A lo largo de toda la historia, en determinados
partidos han salta chispas entre los jugadores dentro del terreno de juego. Más
extraño es que las rivalidades se extiendan durante años y lleguen incluso a
fuera del campo. A finales de los 80 un jugador no muy destacado pero
enormemente voluntarioso protagonizó sonados choques con algunos tótems del momento.
Pizo Gómez era un producto de la cantera de Lezama,
al que Javier Clemente hizo debutar jovencísimo con el primer equipo. En el
verano de 1987 el inglés Howard Kendall aterrizó en Bilbao y le comunicó que no
contaba con él para esa temporada. Fichó por el Osasuna que en esos años era un
club consolidado en Primera y que vivía una época dorada con ocasionales
acercamientos a los puestos europeos. En esos años el Real Madrid de los
Butragueño, Míchel, Sanchis, Hugo Sánchez y compañía imponía una dictadura en
la Liga española en la que apenas contaba con oponentes de relevancia. Pero el
modesto club navarro hacía de aldea de Axterix cada vez que se enfrentaba al
Madrid y le ponía en serios aprietos en el Bernabéu y sobre todo en El Sadar,
que era como se llamaba el campo del Osasuna en donde le ganó dos años seguidos
(1-0 en la 86-87 y 2-1 en la 87-88). También en Madrid se le subía a las barbas
con frecuencia. En 1987 un Madrid-Osasuna en que debutaba Michael Robinson
terminó con gran polémica: tras un tenso y trabado encuentro el Madrid ganaba
en el último minuto por un discutido penalti a Gordillo. Ya al final de ese
partido se produjeron ciertos roces dialécticos entre jugadores de ambos
equipos.
En enero de 1989 la vista del Real al Pamplona volvía
a poner en un aprieto a los entonces entrenados por el holandés Leo Beenhakker.
Precisamente un gol de Pizo Gómez adelantaba a los locales, pero al final del
primer tiempo el árbitro tuvo que suspender el partido por el continuo
lanzamiento de bengalas y petardos a Buyo. La suspensión del partido produjo
además un áspero cruce de declaraciones entre Michel y algunos jugadores
osasunistas. Cuando se reanudó el partido meses después en La Romadera de
Zaragoza, volvió el lío: los bancos empataron y Osasuna se volvió a
quejar del árbitro por no señalar un derribo en el área blanca y obviar un codazo
de Chendo.
Pizo Gómez era de los puntales del brioso equipo
navarro. Jugador de técnica limitada pero puro coraje y corazón, idóneo para un
equipo guerrillero e inconformista como aquel Osasuna. Cuando su descubridor,
Clemente, fue fichado por Jesús Gil para entrenar al Atlético en la temporada
89-90, recomendó su fichaje como el de su compañero Bustingiorri o el de “Tato”
Abadía o Ferreira. El técnico de Brakaldo quería currantes sobre el campo que
se identificaran con su idea del juego de defensa numantina, pelotazos largos y
fortaleza física.
Los nuevos jugadores lo pasaron mal en el Manzanares.
Como Gil había prometido, un año más pelear por la Liga, la presión sobre el
grupo era grande y la receta del Atlético era puntos con un juego más bien pobre.
El equipo era segundo en la tabla pero los aficionados y la prensa criticaban
el estilo de juego de Clemente, que marginaba a jugadores técnicos como
Baltazar, el máximo goleador del año anterior, a favor de sus preferidos, que
derrochaban esfuerzo pero distaban de ofrecer un juego a la altura de un club
como el Atlético. Gil perdió la confianza en Clemente cuando el equipo perdió
toda posibilidad de ser campeón y tras su cese los fichajes del año tenían un
negro futuro. Cierto día coincidieron en la carretera Gómez con Michel y
Gordillo. Los madridistas, que aún guardaban el recuerdo de sus batallas con el
Osasuna, se mofaron del rojiblanco diciéndole “Pizo, eres nuestro ídolo”. Unos meses después Real Y Atlético
jugaron un intrascendente derby en el Manzanares (el Madrid era campeón un año
más y el Atlético ya estaba en la U.E.F.A), pero el choque terminó en
escándalo cuando Fernando Hierro empató en el último minuto con tremendo gol de
una falta dudosa. Durante el partido volvieron los roces entre los tres
protagonistas del “incidente” de la carretera, y Pizo Gómez acusó a Gordillo y
Michel de insultarle gravemente.
En el duelo liguero del año siguiente volvió el
conflicto; el Atlético ganó 0-3 en el Bernabéu ante un Madrid que estaba en
franca caída y en la segunda parte, un impotente Míchel realizaba una entrada a
destiempo sobre el defensa atlético que le lesionaba de gravedad con baja por
tres meses. Ya por entonces Pizo Gómez se había convertido en un pequeño ídolo
de la afición colchonera por su antimadridismo declarado, además de valorar su
tesón y entrega en el terreno de juego.
Un año después Luis Aragonés asumió la dirección
técnica del Atlético y el vasco dejo de tener minutos con los rojiblancos. Fue
cedido al Español, al que había retornado Clemente, que le seguía considerando
un pilar esencial en el terreno de juego. Pero la sombra de sus conflictos con
los madridistas tuvo una importancia esencial ese año. Madrid y Atlético se
clasificaron para jugar la final de la Copa del Rey en el Bernabéu; Luis apeló
a la motivación como elemento esencial para afrontar el choque. La mañana de la final alguien aporreó la puerta del capitán y estrella colchonera Paulo
Futre, cuando ésta la abrió aún medio dormido, apareció la figura del
entrenador rojiblanco. Muy serio se plantó delante de Futre y le dijo “¿Sabe los que le hicieron a Pizo hace unos
años?. Se rieron y le humillaron el la carretera. Hoy tiene usted la
oportunidad de vengar a su compañero”. El astro luso hizo buen uso de esa
charla: esa noche cuajó una actuación excepcional, la mejor de sus cinco años como atlético, y marcó un golazo que supuso el
definitivo 2-0, a favor de su equipo.
La venganza de Pizo se había consumado a través de terceros.
Gómez jugó una temporada más como cedido en el Rayo
Vallecano para luego regresar al Atlético por breve espacio de tiempo, para
realizar otro regreso; esta vez al Osasuna, el club en donde quizá vivió sus
mejores años. Con sus limitaciones, fue un buen jugador de equipo, corajudo y
capaz de jugar en cualquier posición (hasta de delantero si era preciso). Ese
desagradable incidente de la carretera le dio una resonancia con la que rara
vez soñó.
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