El inicio del Mundobasket en nuestro
país coincide con una época esplendorosa del deporte español y del baloncesto
en particular. Con excepción del último campeonato del mundo del 2010 No ha
habido cita de enjundia desde 2006 que no haya acabado con metal para la
poderosa escuadra hispana que no haya acabado con metal. Una generación dorada
plagada de altura, fortaleza física y calidad se ha hartado de ganar.
No era así en el último Mundial
disputado en tierras españolas. De hecho sólo la selección de baloncesto de los
Martín, Epi o Jiménez podía presumir de triunfos destacados a nivel
internacional con la plata del Europeo de Nantes en el 83 y, muy especialmente,
el subcampeonato de las Olimpiadas del 84. Parecía que un torneo a disputar en
terreno propio era propicio para seguir la racha. El baloncesto había vivido un
boom destacado en los 80 gracias a los éxitos de la selección y la implantación
de la Liga ACB con el sistema de play-off. La atención deportiva de la nación
en ese mes de julio se concentró en la labor de los chicos de Díaz- Miguel,
entonces el eterno seleccionador tan alabado desde Los Ángeles.
Pero algunos nubarrones habían
empezado a otear en el horizonte del equipo español. En el campeonato de Europa
de Alemania del año anterior el cuarto puesto fue considerado un fracaso y habían
empezado surgir ciertas fricciones entre Díaz Miguel y algunos emblemas del
combinado. Juanma Iturriaga era descartado para el Mundial, Juan Corbalán se
había retirado de la selección y algunos jugadores destacados de esa época como
el barcelonista Sibilio, no acababan de encajar en las ideas del seleccionador,
que fundamentaba la competitividad española en una fuerte defensa de
anticipación, para la que el dominicano no estaba muy dispuesto. Además en
plena preparación surgió un conflicto entre el técnico y la máxima estrella
nacional, Fernando Martín, por una salida nocturna no autorizada. A esto había
que añadir el hecho que el equipo seguía siendo bajo en comparación con sus más
destacados rivales; sólo Romay superaba los 2,10 y aunque tanto Martín como
Andrés Jiménez aportaban clase y talento bajo aros, la desigualdad física
seguía siendo evidente ante las torres rusas, yugoslavas o americanas.
De esta guisa España jugó la fase de
grupos previa en Zaragoza. El juego español resultó plano y sin inspiración. Se
ganó con muchísimos apuros a Francia (84-80) y Grecia (87-86) y se despachó sin
complicaciones a los débiles portorriqueños por más 50 puntos. Pero en el
último encuentro de la liguilla, Brasil, comandada por el demoledor alero Oscar
Smith, liquidaba sin paliativos el dubitativo juego español con una victoria
por 72-86. No era la selección que todos esperaban. Martín parecía descentrado,
tal vez por sus problemas con Díaz Miguel, ninguno de los bases (Solazábal ,
Creus o Costa) imprimía el ritmo necesario y en las alas, apenas Epi cumplía
con lo esperado, siendo especialmente decepcionante el papel de la nueva gran
promesa del baloncesto surgida en la penya, Jordi Villacampa. Una derrota no
tenía por qué significar el final, pero el sistema del Mundial contabilizaba
los puntos de la primera fase para la segunda, en donde se iba a dilucidar el
pase a la lucha por los medallas. A España no le quedaba otra que ganar a la
U.R.S.S de Sabonis, Homicius o Volkov, una potencia sin paliativos. Y lo cierto
es que casi se consigue la hombrada y sólo una discutible actuación arbitral
impidió el triunfo al final (83-88). La consecuencia fue que el papel español
terminó limitado a pelear por el 5º puesto, cosa que se consiguió con
brillantes victorias sobre Canadá e Italia. El juego de los locales había ido
de menos a más, pero cuando se logró el nivel óptimo ya era tarde para luchar
por metales. Hubo sensación de decepción y oportunidad perdida. Díaz Miguel
emprendió una lucha por reducir el número de americanos por equipo: según él,
eso limitaba que los nuevos valores jugaran los minutos necesarios y se
foguearan para la alta competición. En realidad España iniciaba un camino de
oscuridad que no se superó hasta finales de los 90, con la llegada de la
generación de oro.
El Mundial fue ganado por Estados
Unidos. Era una época en la que los profesionales no jugaban las competiciones
FIBA y las selecciones yanquis aportaban promesas universitarias, que que ni siquiera
eran las más destacadas de la NCCA, reservadas para las Olimpiadas. Pero la verdad
es que varios de los integrantes de aquella selección alcanzaron puestos
destacados de la NBA como fue el caso de David Robinson, posterior pívot dominador
de los Spurs de San Antonio así como un
pequeñísimo base de apenas 1,60 metros de altura llamado Tyrone Bogues, que se
revelo como un feroz defensor y un jugador rapidísimo, que contra todo
pronóstico desarrolló una sólida carrera en la Liga más famosa del mundo o
Kenny Smith base campeón de la NBA con Houston en los 90. En la final ganaron a
una de las selecciones más potentes jamás recordadas de la U.R.S.S, que a su
vez se había desprendido en semifinales de Yugoslavia, con un memorable final
de partido con tres triples consecutivo de los soviéticos que neutralizaron la
ventaja plavi, cuya estrella era un
genio de destino trágico y por aquel entonces odiado en la capital de España:
Drazen Petrovic. El recientemente rehabilitado Palacio de los Deportes de
Madrid vivió unas jornadas llenas de intensidad y emoción. Es un campeonato
olvidado, pero en su día, favoreció mucho a la consolidación del basket como
deporte de máximo interés.
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