domingo, 5 de junio de 2011

MAGIC VS BIRD


El mundo del deporte ha necesitado siempre de grandes rivalidades para conseguir atraer la tracción del espectador. La NBA de nuestros días hunde sus orígenes en el duelo deportivo de Magic Johnson y Larry Bird, que con su llegada a la liga en 1979 transformaron el campeonato en un espectáculo mediático y deportivo de primer nivel.
El destino quiso que los dos aterrizaran en los equipos más antagónicos posibles. Los Lakers de Los Ángeles y los Celtics de Boston. Dos eternos rivales que retomaron en los 80, toda la animadversión surgida en los 60. Pero había un matiz muy importante que daba al conflicto una dimensión más dramática: siempre hasta la fecha los Celtics se llevaban el gato al agua. En nada menos que siete finales los Bill Rusell, Bob Cousy o Sam Jones habían batido a nombre legendarios del basket americano como Elgin Baylor, Wilt Chamberlain o Jerry West. En realidad hasta la llegada de Magic, los californianos habían tenido estela de perdedores: apenas un título de diez finales disputadas. El descomunal Abdul- Jabbar, llegado desde los Bucks de Milwakee, no consiguió rematar sus grandes cualidades hasta que al genial base de Michigan se fueron uniendo nombres tales como Norm Nixon, Jamal Wilkes, James Worthy, Michael Cooper o, posteriormente, Byron Scott. Los anillos de campeón de 1980 y 1982 acabaron con la leyenda negra de los propietarios del Forum.
Boston, por el contrario, representaba la estirpe de ganadores más clásica del deporte americano. Ninguna escuadra de ningún deporte había dominado su competición como lo hicieron los célticos en los 60 con 8 títulos en 9 años. El mítico Boston Garden vivió dos títulos más en los años 70 y superó la crisis de finales de esa década con la llegada del mago de Indiana, al que pronto acompañaron dos súper clases: el ala-pivot Kevin Machale y el center Robert Parish que pusieron las bases para el anillo de 1981 ante los Houston Rockets.
Cuando Magic o Bird llegaron a la NBA, la competición perdía dinero, las televisiones apenas mostraban interés en ella y los pabellones se vaciaban con más facilidad de la deseada. Su rivalidad (forjada en el baloncesto universitario en una inolvidable final de 1979) atrajo la atención del público al instante: Magic era un astro de color que olía a campeón por los cuatro costados:; medía 2,04 una estatura inusual para un base, tenía una pasmosa facilidad para las asistencias imposibles y una capacidad para el juego de contraataque nunca vista, su eterna sonrisa mostraba a un ganador que se divertía jugando y hacía disfrutar a sus compañeros y rivales. Bajo su batuta los Lakers crearon una estilo único por espectacular y efectivo que la prensa y afición denominaron de forma significativa “show-time”: rebote de Jabbar, pase a Magic, contra a toda pastilla, asistencia medida a Jamal Wilkes o James Worthy y canasta a cada cual más espectacular. La cancha de los Lakers se convirtió en el inicio de la noche Hollywoodense: astros como Jack Nicholson, Dyan Cannon o Rod Stewart ponían un envoltorio glamuroso que el espectacular juego del equipo se encargaba de rematar. Y, para colmo, el director de orquesta de tan talentoso grupo resultó ser el más elegante entrenador que jamás vieron los tiempos: Pat Riley, casi una estrella más.
Bird y sus amigos eran la némesis de los argelinos: frente a la capacidad física y velocidad endiablada de los Lakers, los Celtics de los 80 desarrollaron un juego de ataque estático tremendamente efectivo, con una perfecta coordinación liderada por Bird. Con el poderío bajo tableros de Parish y Machale se aseguraban los rebotes defensivos y un buen puñado de segundas opciones en ataque; las variantes ofensivas del alero blanco eran primorosas: a un demoledor tiro de larga distancia se le unía una capacidad de pase asombrosa que le permitía encontrar siempre al compañero mejor desmarcado en los casos en los que él no encontraba la posición ideal. El Boston Garden no tenía el oropel del Fórum, pero en él se olía a buen baloncesto, a tradición ganadora. Sus entrenadores Bill Fich y K.C Jones eran lo opuesto a Riley: representantes de la vieja escuela al servicio de una franquicia mítica.
Hubieron de pasar cinco años hasta que se encontraron en las finales ya que una notable potencia baloncestística dominó la conferencia este al comienzo de la década: los Seventy Sixers de Julius Erving, Bobby Jones o Andrew Toney, batieron a Boston en las finales de la conferencia del 80 y el 82, pero cedieron ante el talento de Jabbar y Jonhson en las finales. Sólo una pieza les hacía falta para dar el salto al anillo: un pívot poderoso y dominador, y como quiera que lo encontraron en la figura de Moses Malone el resultado no pudo ser otro que el campeonato del 83 con un colofón memorable: nada menos que 4 a 0 a los Lakers en la final.
Pero aquella gran escuadra cayó en la decadencia y la veteranía autocomplaciente y en 1984 el camino estaba despejado para la gran final entre el genial base y el insaciable alero. Los Celtics consiguieron traer un director de juego de garantías en la figura del veterano Denish Johnson, el antídoto adecuado para compensar la potencia de los Sixers en la retaguardia, e incluso plantarle cara en la medida de lo posible a Magic, y con la definitiva explosión del escolta Danny Ainge conformaron un quinteto inicial de ensueño que accedió a las finales durante cuatro años consecutivos. A los Lakers se incorporó el escolta Byron Scott que llegaría ser pieza clave del engranaje ofensivo de su equipo y James Worthy confirmó su condición de súper-clase en su segundo año como profesional.
Fueron las series finales posiblemente más memorables de la historia. Los Lakers pudieron dejar sentenciada la final en los cuatro primeros encuentros, pero perdieron los partidos segundo y cuarto en los instantes finales con errores impensables: James Worthy falló un pase cruzado en el Garden que provocó la prórroga cuando su equipo ganaba 111-113 y caminaba hacia el 0-2, y Magic Johnson desperdició dos tiros libres en los últimos minutos del cuarto partido que permitió un nuevo empate a los bostonianos cuando habían sido humillados en el tercero por 137 a 103. En el quinto encuentro Larry Bird, que había arengado a los suyos cuando las cosas iban mal (“jugamos como un atajo de nenazas” declaró tras la hecatombe del tercer partido”), encestó 15 de 20 lanzamientos y puso a su equipo en ventaja que mantuvo en el séptimo encuentro que decidió, una vez más, la serie en favor de los Celtics. Bird fue declarado MVP de las finales y Magic fue calificado como “Tragic” por sus errores en los momentos decisivos.



Los argelinos buscaron venganza y acabar con su maleficio en las finales del 85. Pero el comienzo no pudo ser más desesperanzador: nada menos que una derrota por treinta y cuatro puntos en el `primer partido de las series. Pero entonces surgió una figura ajena a Bird y Magic que se reveló contra el destino. El entonces casi cuarentón Abdul- Jabbar había vivido dos derrotas en las finales ante los verdes del Garden y no estaba dispuesto a vivir una tercera. En una serie memorable lideró a su equipo a cuatro victorias en los siguientes cinco encuentros rematando la faena con la victoria 100-111 en el Boston Garden que acababa con dos décadas de derrotas y frustraciones. La imagen de Jabbar alzando los brazos tras encestar uno de sus clásicos ganchos que decidía el sexto encuentro supuso una instantánea que representaba el cambio de era acontecido.
La magia de la rivalidad Magic- Bird tuvo su último episodio en 1987. En esta ocasión las fuerzas ya no estaba igualadas: los californianos vivían su mejor momento de su década mágica y las grandes épocas de los bostonianos (tras el título de 1986) empezaban a tocar a su fin. La veteranía de la plantilla, una racha de lesiones inagotable, la muerte de la gran promesa Len Bias por sobredosis y un banquillo de pocas garantías habían provocado un recorrido tortuoso (victorias agónicas por 4-3 ante Milwaake y Detroit) que sólo había resultado posible por la casta de campeones de sus figuras. Aún con tal desequilibrio de fuerzas la serie discurría con un ajustado 2 a 1 en el cuarto encuentro y una ventaja de 16 puntos de Boston en el mismo. Pero Worthy y Magic comenzaron el sendero de la remontada y los Lakers llegaron a ponerse por delante 103 a 104 a pocos segundos de la finalización tras una mágica asistencia de Johnshon a Jabbar, una más. Pero Bird no ha dicho su última palabra: en una muestra de talento asombroso para zafarse de su defensor deja atrás a Worthy y da un pasito detrás de la línea de triple desde la que suelta un torpedo al corazón de los Lakers: 106-104 con treinta segundos por jugarse. Entonces Jabbar fuerza una falta, mete el primero, falla el segundo y la pelota sale por línea de fondo impulsada por un céltic que no ha podido hacerse con el rebote. Balón a Magic que desde la línea de fondo encara a Machale (un 2,13 nada menos) se acerca a la canasta y desde cuatro metros suelta un gancho que se introduce en la canasta oponente: 106-107 y apenas tres segundos. Tiempo muerto de Boston, apenas da para un tiro en difícil posición pero Bird va a intentar de nuevo lo imposible y está a punto de conseguirlo, de forma increíble logra atrapar el pase bombeado de Denish Johnson y lanzar un triple estratosférico que, sin embargo, da en el hierro de la canasta y no entra por muy poco.



Los Lakers ganarían 4 a 2 y al año siguiente sumaron su siguiente anillo de la década mágica de la NBA, en una final agobiante contra los nuevos amos del campeonato antes de la explosión de Michael Jordan: los Pistons de Detroit. Los amarillos fueron el equipo de la década seguido de cerca por los Celtics de Bird y entre los dos sumaron nada menos que seis trofeos al mejor jugador del año y otros seis al mejor jugador de las series finales.
El tiempo daría otras figuras al menos tan buenas como Bird o Johnson empezando, lógicamente, por el mismísimo Jordan, que superó a los dos héroes de la década de los 80, luego vinieron Akeem Olajuwon, Tim Duncan, Saquile O´Neal o Kobey Bryant, pero con todo su inmenso talento, su influencia no puede compararse a la del “pájaro-mágico”

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