A mediados de los años 80 aterrizó en Barcelona un
entrenador inglés sin excesivo prestigio, Terry Venables, que ocupaba el puesto
que en temporadas anteriores habían desempeñado nombres ilustres como Helenio
Herrera, Udo Lattek o Cesar Luis Menotti. De forma sorprendente , y a pesar del
traspaso de Maradona al Nápoles, el británico optimizó el rendimiento de una
buena plantilla y el equipo se hizo con brillantez con la Liga 84-85, la
primera desde 1974 (entonces al club le costaba décadas ganar Ligas).
No era de los mejores Barças de la historia, pero si
tenía jugadores destacados del momento como Carrasco, Urruti, Víctor, Julio
Alberto y Marcos Alonso y una gran figura, Bern Schuster, el mejor
centrocampista de Europa que estaba en la plenitud de su carrera. En la
temporada siguiente el equipo comenzó irregular y, aunque mejoró con el tiempo,
no alcanzó al Real Madrid de Molowny, claro vencedor del campeonato de la Liga. De esa guisa centró sus esfuerzos en las competiciones a doble
partido: llegó a la final de la Copa del Rey, en la que perdió de forma
sorprendente con el Zaragoza de Luis Costa, aunque su gran sueño era la otra
final que disputaría una semana y media después: la de la Copa de Europa.
Los culés hicieron una competición sobresaliente;
eliminaron a dos cocos como el Oporto de un joven Futre, y al vigente campeón,
la Juventus de Turín de Michel Platiní y Michael Laudrup, pero todo pareció irse al traste cuando
el Gotteborg sueco vencía la ida de las semifinales por un contundente 3-0.
Pero el equipo de Venables no se amilanó y en el partido de vuelta planteó un
ataque total con una sorpresa en la alineación: el delantero “Pichi" Alonso que
ese año había jugado mas bien poco. El ariete tuvo su noche mágica con tres
goles de oportunismo, y se llegó a la tanda de penaltis en las que, ante el
delirio del Camp Nou, el Barça ganó por 4-3.
Como al Barcelona le costaba tanto ganar Ligas y la
Copa de Europa entonces sólo estaba reservada a los campeones del torneo de la
regularidad, no eran muchas las oportunidades de ganar el preciado trofeo para
los de la Ciudad Condal. En las dos anteriores ocasiones que la habían
disputado rozaron el título: en 1961 llegaron a la final contra el Benfica pero
perdieron por 3-2 en un partido en el que los Kubala, Luis Suárez y compañía
estrellaron cuatro postes, y en 1975 con Cruyff el Leeds Unitds les eliminó en
semifinales. En esta ocasión nada parecía interponerse para los barceloneses:
el rival era el Steaua de Bucarest rumano, un sorprendente y meritorio finalista
sin grandes figuras, que bastante había hecho con llegar a la final. Además el
partido se jugaba en Sevilla, en el estadio Ramón Sánchez Pijuán y era la época
en la que los países comunistas no permitían la salida al extranjero de sus
ciudadanos con lo que todo el estadio tenía un color azulgrana. En definitiva
contaba con mejor equipo y jugaba como en casa.
El día 7 de mayo de 1986 Venables alineaba a Urruti, Gerardo,
Julio Alberto, Alexanco, Migueli, Victor Muñoz, Marcos Alonso, Schuster, Pedraza,
Archibald y Carrasco. El partido resultó espeso; el Barça dominaba sin
profundidad y los rumanos tenían claro que sus opciones pasaban por encerrarse
atrás, esperar alguna contra o balón parado y, en su caso, llegar a la lotería
de los penaltis. Todo el mundo pensaba que, tarde o temprano, el gol llegaría
pero tal circunstancia no se produjo y el partido derivaba, inevitablemente, a
la prórroga. En el minuto 85 salta la sorpresa. Venables decide meter a un
defensa, Moratalla, por nada menos que
Schuster, capitán del equipo, máxima figura y especialista en el balón parado,
una de las pocas opciones que parecían factibles para derribar el muro rumano.
El alemán no se cree lo que le ordena su entrenador y se marcha enfadadísimo
del terreno de juego. Se va al vestuario donde se cambia y decide no quedarse a
ver el resto del partido. Cuando coge un taxi que le lleva al hotel, el taxista
que está oyendo el partido, se queda atónito al comprobar la identidad de su
viajero.
En el campo, más de lo mismo en la prórroga, ataque
infructuoso del Barcelona al que no le activa ni la salida al campo del héroe
de las semifinales, Pichi Alonso, y la final llega de forma completamente
inesperada a los penaltis. Existe gran esperanza en Urruti, un guardameta vasco
que tiene gran habilidad para detener penas máximas gracias a su agilidad y
que, desafortunadamente, fallecería prematuramente en un accidente de tráfico a
los 49 años en 2001. Pero en la portería contraria se presenta el enorme Helmuth Duckadam, un guardameta alto, de esos que
parece ocupar la meta completa, y que son muy efectivos a la hora de afrontar
las tandas de penaltis, en las que el cansancio y los nervios son los peores
enemigos de los lanzadores. Ante el
delirio de la grada el meta culé detiene los dos primeros lanzamientos rumanos,
pero de poco sirve porque Alexanco y Pedraza también fallan los suyos. El
tercero del Steaua lo lanza su gran estrella, Lacatus, que lo transforma; por
el contrario Pichi Alonso vuelve a marrar el tercero culé, una vez más detenido
por Duckadam. Es turno del centrocampista Balint que no falla ante Urruti. El
cuarto azulgrana le corresponde al delantero Marcos Alonso, héroe de la final
de Copa del Rey ante el Madrid en 1983 con su gol en el último minuto, encara
la portería y, de nuevo, el guardameta rumano lo ataja. Duckadam ha conseguido
algo histórico: detener cuatro penas máximas en una final europea. Desde ese
momento y para siempre será conocido como “el héroe de Sevilla” y recibido en
Rumanía con honores de figura militar.
La desazón del barcelonismo fue inmensa; con todo a favor se había fallado de
forma incomprensible , cuestión más dolorosa si se tiene en cuenta la entidad de
los rivales que había dejado en la cuneta y que el otro finalista no parecía
tan fiero. Se vuelven a reeditar fantasmas del pasado que asemejan a la entidad
como un eterno perdedor de grandes citas y un Núñez frustrado busca un
responsable: Bern Schuster, al que acusa de deslealtad e indisciplina y asegura
que nunca volverá a vestir de azulgrana. Lo cierto es que el alemán no tuvo su mejor noche, pero su cambio por un jugador menor a falta de cinco minutos para el final pareció una irresponsabilidad del entrenador
Se tardó años en olvidar esa infausta noche que ha pasado a la historia
como acaso la más triste del centenario club catalán.
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