La existencia del Español (ahora
Espanyol) de Barcelona nunca ha sido fácil. Su convivencia con el Barça le ha
relegado a un papel muy secundario en el panorama deportivo de su ciudad. Como
pariente pobre de un poderoso vecino, quizá le haya faltado siempre el
desarrollo de una consistente masa social que le hubiese aupado a ciertos periodos
de esplendor deportivo.
Pero no hay que negarle una
trayectoria de más de un siglo, cuatro Copas del Rey, y una consolidación muy
asentada en la Primera División. De hecho en alguna ocasión esporádica ha
podido desprenderse de la sombra de su ricachón vecino y ser protagonista por
méritos propios de hazañas a tener en cuenta. Tal vez en ninguna ocasión a lo
largo de su historia haya vivido tan de cerca la gloria como en la Copa de la
U.E.F.A 1987-88, para luego sufrir una caída estruendosa.
Un año antes el equipo entonces
presidido por Antonio Baró, se había hecho con los servicios de Javier
Clemente, tras su tumultuosa salida de Bilbao y su conflicto con Manolo
Sarabia. El de Baracaldo era el entrenador más cotizado de España, pero las
puerta de los grandes (Madrid y Barça) le estaban cerradas por su carácter algo
más que conflictivo. Con un equipo de retales, sin figuras de postín, pero al
que transmitió su ideario futbolístico de lucha, seguridad defensiva y
contragolpe obtuvo un meritorio tercer puesto en la Liga 86-87 que le daba
acceso a la entonces Copa de la UEFA. En aquel combinado españolista destacaba
el portero camerunés Tommy N`Kono, que había causado sensación en el Mundial de
España para luego convertirse en un símbolo en Barcelona, los jóvenes valores
Soler y Valverde, así como trabajadores solventes como Job o Pichi Alonso.
Con la incorporación del canterano
madridista Sebastián Losada en calidad de cedido, se afrontó la competición
europea con ganas de hacer algo grande. En primera ronda se eliminó a un
clásico equipo alemán, el Borussia de Monchengladbach, pero todo se complicó en
la segunda eliminatoria: el sorteo emparejó a los periquitos con el Milán. El
equipo rossonero había sido adquirido un año antes por el magnate de la
televisión Silvio Berlusconi y ese verano había realizado un fuerte desembolso
en fichajes dejando la dirección en manos de un desconocido técnico llamado
Arrigo Sacchi. En la ida en el mítico San Siro Clemente ordenó al defensa
españolista Gallart, que se pegara como una lapa a la estrella holandesa Ruud
Gullitt, cosa que realizó a la perfección. Dos zarpazos dieron el sorprendente
triunfo a los barceloneses por 0-2 y un empate sin goles confirmó la sorpresa.
El siguiente en caer fue el otro gran equipo de Milán, el Inter, que no pasó
del empate en Milán y fue derrotado en Barcelona por1-0, en un partido de
vuelta en el que Clemente ordenó reducir las líneas de los laterales para
evitar que los interistas penetraran por banda.
Al mismo tiempo que se conseguían
estas gestas europeas, el papel de los de Clemente en la Liga no pasaba de
discreto e incluso se coqueteaba con los puestos de descenso. Además el vasco
relegó a la suplencia a uno de los jugadores españolistas de más técnica, el
danés Lauridsen, con la consiguiente protesta de la grada que cada vez veía
peor juego aunque los resultados europeos amortiguaban la situación. En
semifinales el Brujas belga lo puso difícil; el 2-0 en contra de la ida obligaba
a una machada en el viejo campo de la carretera de Sarriá, que se consiguió con
un gol de Pichi Alonso en el último minuto de la prórroga sellando un 3-0 que
cancelaba una noche mágica.
Por primera vez en muchos años el
Español mandaba en la Ciudad Condal. Aquel ejercicio 87-88, fue además tortuoso
para el Barça, relegado al sexto puesto en la Liga y salvado por la conquista
de la Copa del Rey ante la Real Sociedad. Un triunfo en Europa daría un
protagonismo inusitado a los blanquiazules que además jugarían la final contra
el verdugo de los culés, el Bayer Leverkusen, como la mayor parte de los
conjuntos germanos de la época tan poco brillante como peleón y competitivo. El
3 de mayo de 1988 se jugó la ida (entonces la final de la UEFA era a doble
partido) y los goles de Losada (2) y Soler allanaban el camino para la gloria,
Quedaba aguantar la vuelta, parapetarse bien atrás y incluso matar la final con
una contra. Clemente planteó un partido ultra-defensivo que daba sus frutos al
descanso: 0-0 y el jugoso botín de la ida ano parecía correr peligro.
Pero todo se derrumbó a los 12 minutos
del segundo tiempo. Un mal entendimiento entre el defensa Miguel Angel y N`Kono,
dio lugar a un gol absurdo que abrió la lata de la remontada alemana. Aupado
por su público el Leverkusen empezó a cercar la portería blanquiazul y el
Español sin ninguna respuesta ofensiva y atemorizada por las embestidas locales
acabó encerrado sin remisión en su campo. El segundo gol local cayó como una
losa en los ánimos españolistas y encima su jugador más técnico, aquel que podía haber dado lugar a un mayor sosiego en el control de la pelota,
Lauridsen, no estaba ni convocado. El 3-0 final obligaba a la prórroga en la
que el marcador no se movió pese a la insistencia del Bayer. Los penaltis
estaban ahí y, como le pasara al Barça en Sevilla unos años antes en la final
de la Copa de Europa, la suerte les fue esquiva y la copa se quedó en Alemania.
La imagen de los jugadores españolistas llorando desconsoladamente caló hondo
en toda España; había sido la oportunidad única de un modesto para hacer
historia y se había escapado de forma algo incomprensible.
Clemente no sobrevivió a la derrota.
Acusado por no pocos de ser el responsable de la misma con su renuncia a jugar
en la vuelta, enfrentado con el medio deportivo más influyente en la masa
españolista “El Mundo Deportivo” y con la decepción aún latente por no haber
culminado su hazaña sería cesado a mediados de la temporada siguiente. El
tiempo daría al español dos Copas del Rey y una nueva final europea en la misma
competición……que se volvió a perder en las penas máximas ante el Sevilla
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