Aparte
de la finales de Copa de Europa perdidas de forma tan dramática, no ha habido
jornada tan negra en el Vicente Calderón como la acontecida el 4 de abril de
1981 en un duelo ante el Zaragoza.
En
agosto de 1980 había llegado a la presidencia del club Alfonso Cabeza, médico
forense, director del Hospital de la Paz, personaje dicharachero, bromista y
con innegable atracción populista. El club rojiblanco estaba en horas bajas:
las deudas se acumulaban y tras una década gloriosa el rendimiento deportivo
había bajado sustancialmente. Vicente Calderón dimitió y dio paso a un periodo
electoral al que concurrieron Cabeza y Mariano Herrero, pero este último se
retiró tras el trágico fallecimiento de su hijo en accidente de tráfico, con lo
que el forense se hizo con la presidencia.
Al
estar la tesorería bajo mínimos se tiró de cantera y apenas se incorporó un
fichaje muy modesto como el defensa Balbino, procedente del Salamanca. El
entrenador José Luis García Traid, no tenía tampoco experiencia en equipos
grandes y se inició la temporada con el objetivo de obtener plaza en las
competiciones europeas. Con un conjunto joven y animoso el Atlético tuvo una
salida extraordinaria e inesperada. Enlazó diez jornadas sin perder y sólo mordió
el polvo en la visita al Camp Nou (4-2). De la mano de jugadores como Arteche,
Julio Alberto, Marcos, Rubio y el extraordinario centrocampista brasileño
Direceu (única figura relevante del equipo) se erigió como alternativa
sorprendente a los favoritos por el campeonato.
Ebrio
por la buena marcha del equipo, Cabeza empezó con un carrusel de declaraciones,
muchas de ellas derivadas en estrambóticas y hasta divertidas polémicas con
Helenio Herrera entrenador del Barça y Luis de Carlos , presidente del Real
Madrid, sobre la edad de los mismos y sus dificultades con la próstata. Pero al
mismo tiempo empezó a despotricar contra colectivos más sensibles. la
Federación y el Colegio de árbitros. Cualquier resultado negativo de su equipo
era seguido de una proclama contra la parcialidad de los colegiados. Parte de
su junta directiva le aconsejó que se moderara, sobre todo por las
consecuencias que traería esa hostilidad hacia el poder establecido. En
realidad en aquellos tiempos estaba muy extendida la sensación de que los
árbitros siempre favorecían al Real Madrid.
El
combinado de García Traid siguió a lo suyo y confirmó su candidatura al título
al ganar el derby al Real Madrid en el Manzanares a finales de la primera
vuelta. Nada detenía al doctor que ya se había convertido en una estrella
mediática (hasta llegó a publicar un libro autobiográfico, “Yo Cabeza”) ya que
los periodistas acudían a él como un panal de rica miel. La Federación le
suspendió y él se mostró aún más desafiante al asegurar que se situaría entre
el público en un Atlético-Barça decisivo para el campeonato a disputar en el
Calderón. Unos días antes es secuestrado Quini, delantero estrella del Barça,
los jugadores culés amenazan con un plante, pero el partido se juega con Cabeza
en la grada como un aficionado más. Gana el Atlético1-0 con gol de Marcos
Alonso (futuro jugador del Barça).
Quedan
ocho jornadas para el final de la Liga y el Atlético saca siete puntos a sus
rivales. Todo está en la mano de los colchoneros, pero entonces llega el
desplome. Varios directivos presentan su dimisión ante el cariz que están
tomando las acontecimientos y el equipo entra en crisis de resultados tras una
gran temporada. Cae en Gijón 3-0 y en Sarriá 2-0 con Guruzeta (nombre maldito
para el Atlético) de por medio. Ante el Salamanca en casa siguen las
desgracias. Rubio falla un penalti, el portero Navarro se lesiona y sólo se
empata a uno. Los rivales acechan y es imprescindible ganarle al Zaragoza para
seguir teniendo el campeonato en la mano.
El
decisivo partido llega en un entorno muy enrarecido por todo lo que rodea al
equipo en las últimas jornadas. Cabeza, aragonés como el entrenador colchonero,
realiza un cálido recibimiento a sus paisanos pero en el campo hay cualquier
cosa menos amabilidad. El defensa Miguel Ángel Ruiz adelanta pronto al Atlético
al rematar una falta, pero el Zaragoza muestra pronto una notable dureza que no
es cortada por el colegiado el andaluz Álvarez Marguenda. Rubén Cano, delantero
rojiblanco, se marcha lesionado y Marcos Alonso sufre un severísimo marcaje por
parte del central Casajús. Se anula un gol, a Arteche y el 1-0 planea al
descanso.
La
continuación sigue las misma tónica de un juego que se endurece a pasos
agigantados ante el enfado del público. Este va incrementándose cuando
Marguenda no señala unas manos muy claras en el área zaragocista. Luego estalla
el escándalo: Marcos pelea un balón en la media y realiza una entrada. Es una
falta clara, no especialmente dura, teniendo en cuenta el listón permitido por
el colegiado. Marguenda se acerca , echa mano al bolsillo y ante el estupor
generalizado saca la tarjeta roja al jugador más castigado de la tarde. El
público se encrespa, ya no hay duda, el árbitro quiere la derrota atlética. Se
empiezan a zarandear las vallas y se teme por una invasión de campo. Para más
inri el Zaragoza remonta el partido: un penalti ahora si señalado transformado
por Pichi Alonso y un tanto de Valdano, con el Atlético ya desquiciado. Es
escándalo es de aúpa y el colegiado debe de salir escoltado por la policía.
García Traid trata de agredir a un jugador del Zaragoza y los jugadores con
lágrimas en los ojos señalan que la Liga esta pérdida ya que hay persecución
contra el Atlético. Quedan todavía tres jornadas por disputarse, pero todos han
tirado ya la toalla. Se acude el domingo siguiente al Bernabéu y Cabeza decide
no acudir al campo merengue y convocar a los socios a una merienda “con
tortilla” en el Calderón mientras se escucha el partido por radio. El Atlético
pierde 2-0 y sella el adiós definitivo a una Liga que tenía en su mano unas
jornadas antes. El campeonato lo termina ganando la Real Sociedad
arrebatándosela in extremis al Madrid con el famoso gol de Zamora en Gijón.
El
doctor apenas dura en el cargo medio año más: inhabilitado por dieciséis meses,
con el club al borde de la quiebra y la depresión latente por la pérdida de la
Liga, presenta su dimisión en abril de 1982. Una Junta Gestora se hace cargo de
la entidad hasta que Vicente Calderón desembarca de nuevo en julio del mismo
año, con anterioridad consigue poner freno a la sangría económica con los
traspasos de Marcos y Julio Alberto al Barça. Se va como una celebridad y
durante años es requerido en todo sarao que se le ofrezca, y hasta ejerce de
presentador de algún que otro programa de televisión. Es el único expresidente
del Atlético que continúa vivo
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