domingo, 17 de mayo de 2020

OVIEDO Y HAMBURGO, DOS PUNTOS DE INFLEXION


Suele ser mayo un mes dado al recordatorio de momentos claves en la historia de los equipos. Es una época del año en la que se deciden temporadas para bien o mal con éxito y fracaso. Para el Atlético de Madrid el siglo XXI empezó con una tragedia y al cabo de una década un título cambio la historia del equipo. De Oviedo a Hamburgo se sucedieron diez años de travesía en el desierto, un camino hacia la nada que parecía no tener fin, el desagradable sentimiento de mediocridad eterna e irreversible. Desde la final de la Europa League en tierras alemanas los acontecimientos se transformaron de forma imprevista y a velocidad de vértigo: volvieron de golpe la competitividad, los triunfos, los trofeos y la derrotas dolorosas….aunque en lo más alto.
En mayo de 2000 el Atlético de los Hasselbak, Valerón , Baraja, Molina o Kiko se precipitaba al primer descenso del club desde 1936. Se pueden citar esos nombres como muestra, pero el resto de la plantilla también estaba compuesta por internacionales en su casi totalidad. Un equipazo que con la errática dirección del italiano Claudio Ranieri (que venía de triunfar en el Valencia) había dado mucho más disgustos que alegrías  desde el primer partido de la temporada. Mimbres inadecuados para el tipo de juego que gustaba el trasalpino que no supo sacar jugo a una lustrosa plantilla a su servicio. Pero a nadie se le escapa que la intervención judicial del club acordada a finales del 99 precipitó la caída a los infernos, una medida que podía ser correcta en cuanto a su fondo (las irregularidades del clan Gil eran tan notorias como la desmesura e incontinencia verbal del patriarca) pero alojaba más sombras sobre sus motivos reales (había un tufo evidente a incidencia política por las aventuras de Gil en la Costa del Sol y era discutible que ese control de legalidad se hiciera en un solo club en una época en la que la pradera sin ley campaba a sus anchas por todo el mapa futbolístico español). Unos jugadores aterrados por no poder cobrar sus salarios en negro (practica habitual de la época, por cierto) empezaron a pensar más en la salida que en su presente. Llegaron los desastres en el campo, por una plantilla atenazada y confusa ante lo insólito de la situación que no pudo ser enderezada por Radomir Antic, el héroe del doblete. En realidad era una hecatombe que no podía coger de sorpresa; en la década de los 90 hasta en tres ocasiones el Atlético había coqueteado con el descenso y tarde o temprano el desastre iba a llegar. El gilismo había cambiado la irregularidad crónica con el desastre permanente con algún inciso glorioso (doblete). Fue un año de hecatombe de clásicos: además del Atlético cayeron al pozo Betis y Sevilla


El descenso tuvo consecuencias devastadoras en la entidad y más cuando el infierno de la segunda se extendió durante dos años. Tuvo que regresar Luis Aragonés renunciando a dinero y prestigio deportivo (había logrado meterse en Champions con el Mallorca) para acabar el bochorno que solo paliaba una afición digna de ganarlo todo y que solo recibía a cambio zozobra y ridículos; era demasiado para la vieja leyenda del club aceptar eso. Tras el ascenso no mejoraron mucho las cosas: los años de Musampa, Alvaro Novo, Nikoladis, Colsa, o el Pato Sosa en el campo, o Goyo Manzano, Cesar Ferrando o Bianchi en el banquillo bien merecen permanecer reprimidos eternamente en el inconsciente, pese a la presencia aislada de Fernando Torres. Nadie veía posible ganar un título o un derby, ni siquiera atisbar un juego decente. La nada como rutina, el lamentable arrastre por lo terrenos de juego de una entidad con tantos laureles en sus vitrinas. En los colegios una camiseta rojiblanca no pasaba de ser una simpática excentricidad. El único atractivo estribaba en las ingeniosas campañas publicitarias de cada año que, junto a su talento innegable, mostraban un desagradable conformismo revestido de ironía.
En estas Torres decidió buscar nuevos horizontes y dos grandes estrellas llegaron al Calderón. Un jovencísimo talento argentino (Agüero) y un fabuloso rematador (Forlan). Cierto que el resto no acompañaba mucho la verdad, pero al menos se contaba con un par de futbolistas de talla mundial y algo que llevarse a la boca. Entre los dos mejoraron la competitividad del club, con dos cuartos puestos consecutivos. Hubo hasta quienes los celebraron en Neptuno; así estaba el patio para las nuevas generaciones; aunque a comienzos de las 2009-10 las cosas volvían a estar chungas: los sucesivos desastres en Liga y Champions trajeron la destitución de Abel Resino, y su sustitución por Quique Sánchez Flores, de pasado merengón pero con sinceras ganas de revertir la situación. Casi de rebote el equipo pudo disputar la Europa League, la clásica copa de la U.E.F.A reconvertida en nueva competición a la que accedía la clase media de la Europa futbolística y algunos aristócratas tras resultados no deseados.
La competición fue recibida con escepticismo en el seno del equipo. La historia colchonera tenía un buen puñado de bochornos en la vieja U.E.F.A que incluían nombres tan estrambóticos como Boavista, Groninhhen, Sion, Politecnica de Timisoara u Ofi de Creta, que dejaron profunda huella y sensación de ridículo . Pero Quique otorgó al equipo un carácter (que no juego) y mentalidad que hizo resistente a los retos. A la chita callando fueron cayendo rivales tras eliminatorias agónicas muy en la línea de la historia del club: Galatasaray, Sporting de Portugal y Valencia. Se estaba tras muchos años en una semifinal europea y no ante un rival cualquiera: el Liverpool de Gerrard, Mascherano, Carragher…… y Fernando Torres que sin embargo no podía jugar lesionado. Un 1-0 en la ida dio lugar a un partido de vuelta épico, no apto para cardiacos, que fue a la prórroga y pareció decantarse del lado Red, hasta que un gol de Forlan provocó el éxtasis rojiblanco…..¿les suena la historia?.



Tras tomar Anfield llegó la final de Hamburgo. La primera final del club en diez años, por no contar que en Europa no se jugaba un partido de esa enjundia desde un lejano 2 de mayo de 1986, cuando los Ruiz, Arteche o Da Silva fueron barridos por el Dinamo de Kiev en Lyon en la final de la antigua Recopa de Europa. Muchos niños no habían visto ganar a su equipo nunca un título, los mas veteranos no sentían esa sensación desde el 96 del siglo pasado. Un único trofeo europeo, precisamente la Recopa del 62, ocupaba el estante en la sala de trofeos, ya muy apolillada……El rival no parecía de mucha enjundia, es cierto. El Fulham británico dirigido por Roy Hodgson no tenía estrellas en sus filas y era más bien rudimentario; pero en el camino se había cargado a todo un clásico como la Juventus y a un partido era todo posible. La final fue la esperada; sin mucha calidad y no apta para corazones débiles. Pareció decidirse del lado madrileño cuando Forlán marcó el primero, pero fiel a su tradición el Atlético dio dos horas de amplio sufrimiento a sus aficionados. En el 116 de la prórroga con todavía empate a un gol y los siempre temidos penaltis acechando, Agüero recogió un balón en banda, hizo uno de sus mágicos malabarismos al defensa inglés y la bota de Forlán hizo el resto. El estadillo de tantos y tantos aficionados fue lo más parecido a una catarsis que jamás hayan visto los mas de cien años de historia rojiblanca (junto con el cabezazo de Miranda en el Bernabéu tres años después). No era un trofeo más, era acabar con la pesadilla.
El resto es ya conocido. El asunto no tuvo mucho continuidad a corto plazo y Quique Sánchez Flores y los dos héroes de Hamburgo dejaron el equipo tras un segundo año que no cubrió expectativas. Pero esa segunda campaña de la nueva década vio la llegada de gente destinada a marcar una época: Juanfran, Godin y Filippe Luis, que no parecían tanto como al final fueron. Casi al final de 2011 llegó de Argentina el definitivo señor lobo de la historia atlética. Ya saben: siete títulos, Liga en el Camp Nou, Copa del Rey en el Bernabéu, dos Europas Leagues mas al zurrón  y  grandes noches de Champions, rematadas en dos finales trágicas y épicas. Un presupuesto multiplicado y el sentimiento de pertenencia a uno de los grandes equipos de Europa, que no requiere de campañas para justificar porque se es del Atleti. De Oviedo a Hamburgo,,,,,dos puntos de inflexióm


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