y John Pinone entre otros, pasó a formar parte de la élite del basket
español conquistando la Copa del Rey (tras ganar a Real Madrid, Juventud y al
Cai Zaragoza en la final) y llegando a la “Final Four” de la Copa de Europa en
Estambul.
Como consecuencia de esta gran
temporada el entrañable club madrileño (símbolo eterno del deporte que no
aspira a ganar sobre todas las cosas) llego a plantearse a dar el salto a cotas
deportivas más ambiciosas puesto que estaba asentado entre los cuatro primeros
equipos de la Liga. Durante esos años, la figura de Herreros no dejaba de
crecer y muchos le consideraban como el mejor jugador español, en una época,
por otra parte, no muy brillante en cuanto a talentos baloncestísticos
nacionales, después de la explosión de los Corbalán, Epi, Solozábal, Jiménez o
Martín. “La Demencia” le tenía como ídolo indiscutible ya que se había criado
en las entrañas de la institución, manifestaba que no estaba interesado en
ofertas procedentes de los grandes de Europa y encima, era reconocido seguidor
del Atlético de Madrid; el estudiantil perfecto, sin duda.
Pero el Estudiantes no fue capaz de
superar el techo de las semifinales de la Liga ACB (perdió cuatro consecutivas)
ya que siempre topaba con Madrid, Barça o Juventud y Herreros empezó a ver claro que el poderío económico,
especialmente de los dos clásicos futboleros, era inabordable para los del
Ramiro, de tal forma que si quería ganar títulos no tendría más remedio que
cruzar el charco. Además, en privado, acusaba a la directiva de carecer de
auténtica visión de futuro y ambición ganadora. Tras renovar al alza en 1995,
con sueldo impensable para un jugador de Estudiantes (80 millones anuales) una
nueva derrota en semifinales ante el Barça (la quinta perdida en seis años) le
hizo llegar a la conclusión que su futuro estaría lejos del equipo que le vio
crecer.
Pedro Ferrándiz, el viejo y laureado
entrenador blanco ejercía de manager de sección de Baloncesto madridista, y se
encargó de convencer al jugador que debía apostar fuerte para salir de
Estudiantes y fichar por el Madrid. Para ello, Ferrándiz lanzó un órdago:
Herreros se acogería al Real Decreto 1006/85 para rescindir su contrato y
firmar por los madridistas. La utilización de esa vía para romper contratos con
indemnización al club de origen, era habitual en el fútbol desde hace años (las
famosas clausulas), pero en la ACB no se usaba en virtud de un convenio de la
misma con el sindicato de jugadores; utilizarla suponía una vulneración del
acuerdo que amenazaba la carrera del alero ya que la ACB, en un principio, se
negó a tramitarle la ficha en caso de que firmara por el Real. Por otra parte,
el uso de esa figura legal enfadó mucho al Estudiantes, harto del secuestro de
sus mejores activos por el poderoso club blanco, y los directivos estudiantiles
acusaron a Ferrándiz de malas artes y falta de ética.
La situación se atascó y generó una
gran polémica. Herreros aseguraba que no volvería a vestir como jugador
estudiantil y que bastante había hecho por el club a cambio de casi nada.
Estudiantes no daba su brazo a torcer y se negaba a negociar. Lorenzo Sanz
acababa de llegar a la presidencia del Real Madrid y también aspiraba a un
baloncesto poderoso, pero ese marrón no suponía un plato de buen gusto, ya que
enfrentaba al Madrid con la ACB. Sanz tuvo que ofrecer la cabeza de Ferrándiz
para poder salir del entuerto que se había creado (además el legendario técnico
tenía varios enemigos en su propia casa que le acusaban de haber empeorado todo
por insistir en usar el famoso decreto) y una vez destituido, el Estudiantes
aceptó negociar: Herreros jugaría en el Real Madrid por un traspaso record de
230 millones de pesetas, una cifra inédita en el mundo del baloncesto. De hecho
el asunto fue un buen negocio para Estudiantes y quizá no tanto para el Madrid.
Durante años el resquemor entre
Herreros y el club que le formó como jugador y persona fue evidente y poco
disimulado; tras un accidentado derby que acabó en tangana el jugador declaró
contra su antiguo equipo “es que son muy graciosos y se les consiente
todo”. El gran alero, por otra parte, vivió un periodo oscuro en cuanto a
triunfos deportivos con el Real Madrid. Los títulos fueron bastante más escasos
de los que el mismo supuso que iba a ganar, puesto que la sección de baloncesto
blanca no encontró su rumbo durante varias temporadas. Cada vez que visitaba la
cancha estudiantil la “Demencia” le cantaba con recochineo “¿Dónde están los trofeos, Alberto?”.En
realidad Herreros fue una metáfora de un baloncesto hispano que pasó un largo
periodo de oscuridad hasta la llegada de la generación de oro; un excelente
jugador que tuvo la mala suerte de vivir
una época poca lustrosa de su club y su selección, pero al que el destino dio
una jugosa revancha; en su último partido como profesional un triple suyo daba
la Liga al Real Madrid ante el TAU de Vitoria tras un increíble remontada en el
último minuto (69-70), el final de carrera soñado por todo jugador que
consiguió mitigar, al menos en parte, las frustraciones del pasado.
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